En el recodo
(I) |
Quiero escribirte sobre el tema de tu enfermedad: me resulta más accesible hacerlo de este modo. ¿Te preocupa? En aquellos años de combates siempre pensaba que vos eras inmortal. Te veía extraer los Particulares livianos[1], prender el cigarrillo sin demasiado ansiedad, y eso agregaba puntos a tu personalidad. Era como sentirme protegida, mimada por la suerte: sólo me bastaba tenerte cerca. O saber que ese día podría estar a tu lado, acariciar tus cabellos encanecidos, siempre largos, aspirar la colonia con reminiscencias de hebras de tabaco que destacaban el aroma fuerte y varonil de tu cuerpo. Fueron los años duros. Ahora los percibo fugaces, distantes e irrecuperables. Es como ocurre siempre. Vivís sumergido en el ritmo que te imponen los otros, parece que aprendés de todas las macanas y lecciones que te da eso que llaman vida… Y sin embargo te pasan de largo, no les prestás demasiada atención. Quedan sumergidas en algún recoveco de la memoria, aunque yo fui incapaz de resumirlas, de no volver a pecar. Hoy ya sé que es ridículo pensar que toda esta sabiduría que acumulamos la hubiéramos podido aprovechar entonces. La experiencia no se aparea con el momento en que la hacés. Hay una maldita asincronía que siempre excluye lo que te enseña la vida. Como una ley que determina que lo que aprendés, y tu existencia, son dos líneas paralelas que podrían encontrarse – quién sabe, tal vez –en el infinito. Y claro, para uno es tarde. El infinito es la edad en que todo lo que acumulaste te puede servir para darles consejos a los demás. Y a los otros, caro amigo, tu sabiduría les importa un rábano. No creas que pretendo hacer un ajuste de cuentas con el pasado. Pasó bastante tiempo y al enterarnos de tu enfermedad diversos recuerdos retornaron a mí. Ya te lo dije: pensaba entonces que vos eras inmortal y ahora, al saber de tu enfermedad, pareciera que llegó el momento de cuestionar el axioma. Y cuestionarme un mito que quedó adherido a los recuerdos, la nostalgia, la memoria. Naturalmente, esa idea es un punto entre otros. Siempre vinculamos los recuerdos a personas, momentos, anécdotas. Además, una madura y cambia de perfil. Y te cuento cosas de las que no hablamos... No cambié de opinión. Incluso se me ocurrió que otro tipo se habría muerto y en cambio vos, aunque algo pálido, regresaste, volviste a mí. Eso fue lo que deduje. Y para festejarlo, pediste otro medio de la casa. ¿Querías impresionarme? Lo lograste. Suena ridículo, ¿no? Lo ocurrido esa noche me confirmó de que eras un tipo inmortal. Te escribo estas líneas luego de algunas dudas. No es un cumplido: pero tu imagen tiene tanta fuerza que a pesar del tiempo transcurrido no puedo evadirme; aún conservo la impresión de que estás metido dentro mío. De algún modo percibo una sensación de lejanía, de tiempo pretérito, y al mismo tiempo quise escribirte, confidenciarme con vos, confesarte algo tan íntimo y arcaico. Referencias: [1] Cigarrillos de tabaco negro muy populares en la Argentina. |
©
Andrés Aldao
Autorizado por el autor el 3 de agosto de 2010
Gentileza de Artesanías Literarias
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