Mujeres chilenas

por Isabel Allende

 

La mujer latinoamericana lleva a cuestas una larga historia de sometimiento y marginación. Isabel Allende, escritora chilena, autora de libros como La casa de los espíritus, Eva luna y tantos otros, explora en este texto la condición de la mujer en su país.

Se ha hablado con gran admiración y cariño de Gabriela Mistral. No hay nada que yo pueda agregar, en el generoso país, que la acogió y la adoptó, puesto que su vida y su obra son bien conocidas pero aprovecharé esta oportunidad para referirme a las mujeres chilenas, que Gabriela representó al escribir sobre el amor maternal, el sentido religioso, la fortaleza ante la adversidad, la abnegación por la familia, la pasión amorosa y la conciencia social. Se le olvidó algo fundamental: el sentido del humor, sin el cual ninguna chilena podría sobrevivir en ese país de catástrofes geológicas y políticas y de hombres machistas.

Empecé mi carrera de periodista en una revista femenina y feminista. Desde entonces he trabajado con mujeres y para mujeres; las conozco muy bien. No necesito inventar a las protagonistas de mis novelas, prefiero usar modelos humanos, mujeres que he conocido, fuertes, sentimentales y valientes. El mundo está lleno de ellas, en realidad sería difícil encontrar una que no cumpla con alguno de esos requisitos.

Permítanme decirles algunos párrafos de Mi país inventado, donde describo a Chile a mi manera. No es un tratado sociológico, sino un ejercicio de audacia. Cuando mi marido leyó el libro me advirtió que me iban a linchar por insolente, pero resultó todo lo contrario. A los chilenos nos encanta hablar mal de nosotros mismos, pero no soportamos que un extranjero lo haga. Así es que cuidado, amigos mexicanos: ¡ni se les ocurra criticarnos!

Vamos pues a mi librito. Este capítulo se llama “Sirenas mirando al mar” y se refiere a las mujeres.

Al extranjero que llega de visita a Chile le informamos de inmediato que nuestras mujeres son las más bellas del mundo y nuestra bandera ganó un misterioso concurso internacional. Juzguen ustedes: la bandera es casi igual a la de Texas y eso de la hermosura femenina es una monumental lisonja con poco asidero a la realidad. Según la mitología popular, desde tiempos inmemoriales los marineros desertan de los buques, atraídos por las sirenas de cabellos largos que esperan oteando el mar en nuestras playas. Las chilenas no son particularmente hermosas, no pueden compararse con las sirenas del Caribe, por ejemplo, pero parece que su mezcla de fortaleza y coquetería resulta irresistible. No sé, no ha sido mi caso.

Por la revista donde trabajé desfilaron las más célebres modelos y reinas de belleza. Las modelos estaban por lo general desfallecidas de hambre y permanecían inmóviles y con la vista fija, como tortugas, lo cual resultaba atrayente, porque cualquier hombre que se pusiera por delante podía imaginar que estaban embobadas mirándolo a él. Esas chicas parecían turistas. Eran altas, delgadas, de piel y cabellos claros. Así no es la chilena típica, la que se ve por la calle, mestiza, morena y más bien baja, aunque admito que las generaciones jóvenes han crecido en altura. En mi juventud yo era considerada más o menos normal, ahora soy enana. Las protagonistas de mis novelas están inspiradas en esas mujeres chilenas. Más que las señoritas de la clase alta, me impresionan las mujeres del pueblo y de la clase media. En su juventud son amantes apasionadas, después son el pilar de sus familias: buenas madres y buenas compañeras de hombres que a menudo no las merecen. Bajo sus alas amparan a los hijos propios y ajenos, parientes y allegados. Viven cansadas y al servicio de los demás, siempre postergándose, las primeras en levantarse y las últimas en acostarse, trabajan sin tregua y envejecen prematuramente, pero no pierden la capacidad de reírse de sí mismas, el romanticismo para desear que su compañero sea otro y una llamita de rebeldía en el corazón. Tienen vocación de mártir: se enorgullecen de sufrir y sacrificarse. ¡Con qué gusto suspiran contándose unas a otras sus enfermedades y los abusos de los maridos!

