Amigos protectores de Letras-Uruguay

 

Si quiere apoyar a Letras- Uruguay, done por PayPal, gracias!!

 

El hombre ansioso enciende un cigarro más
Margarita Aldanas

El hombre ansioso enciende un cigarro más, no puede ser que la mujer con la que habló hace veinte minutos se haya tirado de ese balcón tan alto, la lógica le indica que…por lo que hablaron no tenía en sus planes ningún intento menos suicida; se vuelve por la casa y sale por el barrio a esperar por una mujer que apenas puedo definir su edad, aunque sí dijo que tenía nietos, por tanto debe de andar por los setenta, debe andar por los sesenta, y le zumba a esta hora una controversia de cuentos con alguien que ya no debe de oír muy bien, o ver, en definitiva se está condenando a una historia que no es cierta, que sólo su cabeza piensa y se agita, debe pensar que tiene cierta paranoia, mejor rasgos esquizoide, sí, ahora también presume de psiquiatra.

Siente pasos que van subiendo la escalera, ya sabe que es la mujer la misma

que estuvo esperando, y que no tiene setenta ni sesenta, ni siquiera los veinte, es una mujer con una edad indefinida, una mujer desconocida en su propia tribu, que le hace pensar al hombre que todo es una gran equivocación, o alucinaciones de las que él padecía en aquel tiempo de rareza en su carácter, en aquel tiempo de maldades, y de las inseguridades que fluían como el mejor de los ríos. Pero el hombre la mira, y se queda perplejo y pregunta:

-Cómo te llamas?

-Alicia- Después de todo es hasta curioso-

-Después de todo qué-

-De mis fracasos-

-Ah, bueno, pero todos los tenemos-

-Sí, pero los míos son más que imperdonables-

-Realmente me da pena,. No sé qué decirle-

El la mira con la misma ingenuidad de la primera vez que vio a una mujer, él es un reincidente más de las leyes de los cánones, de los códigos, él la está mirando perplejo, lelo, tonto, atónito, ella ni siquiera se ha percatado de la insistencia del hombre buscándole los ojos, buscándole las palabras que no dice, y que él ya no atina a decir, ni a preguntar. Ella no es bella, ni siquiera es la mujer clásica linda, pero tiene algo en su rostro que impresiona, y que le da deseos de bailar un tanto porque para él es muy difícil, más seguro está que le saldría el paso. Ella lo va logrando todo, lo va transmitiendo y é se decide.

-Empezamos?-

-A trabajar, diría yo, qué más?-.

-Claro, podría hacer un café, digo yo no me haga caso-

-Es tímida?-

-No lo creo, aunque hay una cierta moda con la timidez –sí soy tímida-

-Entonces le gusta ser tímida?

-Realmente no es por proclamarme tímida, es por la moda-.

-Entonces le gustan las modas, los perfumes, las…

-A veces, otras…me van gustando-

-¿Qué le va gustando?

-Leer y hacer mi trabajo, es decir a eso vine-

-Perdone cuando quiera comenzamos.

Ella no se asoma ni a su propio exterior, está fría, y desde adentro de la casa sopla un viento que parece venir de la colina, un viento frío que la empuja y ella se acomoda en la mesa donde se ha sentado desde que llegó.

-Cuña, usted escogió?-

-Yo me quedo con el de la pierna-

-sí a mí me gustó, pero no es el mejor-

-Bueno, es como usted diga un poco, respeto lo que otros digan en estas cuestiones-

-Creo que es bueno, pero le faltan cosas-

-Entonces comenzamos-

Él vuelve a mirarla y tiembla, aunque ya se siente con olor a sándalo la atmósfera, con olor a incienso, con olores de más allá de todos, ella se vuelve a acurrucar en su propio cuerpo por el frío y el viento. Él ya no puede más ni con la mesa, ni la silla, ni siquiera con ella.

-Coño, me tienes loco!-

-Pero, por qué, qué he hecho?-

-Eso mismo, nada-

-No entiendo-

-Mire entre usted y lo que voy apuntando ya no puedo resistir más-

-Qué es lo que no resiste por mí y por lo que va apuntando-

-Sí, eso mismo que ahora mismo estoy pensando en sus piernas, en usted toda-

-¿Es casado-¿

-Eso no importa-

Es verdad, pero se vuelve infiel-

-Mi mujer no está-

-y qué quiere usted-

-Por usted lo que sea- Por usted lo juego todo –soy jugador, casi siempre gano-.

-Usted también me tiene loca-

-¿Cómo?

-Sí- que usted también me tiene loca-pero no puedo tengo…

El hombre se acaricia mientras la invita, un pantalón de una tela gruesa que no es posible ver más allá de los deseos.

-Pensé que usted se había suicidado-

-Porqué?-

-Tuve esa impresión al ver que no llegaba, o me advirtieron mal-

-De qué?-

-No mi paranoia y alguien que se lanzó por un balcón cuando usted venía-

Ella va sintiendo la misma sensación del hombre, tiembla despacio y mueve las piernas dentro de esos pantalones, mueve los ojos y pregunta cuando se produjo el Big Bang, mueve los brazos, y le falta un tanto para tocarle la piel, la baja. Se humanizan, pasan el sofocón, toman agua.

-Sí estoy de acuerdo-

-Con qué-

-Con la expansión del universo, con la corriente, hasta con mi suerte-

Vuelve el hombre a sentir, a pedirle quie no se mueva, que no se vaya. Que está solo y que se siente un pobre a Alicia le es difícil marcharse, se vuelve y mira al hombre, bajando la escalera tropieza, mira de nuevo, su mujer ni está en la casa. Eso puede ser todo, y en La Colina San Gabriel queda un hombre con todos los deseos…

Margarita Aldanas
Premiado en Bienal de Narrativa, Colón, provincia de Matanzas

 

Ir a índice de narrativa

Ir a índice de Aldanas, Margarita

Ir a página inicio

Ir a índice de autores