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La cultura en la España en los 40. La novela

Lic. María del Carmen Alba Moreno y Rafael Quintero Medina

Departamento de Historia.

Universidad de La Habana 
mariac@ffh.uh.cu
 

De particular interés es el nacimiento, después de determinados procesos socio-históricos que marcan hondamente la sociedad, de obras, autores o movimientos que son la respuesta o el fruto de esos cambios. Es así que uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX y que sin dudas es un parteaguas en la historia española, la Guerra Civil entre 1936 y 1939, reorientará el rumbo de la vida política, social y cultural española hasta nuestros días.

 

Los años del gobierno republicano fueron difíciles, y entre 1931 y 1939 se fueron enfrentando distintas fuerzas políticas e ideológicas que polarizaron al país en sectores de derecha e izquierda, lo que culminó en el terrible desencadenamiento de la Guerra Civil en 1936.

 

El levantamiento militar, el 18 de julio de 1936, fue apoyado por sectores de la gran burguesía y los terratenientes, y creó durante los años de la guerra una división del pueblo español en dos campos irreconciliables, de los cuales salió vencedor el golpe militar contra el gobierno republicano legalmente constituido.“(…)el alzamiento nacional, integrando el ímpetu falangista, las pretensiones monárquicas y los sueños tradicionalistas, desbarataba una republica fracasada. Los militares sublevados compartían una tradición patriótica que identificaba el catolicismo con las expectativas culturales del propio ser de España.”[1]

 

Ya desde plena guerra civil cada bando fue tomando las medidas necesarias para aplicar políticas culturales afines a sus directrices políticas, en uno y en otro la cultura fue un arma más: “la guerra en España, por su índole y por sus causas, no permitía la neutralidad. Era consecuencia de la división del mundo pero también culminación de la trágica división de las dos Españas.”[2] A dicha situación no escapó la narrativa, aunque esta al término de la guerra sufrirá notables cambios.

 

Con la caída de la República en 1939 y la instauración de Francisco Franco al frente del estado español, la cultura en el país quedó sujeta a la política oficial del régimen y a uno de sus más firmes pilares, la Iglesia Católica.

 

El mundo de la cultura quedaría dividido entre lo que se conoció como la “España Peregrina”, constituida por aquellos intelectuales que forzosa o voluntariamente tuvieron que exiliarse, y por los que afines por sus ideas o a cuenta y riesgo de sus vidas y carreras, permanecieron dentro de España bajo la dictadura de Franco.

 

Al adentrarnos en el estudio del caso español, podemos apreciar determinadas características en el plano cultural similares a otros casos en la historia cuando determinada sociedad pasa por un proceso de cambios violentos y desemboca en regímenes unipersonales o totalitarios. Desintegración del anterior panorama cultural, formación de nuevas políticas culturales en función del nuevo estado, exilio de intelectuales, enajenación, adhesión o enfrentamiento, directo o no, a la nueva realidad, son algunas de estas características.

 

Francisco Franco y su régimen son hoy referencia obligada para enmarcar cualquier análisis histórico-social de España entre 1939 y 1975, etapa cuyo final y herencia han ejercido y ejercen una influencia considerable sobre el comportamiento político y social de los españoles.

 

Si Franco se mantuvo en el poder por casi cuarenta años, imponiéndose a las presiones internacionales, a la actividad de una creciente oposición interna y a la evolución inexorable de la sociedad española, se debió fundamentalmente al hecho de que la Guerra Civil española había supuesto una quiebra histórica sin precedentes en el país, y que los sectores sociales beneficiados por la victoria tenían demasiada la situación a su favor como para no apoyar al hombre que disfrutaba del respaldo del ejercito. Franco solo resignó su mando ante su muerte, y aunque el régimen padeció un progresivo desgaste a lo largo de su existencia, al final ni siquiera la formidable conjunción de todos sus adversarios logró provocar la ruptura política que entregara sin dilación el poder a las fuerzas democráticas.

