Muelle del puerto |
Mira, nuestra ensenada ahora está desierta. Ya no estamos. Estoy. Mitad insuficiente. Esta tarde no vemos en el iris del otro los destellos del sol que la marea verde hurtaba al horizonte y, en gesto de limosna, esparcía en las piedras cenicientas del muelle. Al reborde del dique asomábamos juntos, escudriñando el agua por saber cuán solemnes eran nuestras imágenes en el cristal manchado del río que anidaba la forastera suerte. Puerto de la aventura desde donde partían, preñadas de futuro, de oro negro y fiebre, las naves que cargaban nuestro hambre de mundo y que en aliados sueños hacíamos que fuesen -brazos de acero y plomo singlando el océano- rumbo a las cuatro esquinas de los mares agrestes. Todo era nuestro. Todo. Bienes y posesiones: los puntos cardinales del este al occidente, el espejo del mar, la infinitud del cielo, del universo el diámetro y de la tierra el eje. Mira, nuestra ensenada ahora está desierta. Sólo se escuchan pasos, los míos, en el muelle. Ya surgen las estrellas, una a una se exhiben, nadando en el azul, alegres como peces. Contemplo rompeolas hechos con mis pedazos que avanzan hacia ti y en tu ausencia se pierden. El silencio bucea en la oquedad del grito. En soledad desnuda miro al entorno; adrede callejeo las piedras pisando sueños náufragos con estas suelas rotas que me dejó tu muerte. |
Tania
Alegria
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