Algunos frívolos opinan que Chile es un matriarcado. Se engañan con la tremenda personalidad de las mujeres, que son libres, organizadas, mantienen su nombre de solteras al casarse, compiten mano a mano con los hombres y no sólo manejan sus familias, sino que a menudo las mantienen. Son mucho más interesantes que los hombres. Sin embargo, el trabajo y el intelecto de una mujer se respetan poco y sus opiniones se consideran más bien decorativas. Chile no es un matriarcado, es un paraíso de machistas. Es tanta la testosterona flotando en el aire, que es un milagro que a las niñas no les salgan bigotes. En México el machismo se vocifera hasta en las rancheras; en Chile es solapado, inconfesado, y por lo mismo más difícil de combatir. Los sociólogos han trazado las causas a la Conquista en el siglo dieciséis —como teoría no está mal— pero éste es un problema mundial, así es que las raíces deben ser más antiguas. No es justo culpar de todo a los españoles.

Las madres son cómplices del machismo: educan a las niñas para servir y a los varones para mandar; están siempre dispuestas a servir de rodillas al marido y a los hijos varones. Las chicas modernas se rebelan, por supuesto, pero apenas se enamoran repiten el esquema de sus madres y abuelas, confundiendo amor con servicio. Me entristece ver a esas jóvenes que no sólo le ponen la comida en el plato a su novio, también le cortan la carne, porque yo era igual: feminista en la calle y geisha en la casa. Ahora estoy casada con un gringo a quien no se me ocurriría cortarle la carne, porque sería sospechoso: pensaría que estoy tratando de envenenarlo.

Las chilenas son católicas y conservadoras en el aspecto social. Es notable, por lo tanto, que tengamos una flamante Presidenta agnóstico, socialista y madre soltera. La religión y mojigatería no impide que las chilenas sean verdaderas guerrilleras del amor; enamoradas son un peligro y, hay que decirlo, se enamoran muchísimo. Según las estadísticas, el cincuenta y ocho por ciento de las casadas son infieles. Supongo que a menudo las parejas se cruzan, mientras el marido seduce a la esposa de su mejor amigo, su propia mujer retoza en el mismo motel con el buen amigo. Aquí debe ser más o menos igual, ya que matemáticamente tiene sentido, sino ¿con quién serían infieles los hombres? En educación y salud las chilenas están a la par o por encima de los hombres, ahora lucimos con orgullo a Michelle Bachelet cuya presidencia es un hito en nuestra historia, pero más significativo es que ella nombrara cincuenta por ciento de mujeres en los cargos de su gobierno. Esa paridad, ha producido sensación; los ojos del mundo nos observan como si esto fuera un fenómeno, aunque debiera ser lo más natural, puesto que la mitad de la humanidad es femenina. Lo que ha hecho Michelle Bachelet en Chile tiene que extenderse al resto del mundo. Necesitamos un número crítico de mujeres en el poder para salvar a este sufrido planeta. Además, no sería mala idea cultivar la energía femenina en los hombres. Me refiero a los de mente joven, por supuesto; hay algunos carcamanes que no tienen remedio, pobrecitos.

Michelle Bachelet, digna sucesora de otros grandes presidentes que hemos tenido, ejerce su cargo sin perder para nada su feminidad. En Chile la percibimos como la típica madre: sencilla, cariñosa, fuerte, incansable, compasiva. Como médica pediatra, conoce de cerca los problemas de los niños y de las mujeres, por eso su gobierno da prioridad a la familia, una manera eficiente de mejorar la calidad de vida de todos los chilenos, no sólo los privilegiados.

Desde su dimensión legendaria, Gabriela Mistral debe estar encantada. En su tiempo, la idea de que una mujer alcanzara la presidencia era inimaginable. Ella misma sufrió discriminación; tal vez por eso tenía un carácter sombrío. Se dio cuenta temprano en su vida que debía hacer el doble de esfuerzo que cualquier hombre para obtener la mitad de reconocimiento. Eso añade mucho valor al premio Nobel que obtuvo en 1945. Fue la primera mujer latinoamericana en recibirlo y desde entonces, de ciento nueve premios Nobel de literatura, sólo diez han sido otorgados a mujeres.