 

El concepto cultural y espiritual fundamental del régimen partió de la Iglesia Católica, cuya jerarquía se lanzó desde los primeros momentos a la defensa de los sublevados, refiriendo como “cruzada” y “guerra santa” la lucha contra los “herejes republicanos”. Se abandonaron los avances sociales y culturales de los años republicanos, se restablecieron todos los principios de la catolicidad, la enseñanza religiosa obligatoria y se restableció la función social del clero.”La ideología clerical-autoritaria brilla así cegadoramente en la España de los años 40”.[3]

 

En las nuevas condiciones en que se encontraba el estado español, comienza a ampliarse un proceso de reformas que tenía su génesis en los años que duró la guerra. Una serie de medidas vendrían a cambiar todo el ámbito del mundo social del país. Entre las primeras medidas educativas y culturales, está la fuerte depuración de institutos, escuelas de profesores, universidades y el cuerpo de maestros nacionales, tras lo cual la cultura se impone por decreto al servicio del nuevo estado. “En cuanto a la realidad cultural, se rompió oficialmente todo contacto con el liberalismo europeo, siempre en defensa de una ortodoxia ideológica uniforme-religiosa y política, inexorablemente unidos-, en busca de las raíces casticistas de la España eterna.”[4]

 

El régimen mantuvo a los españoles en una frustración cultural y una indigente toma de conciencia política, a través de un control absoluto de los mecanismos de educación y propaganda, con un modelo de enseñanza autoritario, así Franco se apoyó en una mayoría ausente dominada por la apatía política y encerrada en el ámbito de su vida privada.

 

El Estado eliminó del concepto de nación, el sentido romántico de comunidad espontánea vivida y lo sustituyó por el de unidad histórica. El nacionalismo franquista hizo una reinterpretación parcial de la historia, revitalizando los elementos comunes del mosaico español y suprimiendo los aspectos diferenciales y los particularismos no folklóricos: para apuntalar ideológicamente al régimen se manipuló el pasado.

 

En la acción oficial por crear una nueva cultura que representase y no pusiera en duda la legitimidad y los intereses del nuevo gobierno, se organizaron organismos e instituciones que amén de perseguir esos objetivos, aglutinaron una parte de la intelectualidad española que permaneció en el país.

 

El 24 de noviembre de 1939 se crea el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con una estructura rígida de patronatos e institutos, con el fin de promover la investigación, que en humanidades consolida la labor y los nombres de Antonio Ballesteros, Elías Tormo, Manuel Gómez Moreno, Francisco Javier Sánchez Cantón, Dámaso Alonso y García Gómez.

 

Durante la guerra ambos campos contendientes organizaron las condiciones necesarias para impedir la destrucción de obras de arte. El gobierno nacional organizó la Comisaría de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional, dependiente de la Dirección General de Bellas Artes, sucediéndose después de la guerra las labores de recuperación de lo perdido, exportado u oculto, y restauración de lo dañado.

 

Fue pues, la década de 1940, el período de la cultura de la autarquía,  un mundo donde los ciudadanos habían quedado desprovistos de todos los derechos, y en el cual las noticias oficiales a las que accedía mostraban una situación social en la que el hombre común no se reconocía, no reconocía su mundo circundante.

 

Es así que la poesía, el teatro, la novela, y los otros medios de difusión cultural, se van tornando de una manera sutil, en el escape o la vía de reflejar esa realidad, cada uno desde sus particularismos. Aunque sin dudas uno de los elementos culturales mas importantes de la década del 40 es, a pesar de ser una generalidad el panorama desolado con el lastre censor del gobierno, el surgimiento de nuevos novelistas que macarán un giro en la narrativa española.

