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Historia Universal de la Bronca. Sí.
Andrés Aldao

En recuerdo de Violeta Parra. Sí

Hay cosas que te dan bronca. Mucha o poca, pero te dan. La gente no puede vivir sin embroncarse, sin agarrarse una bronca de órdago. En el mundo añejo de las horas lerdas, en que la siesta era una cuestión de principio, y levantarse tempranito para ir al laburo era cuestión de ética prole, ya existían las broncas. Pero eran distintas, más razonables. Menos complicadas, comprensibles incluso. La bronca ha ido cambiando con los tiempos. Aunque se trate de la misma piedra sin pulir que se aloja en la boca del estómago, o cerrándote la garganta, o el esfínter anal, las broncas posmodernas están muy extendidas. Sí.

Los que hace mucho tiempo no trabajan siempre andan con bronca. Las mujeres de los desocupados, a diferencia de las hembras heroicas que sabían poner linda cara al mal tiempo, tienen la bronca pintada en la facha convertida en un vergel de arrugas prematuras. Los hijos de los embroncados también arrastran broncas, exacerbadas al ver a otros pibes y adolescentes engullirse hamburguesas de varios pisos, ir al cine cuando se les canta, comprarse adidas, bermudas, helados en verano, chocolate con churros en invierno.. Sí.

¿Y los otros? ¿Los pibes con bronca? Viven dedicados a contemplar con bronca acumulada el placer gozozo de los otros, cuyas bronquitas capitales son «¿Nos llevan a Londres o a Miami? ¿A la Costa de Sol o a Mallorca?» Los broncosos, en cambio, patean la redonda con furia redoblada, reventando pelotas porque la bronca se va concentrando en el dedo gordo del pie. Sí.

Los comprendo. Cuando yo nací, dicen que mi primera aparición en este valle de lágrimas la hice rojo de ira y gritando desaforadamente. Buscaron cientos de explicaciones a mi bronca precoz, a una bronca que, suponían, no tenía razones valederas, ni científicas, ni puntuales ni casuales, ni causales. ¡Cuán equivocados estaban todos, qué ciegos, madre mía! Sí.

Un día de noviembre, en el año 1929, se me ocurrió escurrirme del vientre de mi vieja. Durante años buscaron la clave del enigma en los horóscopos, en las más estrambóticas combinaciones astrológicas. Y nada. Aunque la respuesta estaba a la vuelta de la esquina. El 24 octubre de aquel extravagante año ocurrió un hecho que nadie enhebró con la bronca visceral de quien esto escribe: el hundimiento de la bolsa en Wall Street, la gran recesión estadounidense y la crisis económica mundial.

¿Cómo un tipo normal, sensible, hijo de inmigrantes proles, no iba a nacer embroncado en un mundo que desparramaba broncas y hambres hacia los cuatro puntos cardinales? Porque El que no llora no mama, como muy bien escribió uno de los más preclaros filósofos de la bronca, don Enrique Santos Discépolo. Sí.

¿Ahora comprenden por qué soy un experto, un perito, un desheredado de la fortuna con una bronca que podría denominar, incluso, congénita, genética, cinética? Ser un tipo atacado por la bronca me trae problemas, pero tiene sus ventajas, sobre todo en este feliz mundo posmoderno y globalizado.

La bronca puede ser causada por una úlcera (efecto) o, asimismo, puede provocar una –o varias – úlceras (causa). Algunos dicen que es un sentimiento (como el peronismo). Otros afirman que se trata de un estado de ánimo; hay quienes recurrieron a la teoría psicoanalítica, una melange de complejo de Edipo y efluvios de Medea. Los freudianos ortodoxos explican la bronca como un fenómeno general de la raza humana, provocada por la salida de los fetos a través de la vagina de las santas madres. Sí.

No respeta raza, religión, sexo, color de la piel, ojos y pelo, estado civil, edad. Y existen numerosos tipos y clases de bronca. Tenemos la bronca familiar y la bronca entre familias (un ejemplo famoso: capuletos y montescos); o la bronca que divide a un país (Braden o Perón, Clinton o Starr, católicos y protestantes en Irlanda, laicos y fundamentalistas en Israel). contamos con la bronca entre vecinos o tanos y gallegos, entre porteños y provincianos, y la del barrio norte y los de piel oscura, cabecitas negras, bolivianos, paraguayos, descendientes de los indios (estos sí que tienen una bronca de siglos), prostitutas y travestis, gringos y marginados, charlatanes y chorritos al paso. Broncas, broncas para todos los gustos. Sí.

La lista de broncas y derivados es más larga que la guía de teléfonos de Tokio, Madrid o Buenos Aires. Incluso en el menú gastronómico hallamos broncas célebres: está la bronca calabresa, la bronca medio caballo y la bronca completa, la bronca a la parrilla o las broncas a la Rossini, el omelete de bronca y cuchilladas, y broncas fritas o pasadas por agua. Repito: es un fenómeno multisectorial, universal y global. Sí.

