El fantasma de Congreso crónica de Ezequiel Alemian
|
Mario Levrero fue uno de los tantos escritores uruguayos que vivió y trabajó en Buenos Aires. Una composición de las voces de sus amigos, compañeros y de su hijo nos permiten imaginar cómo fueron aquellos días de este lado del charco. Dejando atrás “incontables proyectos fracasados y un inmenso trabajo de años, totalmente inútil" Jorge Mario Varlotta Levrero (1940-2004) dejó Montevideo en marzo de 1985 y se instaló en Buenos Aires para trabajar en una editorial de juegos de ingenio que su amigo Jaime Poniachik estaba poniendo en marcha. La editorial tenía sus oficinas en la calle Uruguay, entre Sarmiento y Perón: tres departamentos viejos, repartidos en pisos diferentes. Habían empezado como agencia, haciendo juegos para terceros (Gente, Siete días, Billiken,) y cuando Humor decidió cerrar Humor & Juegos se las ofreció. La revista empezó a salir como Juegos para gente de mente, tenía en su mayoría juegos matemáticos y de ingenio. Cuando en el mercado empezó a desplazarse hacia productos más estandarizados, como crucigramas, lanzaron tres revistas quincenales: Quijote, Cruzadas y Enigmas lógicos. “Éramos más una banda que una editorial”, recuerda Daniel Samoilovich, socio de Poniachik, ya fallecido. Levrero participó de este momento de cambió como integrante del equipo creativo, con Poniachik y Samoilovich, y quedó como secretario de redacción de Cruzadas. Creaba juegos, revisaba lo que mandaban los colaboradores y corregía las páginas. También se encargaba de hacer la liquidación de los colaboradores “Se adaptaba perfectamente al ambiente de trabajo de oficina, a los horarios. Era muy trabajador, preciso y eficaz. Más que todos nosotros. Calmo, era común que terminara una frase con el típico ‘en fin', esa especie de fatalismo irónico”, dice Samoilovich. Y agrega: “Una vez Jaime le encargó que hiciera un enigma lógico, una especie de cuento, donde se dan unos datos, unas pistas, y cruzando las variables el lector llega a la solución. Le pasó un esquema para que se guiara. Jorge lo resolvió enseguida, pero puso la solución bien al principio del relato, y después siguió con el cuento. Hizo varios de ese tipo. Debería sacarlos una editorial literaria, porque eran buenísimos". En Buenos Aires, Levrero vivió en dos departamentos. El primero, en Rodríguez Peña y Bartolomé Mitre, lo describe en Diario de un canalla. Era oscuro, como la mayoría de los que habitó en su vida y tenía un patio interno donde quedaban atrapados gorriones y ratas. El segundo estaba sobre Hipólito Yrigoyen, con entrada a la plaza del Congreso, pero interno, sin ningún tipo de vista. “Se movía siempre por la zona de Congreso", recuerda su hijo. Nicolás Varlotta, que vivía en Montevideo con su madre y venía seguido a visitarlo. ‘‘Es evidente que tenia que vivir cerca de su trabajo. para poder ir caminando, ya que evitaba el transporte público. Aunque me imagino que a veces viajaba en subte, sé que le gustaba mucho el olor tan particular que desprenden las bocas de subte. A pesar de moverse poco, tenía una vida social muy intensa. La vida social era importante para el. Hay gente con la que se relacionó durante toda su vida, como Elvio Gandolfo y Marcial Souto, y a partir de su etapa porteña, Eduardo Abel Giménez". Al llegar a Buenos Aires tenía varios libros publicados (Gelatina, La ciudad, La maquina de pensar en Gladys, Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, París, El lugar y Todo el tiempo, Aguas salobres) y una novela en mente, sobre una serie de experiencias'‘luminosas” que había vivido a raíz de una operación de vesícula. En Buenos Aires publicó Fauna/Desplazamientos;, EJ sótano y Espacios Libres, que ya tenía escritas y las historietas que historia con Lizán, Santo Varón y Los profesionales. Ricardo Me Allister, amigo y librero, recuerda que "cuando salía de trabajar solía darse una vuelta por Premier, donde yo trabajaba. Era la época en que los intelectuales volvían del exilio, y todos pasaban por Premier. Solíamos ir a comer a Bachín, o al Cervantes II. Tambien íbamos