 

  “Tras los años de guerra, la literatura tiene necesariamente que resentirse de la dramática ruptura de la unidad nacional. Los (escritores) que voluntaria o forzadamente se quedaron en España escriben bajo la presión de un ambiente totalitario. Los que salieron (al extranjero) viven en el destierro con la nostalgia de la patria lejana, la amargura de la derrota y separados de las fuentes primarias de toda creación literaria, el suelo y la lengua del escritor.”[5]

 

“Por lo que se refiere a la estricta producción literaria, se hace preciso señalar el abandono de todo contenido critico, el vuelco hacia formas tradicionales y una temática al margen de la historia, rigurosamente escapista, (…)”, pero” [6] una obra irrumpe de improviso en el mundo literario de posguerra para estremecer con su apasionamiento y acuciante problemática el idílico paisaje: “La Familia de Pascual Duarte” de Camilo José Cela.

 

Aun así, entre las definiciones primeras que podemos establecer sobre la narrativa española de la década de los 40 y comienzos de los 50, estarían las siguientes:

 

 “los novelistas rompen con el realismo critico anterior a 1936, la esterilidad y la reiteración mediocre constituyen regla general, con contadas excepciones, iniciadas por el Pascual Duarte de Cela (1942). La oquedad vital, el provincianismo, la inadecuación o el anacronismo de las formas narrativas, son características de la época, al tiempo que, muy lentamente y pese a la existencia de una censura demoledora, se camina hacia un nuevo realismo, en una marcha que se acelera notablemente cuando entran en escena autores mas jóvenes, los hijos de quienes hicieron la guerra civil.” [7]

 

Colateralmente a los rumbos que se empiezan a abrir en la inmediata posguerra, sobrevive una corriente realista aferrada a los viejos moldes del siglo XIX. En momentos en que en continuidad con la tendencia rehumanizadora de los 30, se corta el paso a la experimentación formal y el jugueteo intelectual, y en que la nueva situación política ha acabado con el realismo de orientación critica de preguerra, no es extraño entonces que hubiesen escritores que siguieran los causes consolidados  por la tradición.”A menudo, ese tradicionalismo artístico va ligado a una actitud ideológica también conservadora o, cuando menos, muy moderadamente liberal.” [8]

 

Muchos de los autores que encaminan su producción por el realismo tradicional se apegan tanto a él que no son capaces de variar siquiera años después cuando en los 60 triunfen las nuevas formulas experimentales.”Los primores del estilo, las ocurrencias ingeniosas, los experimentalismos técnicos, la densidad ensayística, es algo que diríase no va con ellos.”[9] Otros en cambio, que en su primera etapa se acogen a esta tendencia, evolucionarán hacia las nuevas fórmulas con las que alcanzarán su consagración definitiva, tal es el caso de Miguel Delibes.

 

Con los nuevos narradores “hay otros que, situándose también al margen de las tendencias del momento y sin desmarcarse por completo del realismo, obedecen más o menos abiertamente a un imperativo de selección, y tienden a una novela estética, en la que el refinamiento y la calidad de la prosa son valores sustantivos.”[10] A algunos de estos autores se les aplica el calificativo de narradores-poetas.

 

Se desarrolla también durante la posguerra una novela humorística, que sin dudas, por las condiciones externas de la sociedad, se apega a una postura conformista que se abstiene de adentrarse en profundidades sociales y de confrontar abiertamente al nuevo orden político. Sus creadores tienden a limitarse en sus criticas y aunque “ciertamente se trata de un humorismo inocuo que no pretende remover las estructuras fundamentales, son muchas las ocasiones en que se ponen en evidencia los mecanismos sociales represivos que coartan la libertad del individuo, y esto conlleva una critica implícita.[11]

 

Puede afirmarse, sin embargo, que la aparición de unos cuantos novelistas jóvenes es el único fenómeno saliente en la literatura de estos últimos diez años. Este renacimiento de la literatura narrativa se caracteriza en conjunto por la tendencia  a devolver a la novela el contenido humano y realista , psicológico y social, que había perdido, no como mera vuelta a un realismo decimonónico sino conservando en el estilo algunas de las conquistas hechas por la sensibilidad contemporánea.”[12]

