La herencia de magia andina 
Fidel Alcántara Lévano

En el Barrio “La Esperanza”, bucólico paraje moqueguano, tutelado por pétreas atalayas, SILVIA, pasaba sus días soportando el peso de la responsabilidad de cómo enfrentar el mañana sin más atributos que un entusiasmo indoblegable. Con sus hijos a cuestas, surgió la idea de realizar lo que menos se hace cuando se quiere triunfar: el estudio.

Con la incomodidad de múltiples necesidades y un oscuro panorama para echar a rodar una ilusión, no le quedaba otra salida que vencer las críticas y las miradas de asombro contra quien estudia en la madurez de su vida en pos de una superación para bien de la numerosa descendencia.


Con la incomodidad de múltiples necesidades y un oscuro panorama para echar a rodar una ilusión, no le quedaba otra salida que vencer las críticas y las miradas de asombro contra quien estudia en la madurez de su vida en pos de una superación para bien de la numerosa descendencia. No vivía inmersa en el mundo de los sueños porque era como vivir en un desierto y querer beber el agua fresca de la noria de la fantasía. Entre las añoranzas de su callado suelo y el vaivén ensordecedor de la ciudad, se tejían los augurios de felicidad. Subsistía la desesperación del que nada tiene y todo le faltaba y era cuando el aliento de DIOS cobraba vida en los instantes de desesperación y angustias. Estaba con las manos atadas ante el ataque del infortunio y era para ella igual que morir a pausas y estar a la espera de la fosa común. La existencia divina está llena de sorpresas y el sentimiento se despierta en medio de eternidades cristalinas y se divisa por la grieta del tiempo, un cúmulo de esperanzas que aparecen reconfortantes de vida. Los deseos de nuevas mañanas, no vienen cuando la noche se despide, empieza cuando se aclara el panorama con una sonrisa y el horizonte se ilumina con los rayos de esperanzas que brotan del alma pura de remembranzas increíbles. El amor de ayer no muere cuando fue verdadero. El amor de hoy se acaba si es pasajero.

No se puede amar al rayo fugaz de emociones que embriaga al ser. A veces el amor prohibido es más dulce porque todo lo secreto tiene un encanto embriagador y sutil. Entre el deseo de trascender en medio del desierto de motivos ajenos y la duda de no aprender por ser un poco tarde, por fin fue llegando el primer día de clases en un abril castigado por los rayos, otoñales del tiempo.

Era la mayor de todos los alumnos y desde un inicio que conoció al profesor Claudio, surgió una rara pero hermosa y espiritual atracción entre ambos. La ternura, simpatía y carisma del educador, abrió una brecha en su corazón que le fue imposible de olvidar, por la que las clases se convirtieron en un eterno recreo en vista de los lazos inesperados que los había unido desde el primer instante. Siempre conversaban de sus cosas por largas horas. Se volvieron confidentes de sus sueños no realizados. La afinidad los juntaba en las horas de soledad y alegrías. Las clases transcurrían de la mejor forma, los meses iban pasando hasta que ya iba a culminar el año escolar. Por eso el profesor les dio a todos los alumnos, la tarea de hacer un trabajo manual. Silvia se decidió a confeccionar una ropa típica de la parte alta que se le conoce con el nombre de Larama( todo de color negro con montera plateada y se usa en la parte altoandina de Moquegua) y la que iba a lucirla decidió que fuera una graciosa muñeca. La hizo con tanta dedicación y esmero que al final fue calificada como el mejor trabajo y logró impresionar a todos empezando por el profesor.

Ambos decidieron llamarla con el sugestivo nombre de “Magia Andina” y le vaticinó que con la destreza que tenía, muy bien iba a ganar cualquier concurso e inclusive con el trabajo, por su originalidad y realismo; podría obtener un préstamo de alguna entidad bancaria con la cual se dedicaría a fabricar en serie la ropa y de esta manera aseguraba su futuro. Sus palabra fueron proféticas porque al acabar las enseñanzas, se hizo realidad y al lograr un préstamo empezó a producir en cantidad, como para negocio lo que le fue un éxito porque hasta tuvo que poner sucursales en otras lugares por la gran acogida que tuvo.

En las continuas reuniones se cimentó más la amistad y en un arranque inexplicable y misterioso, en memoria al afecto que los unía; se hicieron un extraño juramento de honor y que solamente lo sabrían los dos y que tenían que cumplir mutuamente al que la muerte le llegase primero.


Sucede que por cosas del destino y en vista que DIOS es el que dispone. El bueno de Claudio fue llamado inesperadamente a los brazos del Señor, lo que causó profunda consternación en Silvia, por tan irreparable pérdida. Como todo fue de un momento a otro porque los accidentes nunca avisan, Silvia hizo lo imposible para conseguir la tela aparente y trabajando día y noche se confeccionó un Larama y luego a duras penas consiguió un ramos de rosas rojas. A última hora tuvo todo a la mano. Justamente a las 3 de la tarde cuando ya se lo iban a llevar al camposanto; se hizo presente de un momento a otro en el lugar donde estaban velando los restos del tempranamente desaparecido Claudio. Había una multitud impresionante de acompañantes, representantes de instituciones públicas, sus familiares, amigos íntimos. Cuando de pronto hizo su ingreso Silvia, toda majestuosa e imponente y distinguida. Al ver la vestimenta de colores sugestivos donde sobresalían las polleras de color negro, la blusa azul, un hermosa montera plateada, que llevaba puesta; todos se quedaron atónitos y fijaron directamente sus ojos en ella porque les causó asombro y admiración por ser la única mujer vestida de esa manera en pleno sepelio. Se acercó al féretro lentamente con su ramo de rosas entre los brazos y al verlo sin vida, ante su tétrica palidez; las lágrimas asomaron irremediablemente por sus mejillas y no pudo contener el llanto. Se abrazó del féretro entre sollozos abrumadores y le demostró en menos de un segundo que le parecieron siglos; lo mucho que lo quería y que lo iba a extrañar por todos los días de vida que le quedaba por vivir.

Así de esta manera Silvia cumplió fielmente con el juramento que en una tarde romántica se hicieron en vida del cual solamente ellos no más sabían. Si Claudio moría primero, Silvia se iba a vestir con la ropa de Larama y si le tocaba a Silvia, él iba arrojar un clavel rojo sobre su féretro al momento que entraba a la fosa eterna.

Silvia hoy sigue luchando por la vida pero conserva la nostalgia, que no habrá nadie quien le arroje un clavel rojo cuando le llegue el último adiós

Fidel Alcántara Lévano

Publicado: Moquegua, 15 de octubre de 2007
Gentileza de "El Mariateguino"
http://www.ujcm.edu.pe/mariateguino/index.php

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