a alguno de los Pippo. Levrero hablaba poco y era muy agudo. Sus diferencias eran tan elegantes que no lastimaba a nadie. No dramatizaba, ni hacía lenguas de lo que le iba mal. Cuando se deprimía, se encerraba y aislaba. Tenía una manera muy uruguaya de ser sufrido, sobria. No le gustaba el sobreentendido de la progresía uruguaya. Creo que lo de Levrero fue un poco como lo de Macedonio con su círculo, como lo de Gombrowic con el suyo. Tocó la vida de mucha gente.” Entonces se mantenía el equívoco de considerarlo un escritor de ciencia ficción. Eso no le gustaba demasiado, aunque sus publicaciones en El Péndulo, que dirigía Marcial Souto, fueron muy importantes, y a partir de las que empezó a ser reconocido. “A partir de su experiencia en Buenos Aires, su manera de escribir cambió”, dice Variotta. “En Buenos Aires no podía escribir. Casi todo que publicó acá ya estaba escrito. En Diario de un canalla, (editado por primera vez en 1992) se desahoga de la incapacidad para escribir que tenía en ese momento Buenos Aires es un momento de crisis, en el que recurre a la forma del diario para poder comunicar las cosas que le pasan. Antes las cosas le salían. Antes no se tenia que obligar a escribir”. Siempre muy interesado en los fenómenos telepáticas, en los sueños premonitorios, Levrero practicaba la autohipnosis para curarse los dolores de cabeza. Creía en el aspecto científico de eso: la física cuántica, la medicina, la biología. En Diario de un canalla, las apariciones de animales en el patio de la casa deben ser interpretadas como mensajes del Espíritu. Con la paulatina automatización de la creación de juegos y crucigramas (hoy casi todos los hace un programa, sin intervención de autor), fue desmotivándose con el trabajo en la editorial. Dio un taller literario junto con Cristina Siscar, recurso al que volvería en Montevideo, y que no solo le proporcionaba un ingreso, sino que además movilizaba su vida social. Finalmente se retiró, dedicándose por un tiempo a hacer crucigramas para una agencia del exterior. En 1988 regresó a Uruguay. Se instaló en Colonia, donde no se sintió bien. Como testimonio de esa incomodidad está Dejen todo en mis manos, novela sobre un escritor al que contratan para encontrar a otro escritor, que posee un manuscrito que un editor quiere publicar. La búsqueda es en un pueblo que se llama Penuria, rodeado de nombres como Dolores, Angustia... En Colonia vivió con su pareja de entonces, Alicia Hoppe, y el hijo de ella. En 1992 se mudó a Montevideo, de donde ya no se movería. Su amigo Pablo Casacuberta le había regalado una de las primeras cámaras digitales, que le trajo de Japón. Todavía se conservan unas fotos que sacó desde su departamento en la ciudad vieja, el más lindo que tuvo. Son imágenes de gente borrosa, de grúas del puerto, de amigos que lo visitan, de los nietos. |
crónica de Ezequiel Alemian
Publicado, originalmente, en
Suplemento
Literario Telam - Reporte Nacional Año V Numero 234 / Jueves 26 de mayo de
2016
El primer lanzamiento de SLT, el Suplemento Literario Télam
fue el 21 de noviembre de 2011 en versión digital, y desde el 8 de diciembre, en
papel, cada jueves, junto al Reporte Nacional, el periódico de
la Agencia de Noticias, por decisión del por entonces presidente de Télam,
Carlos Martín García.
Link: https://ahira.com.ar/ejemplares/slt-n-234/
Gentileza de Ahira. Archivo Histórico de Revistas Argentinas que es un proyecto que agrupa a investigadores de letras, historia y ciencias de la comunicación,
que estudia la historia de las revistas argentinas en el siglo veinte.
Ver, además:
Mario
Levrero en Letras Uruguay
Editor de Letras Uruguay: Carlos Echinope Arce
Email: echinope@gmail.com
Twitter: https://twitter.com/echinope
facebook: https://www.facebook.com/carlos.echinopearce
instagram: https://www.instagram.com/cechinope/
Linkedin: https://www.linkedin.com/in/carlos-echinope-arce-1a628a35/
Métodos para apoyar la labor cultural de Letras-Uruguay
Ir a índice de crónica |
![]() |
Ir a índice de Ezequiel Alemian |
Ir a página inicio |
![]() |
Ir a índice de autores |
![]() |