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Prólogo a "El club de los melancólicos" de Delfina Acosta (Editorial Servi Libro, Asunción, octubre 2010)
por Tania Alegria

En "El club de los melancólicos" escuchamos una vez más la sonora voz literaria de Delfina Acosta, cuyo timbre de autenticidad trae al lector realidades, fantasías, leyendas y costumbres de la Latinoamérica profunda.

Lo real, lo imaginario y lo simbólico en la vida de Villeta, el pueblo paraguayo en el que pasó su infancia y adolescencia, y de donde brota el manantial de sus creaciones, dejan su impronta en la escritora Delfina Acosta, como lo dejaron los llanos venezolanos en Rómulo Gallegos, los campos de Guatemala en Miguel Ángel Asturias, Aracataca en el colombiano Gabriel García Márquez, Apulco de Jalisco en Juan Rulfo, Maracay en Arturo Uslar Pietri, Guayaquil en el ecuatoriano José de la Cuadra y El Cotorro, de Cuba, en Alejo Carpentier. 

Como en la obra de los demás exponentes del género literario denominado realismo mágico, que marcó decisivamente la literatura sudamericana del siglo XX, los personajes de la autora juegan con los elementos irreales como si les llegaran por la intuición o los sentidos, y fluyen en un tiempo cíclico en el que el presente y el pasado se entrelazan para formar el tejido de su narrativa. En los cuentos de Delfina Acosta se trasluce la verdad subyacente a ambos planos, lo real y lo fantástico, con el sentido metalingüístico de las claves del lenguaje en el propósito conceptual que García Márquez definió cuando dijo que “La verdad no parece verdad simplemente porque lo sea, sino por la forma en que se diga”.

Para configurar esa verdad reflejada en los entresijos de las tramas, la escritora emplea los elementos típicos de la vida pueblerina en el corazón de los trópicos, no describiendo sino mostrando a través de un léxico exuberante el escenario donde se desarrollan los acontecimientos: los caminos polvorientos, la impiedad del sol, la melancolía de la llovizna, la languidez de las tardes, el sosiego de las siestas, la molicie de los patios, el sabor de la fruta, la tibieza del té, el aroma de las flores, el zumbido de los insectos, los colores de las mañanas y de los atardeceres, el peso de las palabras y de las miradas, la vida que transcurre monótona en las casas donde los muebles se acomodan en la historia de sus dueños y las puertas y ventanas saben de quienes por ellas cruzan o a ellas se asoman. 

En la medida en que es verdadera la acepción de Tolstoi según la cual el autor que describa bien su aldea hablará del mundo, la escritura de Delfina Acosta es universalista. 

En el abordaje de las sensibilidades la autora descobija y muestra en su impúdica desnudez la más variada gama de sentimientos y emociones: desde el amor hasta el odio, desde la curiosidad hasta la intriga, desde el tedio hasta la exaltación, desde el vínculo más íntimo hasta la soledad más desamparada. Y en ningún momento de su narrativa se encuentra oculto el lirismo reconocido y admirado por quienes conocen la excelencia de su obra poética.

Cada uno de los cuentos que componen este libro es un derroche de sensaciones que gritan desde la vivacidad del lenguaje y la opulencia de la creatividad. En "El club de los melancólicos” el lector encontrará una muestra privilegiada de la narrativa de una escritora de extraordinario calibre cuya obra honra a las letras latinoamericanas.

Prólogo a "El club de los melancólicos" de Delfina Acosta
Tania Alegria

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