En la vida de Michelle Bachelet, así como en la obra de Gabriel Mistral, esa preocupación es muy chilena, porque nuestro país, como en la mayor parte del mundo, hay injusticia y desigualdad. Nuestro sistema judicial es lamentable. La justicia, que siempre fue tardía y clasista, se convirtió en un dinosaurio durante los dieciséis años de dictadura. Todavía cargamos con ese fósil descomunal. A la injusticia se suma la desigualdad: un abismo separa a los pocos millonarios que controlan la economía y a los pobres. Los gobiernos democráticos que hemos tenido desde 1989 han tratado de abreviar ese abismo. En los últimos diez años la pobreza ha disminuido drásticamente y el país puede jactarse de progreso —en eso somos ejemplares— pero todavía existe gran disparidad de clases, ingresos y opo rtunidades. Desde los comienzos de la repúbl ica se alzaron voces apasionadas en defensa de la justicia social: políticos, religiosos, pensadores, escritores, artistas, estudiantes, dirigentes obreros y maestros, como la misma Gabriela Mistral. Esas voces impulsaron a Salvador Allende, inspiraron a Ricardo Lagos, sostienen a Michelle Bachelet.

Me parece curioso que los chilenos, que vivimos obsesionados con la legalidad, no hayamos arreglado el sistema judicial. Nos gustan las leyes; mientras más numerosas y oscuras, mejor. Si un trámite sale fácil, sospechamos al tiro que es ilegal. No hay mejor negocio en Chile que una notaría: queremos todo en papel sellado con varias copias. Si amamos tanto las leyes, ¿por qué no las aplicamos con justicia?

Nuestros dos poetas más célebres, Pablo Neruda y Gabriela Mistral, se identificaban hondamente con las luchas del pueblo. Ambos provenían de la clase trabajadora: Neruda era hijo de un obrero del ferrocarril y a Mistral la crió su madre en la pobreza, después de que la abandonó su padre. La obsesión por la justicia y la igualdad marcaron la obra de ambos. En el caso de Gabriela Mistral esa pasión se concentró en las mujeres y los niños, que consideraba —y con razón— los más vulnerables e impotentes, los más pobres de los pobres. A veces no le alcanzaba el aliento para expresar esa pasión y otras veces ese fuego se transformaba en ternura angustiada, porque no podía ayudar ni consolar a los que padecen. Su dolor ante la miseria humana era “una herida de amor que se abre a todas las cosas”, tal como escribió.

Chile es un país de poetas, si usted levanta una piedra, en vez de una lagartija sale arrastrándose un poeta. Los tenemos de todos los pelajes, desde los payadores populares, que van improvisando la vida en verso rimado, hasta los dos premios Nobel que nos enorgullecen tanto, Neruda y Mistral. Amamos a nuestros poetas. Los veneramos. Así describe el funeral de Gabriela Mistral el historiador Volodia Teitelboim:

Se decretaron funerales nacionales. La velaron en la Casa Central de la Universidad de Chile. La cola desbordaba la Alameda y se extendía por las calles circunvecinas. Se agolpaban los pobres, los obreros de los cordones industriales, los jóvenes y las ancianas de las poblaciones callampas, los estudiantes, sus colegas maestros, campesinos con trazas mapuches. Entraban a echarle una primera y una postrera mirada muy en silencio. Sólo se oía el ruido de los zapatos lentos. Siguieron llegando por la noche. Se respiraba el olor acre de las coronas descompuestas. Algunos sollozaban. Muchos tenían un nudo en la garganta.

En la inscripción en la lápida de su tumba, en Monte Grande, se lee: “Lo que alma hace por su cuerpo, el artista hace por su pueblo”.

Y en verdad la poesía de Gabriel Mistral vive en el alma de su pueblo, en el alma de Chile.

Discurso leído el pasado 20 de marzo en el Encuentro literario que se llevó a cabo en el Anfiteatro Simón Bolívar del Antiguo Colegio de San Ildefonso con la presencia de Michelle Bachelet, Antonio Skármeta y la autora de este texto. Coordinó el acto el Rector Juan Ramón de la Fuente.

Isabel Allende 
 

Publicado, originalmente, en: Revista de la Universidad de México  Nº 38 Abril de 2007

Revista de la Universidad de México es una publicación editada por la Universidad Nacional Autónoma de México

Link del texto:  https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/675e10ac-ee43-40bb-acd2-8bc4e70c5fdd/mujeres-chilenas

 

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