En todas las áreas del planeta la burocracia del estado, de las empresas, la burocracia de cualquier cosa te toma de gil, de punto, de víctima. Te originan la bronca, o la chispa que la enciende. El verso de los que venden, cobran, amenazan, demandan; la procacidad de los políticos, los jueces, los abogados, los representantes del poder; la necedad bravucona del botón rata miserable y de toda la institución yutera; la viveza dos dedos de frente del tendero de barrio, la cajera del supermercado, el taxista, el colectivero, los que venden diarios y los que escriben en ellos, los papanatas de la televisión, los locutores de la radio y la TV: todo este mundo adornado con lentejuelas y cintitas macramé está construido para engrupirte, para venderte la droga globalizada, mucho más potente que la otra y para la cual no existen antídotos ni tratamientos que ayuden a superar la globadicción. Sí.

Este período que algunos idiotas califican como “el fin de la historia”, es una gran bronca, una bronca millonaria porque te comprime, te exprime y te revienta. Y luego te arroja a una alcantarilla denominada el hospital de alienados. Pero hay más piante afuera que adentro. Esta posmodernidad del fin de la historia te estruja las pelotas, no te deja cavilar y te demuestra que pensar es un acto estúpido, porque los inteligentes del planeta globalizado elucubran todas las soluciones imposibles para todos los problemas posibles. ¿Y esto no te da bronca? A la larga o la corta, broncás. Broncás como un loco furioso. Sí.

Por eso la gente anda con bronca. Porque no sabe cómo salir del pozo, dar un portazo y cerrarle el paso a los que deciden por la gente; que le indican qué comer, cómo masticar, cuando ir al cine, qué programas imbéciles debe ver en la televisión, cuántas cervezas puede tomar diariamente, sistemas sórdidos para fornicar. Lo más importante es no pensar –exclaman –: deje que la XX Company se rompa el coco por usted y le diga qué debe hacer. Y entonces nosotros, que muchas veces nos hacemos los giles porque no nos queda otra, nos agarramos una flor de bronca, una bronca de la puta que lo parió, mientras la sarta de eunucos mafiosos sigue lo más campante, chapando a diestra y siniestra. Sí.

¿Y saben como terminan esas broncas? En infartos, cánceres, trombosis cerebrales, separaciones de parejas, crímenes, mujeres y chicos golpeados hasta matarlos, incestos, violaciones, delirium tremens, drogas, locura, desapariciones, vivir en la calle. morirse de bronca. O a veces, agarrando un bufoso calibre 45 cargándose algún reptil degenerado, que ya no le va a hacer agarrar bronca a nadie. Sí.

Y allí, en la vereda de enfrente, están los que ganan con nuestra bronca, los que la provocan, los lúbricos bastardos que sólo piensan en sus beneficios, que explotan a chicos que a gatas levantan una cuarta del suelo, que invierten en prostíbulos infantiles, que dirigen la industria multinacional de la pornografía y estimulan los más bajos instintos de la criatura humana, estrangulados por la bronca, por la bronca universal que resume la indignación, la ignorancia, la ingenuidad, el dolor y las lágrimas del fin de la historia. Sí.

¿Pero saben qué? La bronca es como la lava de un volcán que aparenta estar apagado, inactivo e inocente. hasta que entra en actividad. Y entonces, mis queridos fratellos, desde las entrañas embroncadas de la tierra, la lava hirviente, ciega y colérica, en nombre de todos los marginados y excluidos que sobreviven con su bronca a cuestas, se esparcirá, iracunda y didáctica, sobre las laderas del planeta globalizado moldeado por las multinacionales, mientras allá arriba, en el cielo celeste, gracias a un milagro reo y prepotente se izará una bandera manuscrita con una ternura que de tan ardiente llegará a los cien grados Farenheit: «Broncudos y broncudas de todo el mundo, uníos!». Ese día, por supuesto, va a ser declarado «El día universal de la bronca». Sí

Todos los broncudos del mundo, entonces, liberados de esa piedra que nos acompaña desde que nacemos hasta que la parca nos engancha, vamos a vivir sin bronca y la categoría bronca va a cambiar de bando: todos los que nos jodieron desde la edad de piedra hasta nuestros días van a saber de una vez y para siempre qué mierda es la bronca, qué joda turbia es la vida de los embroncados. Sí.

¿Cómo decís? ¿Que esto que yo escribo es una utopía? Tal vez. De todas maneras reconforta, sí; te da ganas de vivir, sí; te hace pasar la bronca. Sí.

© Andrés Aldao
Autorizado por el autor el 3 de agosto de 2010 
Gentileza de Artesanías Literarias

www.artesanias.argentina.co.il 

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