 

Las primeras formas de renovación en el interior de la corriente realista, llevaron a una corriente que se acuñó con el nombre de Tremendismo, dado por Antonio de Zubiaurre. Esta corriente esta ligada a obras que exhiben las calamidades de la guerra, pero también a otras que develan el drama humano más profundo. A la cabeza de ellas se ubica “La familia de Pascual Duarte”(1942) de Cela, explosión literaria dentro del estanque narrativo español, que empieza a mostrar los rasgos de la apertura hacia un realismo existencial, aunque años más tarde se discuta sobre si se debe identificar o no a ambas corrientes, tremendismo y realismo existencial.

 

En estas obras de la narrativa española, y como tendencia general, esta corriente (realismo existencial), no se encamina hacia la interpretación metafísica, sino que busca en el orden vivencial de las situaciones reales, por lo que muestra un apego especial por los conflictos sociales, girando sobre dos temas fundamentales: la incertidumbre de los destinos humanos y la ausencia de comunicación personal. “El novelista tropieza a cada momento con esa insuficiencia de la vida en su país para el desarrollo de sus posibilidades humanas, en el momento en que se enfrenta a los problemas de la existencia, tiene que tomar en cuenta esa condición opresiva de las circunstancias nacionales y su efecto sobre los deseos y aspiraciones de sus personajes”.[13]

 

En la inmediata posguerra nos encontramos las dos obras maestras por excelencia de la novela existencial española, “La familia de Pascual Duarte”, de Cela, y “Nada”, de Carmen Laforet, a las que se les unirá en 1948 “La sombra del ciprés es alargada”, de Miguel Delibes.

 

El “Pascual Duarte” de Cela es una novela desmitificadora, problemática y realista al mismo tiempo, de expresividad fuerte y agresiva, poseedora de un patetismo oscuro y estremecedor, con ecos de Galdós, Baroja, Valle-Inclán y Solana.”Cela concibe la novela inserta en la corriente de la vida, -es la fe de la vida de un pueblo y de un momento, interpretados ambos literariamente. En tanto que camina la vida, cabe pensar que las páginas que caminan a su ritmo son las páginas de una novela-.[14]

 

Existencialismo, determinismo naturalista y tremendismo integran la poderosa narración de Cela.[15]Es así que la totalidad de la producción celiana es una inmensa visión deformada, nihilista y rechazante de la realidad colectiva de España, sobre todo de esa realidad inmediata de la posguerra. Con su técnica narrativa, lo que pudiera parecer que se pierde en hondura se gana a la hora de representar una realidad, que para él es despreciable y rechazada, como en “Pascual Duarte”, donde esta se muestra áspera, entrañable y dolorosa, donde el protagonista está inmerso en un entorno opresivo de principio a fin.

 

La familia de Pascual Duarte” tiene como protagonista a un antihéroe, un completo marginado en todos los sentidos, que, para más INRI, acaba sus días en el patíbulo,-yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para hacerlo-. Esta claro que la intención del autor es convencernos de la inocencia del personaje y dejar constancia de la responsabilidad que, respecto a su conducta le corresponde al entorno familiar.[16]

 

Pascual Duarte es un criminal-victima, cuya maldad es reacción ante la de quienes le rodean. Se plantea un conflicto existencial de las relaciones del hombre con su entorno, con la intención de presentar la vida como aislamiento, ante lo cual el protagonista reacciona violentamente por su incapacidad de comunicación significativa con los demás.

 

Por otra parte se vislumbra un enfoque social que no se halla explícitamente desarrollado, porque el protagonista no es solo víctima de su familia, sino de una sociedad inculta y primitiva que sacrifica a otros como él, por lo que podemos considerar su caso, resaltado, como símbolo, a pesar de que autores como Sanz Villanueva nieguen este carácter y justifiquen esta relación por “concomitancias históricas”.[17]El desgarro existencial que alienta en la novela no se traduce en excesos lingüísticos, lo que más nos conmueve es la forma cruda y directa en que se nos revela ese panorama atroz.”[18]

 

En 1945 ve la luz “Nada”, de Carmen Laforet, obra desde cuyo título se nos anuncia de manera simbólica la insustancialidad de su mundo y personajes.

 

“Nada”, es otra piedra miliar en la narrativa de la postguerra, coincidente en buena medida con la ola de seudoexistencialismo, con sus toques de tremendismo, (lo que no hubiera sido posible sin la anterior aparición de Pascual Duarte).Con una forma narrativa tradicional, con una expresividad lingüística fluida, sencilla y un tanto ramplona, en Nada nos adentramos en la asfixiante atmósfera de un universo cerrado, el de una familia de clase media barcelonesa.”[19]

 

“Es una novela sobrecogedora en la que asistimos a la tortura cotidiana de una criaturas atormentadas, cuya vida es un infierno en el que anidan turbios secretos que atizan la discordia. Corre por sus páginas el estremecimiento de un dolor íntimo e inevitable que por diferentes causas sufren intensamente las seis personas que, unidas por el parentesco y separadas por el desvío, conviven en un destartalado piso de la barcelonesa calle Aribau, (donde), la vida y las relaciones humanas se presentan como una experiencia muy poco gratificante, que sólo genera hastío.”[20]Los componentes de esa familia son, en efecto, seres anormales, sádicos unos y masoquistas otros, frustrados, apocados y grises todos ellos.”[21]

 

Es así, esta novela, una obra cuya trama aparentemente trascurre en el espacio-tiempo de un año, en la ciudad de Barcelona, sus calles y la universidad, pero el escenario real es la casa familiar, donde ocurren las vivencias decisivas de Andrea, la protagonista. Microcosmos que exhibe, con la ciudad como fondo, el desgajamiento existencial y psicológico en el que ha quedado la sociedad española tras la guerra, a través de esta familia que incorpora en su conjunto la atomización de sentimientos y concepciones, frutos de una realidad y contexto histórico, que sin dudas, los ha conformado y deformado.

 

Por su parte, Miguel Delibes, inserto en el conocido marco existencial y desolado, se transforma lentamente, llegando a ser un gran valor dentro de la categoría literaria, muy superior a todo lo creado en el amazacotado y gris panorama de posguerra. Consigue con

 “La sombra del ciprés es alargada” (1948), una: “narración tradicional en cuanto a andadura y recursos expresivos, novela desolada, fría y sombría – recuerda en este sentido ciertos aspectos de Nada- en una ciudad de Ávila no “protegida” por sus murallas, sino “encerrada” por ellas, con un único camino posible, el que conduce hacia el cementerio, hacia la muerte, todo lo cual se hace aun más deprimente por referirse a una infancia también desolada.”[22]

 

Con esta novela se inicia la producción de su obra,”muchos ingredientes fundamentales de esta primera producción pasarán a ser una constante en (él), la muerte, la infancia, la soledad, el alma de Castilla. (La angustia ante la muerte es la esencia de la obra), es precisamente esa idea obsesiva la que impide al protagonista integrarse a la vida.”[23]

 

Todo el relato de Pedro, el protagonista, está influido por un trascendentalismo, recogido en todas las sombrías cavilaciones y actitud final de resignación, efecto de una filosofía de la renuncia, que enseña el maestro, Mateo Lermes, sustentada en la fe religiosa, y que define la cosmovisión del protagonista a través de la antítesis, sombra del pino versus  sombra del ciprés, es decir, vida versus muerte.

 

“A Delibes le preocupa la semilla de discordia que anida en nuestra sociedad. Las huellas de la guerra se hallan presentes en muchas de sus novelas, de principio a fin de su trayectoria. Abomina siempre de esos absurdos enfrentamientos que solo generan destrucción y clama por erradicar cualquier manifestación de intransigencia. Aunque (él) no cree en la idoneidad de unas divisiones que encierran un propósito simplificador, son muchos los intentos de clasificación a que se ha sometido su obra. En un primer momento (y hasta la primera mitad de los años 50) son notas definitorias la tendencia al análisis introspectivo, un argumento susceptible de ser contado, un protagonista insolidario que defiende su individualidad.”[24]

 

Con estos tres autores, hemos recorrido lo más trascendental de la creación narrativa española de los cuarenta, que jóvenes al fin, insertaron nuevos valores literarios y contenido en sus obras, para abrir nuevos cursos en el camino de la novelística.

 

El segundo ciclo de la novela de posguerra abre y es impulsado precisamente por una obra de Camilo José  Cela, “La Colmena”, publicada inicialmente en Buenos Aires en 1951, y se caracteriza por la acentuación del realismo. Esta obra de Cela es solo el preludio de la transformación generalizada a la que asistirá la novela española a partir del segundo lustro de la década de 1950.

 

 La difusión de las obras de intelectuales españoles que por menos conocidos, no son menos importantes, nos devela aspectos de una España que no fue la “peregrina” que recibimos en América, ante los ojos de todos humillada y maltratada, sino de otra que también fue herida en lo más profundo de su ser, y que exhibe aun hoy bajo su piel las cicatrices de una época que en esencia nunca perdió su carácter opresivo y tiránico, amen de los cambios que experimentó con los años la dictadura de Franco.

 

Notas:

 

[1] Fernando García de Cortázar y José Manuel González. Ibídem, p.

[2] Ángel del Río. Historia de la literatura española. vol.2.Desde 1700 hasta nuestros días .La Habana, Edición Revolucionaria,1966, p.268.

[3] Carlos Blanco Aguinaba. Historia social de la literatura española en lengua castellana.(3vol.)Madrid, Editorial Castalia, 1979, p.80.

[4] Carlos Blanco Aguinaba. Ob. Cit, pp.78-79.

[5] Angel del Rio. Ob. Cit, p.269.

[6] Carlos Blanco Aguinaba. Ibìdem, p. 81.

[7] Carlos Blanco Aguinaba. Ob. Cit, p. 91.

[8] Felipe B. Pedraza Jiménez. Manual de literatura española. XIII. Posguerra. Narradores.(s.l.), Cènlit Ediciones, 2000,p. 155.

[9] José Maria Martínez Cachero. La novela española entre 1936 y el fin de siglo. Historia de una aventura. Madrid, Editorial Castalia, 1997, p. 79.

[10] Felipe B. Pedraza Jiménez. Ibídem, p.155.

[11] Felipe B. Pedraza Jiménez. Ob. Cit, p. 156.

[12] Angel del Rio. Ob. Cit, pp. 272-273.

[13] Felipe B. Pedraza Jiménez. Ob. Cit, p. 159.

[14] Felipe B. Pedraza Jiménez. Ibídem, p. 172.

[15] Carlos Blanco Aguinaba. Ob. Cit, p. 107.

[16] Felipe B. Pedraza Jiménez Ob. Cit, p. 182.

[17] Santos Sanz Villanueva. Historia de la novela social española(1942-1975).2 vol.. Madrid, Ediciones Alambra, 1980, volumen 1, p.258.

[18] Felipe B. Pedraza Jiménez. Ibídem, p. 183.

[19] Carlos Blanco Aguinaba. Ob. Cit, p. 110.

[20] Felipe B. Pedraza Jiménez. Ob. Cit, p. 336.

[21] Carlos Blanco Aguinaba. Ibídem, p.110.

[22] Carlos Blanco Aguinaba. Ob. Cit, pp. 111-112.

[23] Felipe B. Pedraza Jiménez. Ob. Cit, p. 440.

[24] Ibídem, p. 435.

 

por Lic. María del Carmen Alba Moreno
Departamento de Historia.
Universidad de La Habana 
mariac@ffh.uh.cu
 

 

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