País Chúcaro. |
En la poesía de Juan Carlos Alarcón todo pasa primero y antes que nada por el cuerpo. País Chúcaro (2006) es un conjunto de momentos que nos recuerdan que estamos hechos de tiempo. Se trata de una poesía que narra. Micro relatos. Alarcón sabe que las palabras salpican. Pocas bastan para condensar la experiencia de un caminante que recorre una trayectoria hacia atrás para justificar la pisada del presente: Quizás es verdad que el pasado me condena / y, el presente, es una cicatriz que nunca cicatriza… Sus poemas trabajan con “la palabra ungüento”, la que puede dulcificar una yaga lastimera no por penosa, sino por la persistencia del recuerdo que sostiene. Es un escritor marcado a fuego por los sueños del pasado. Se resiste a soltarlos porque ellos se encargan de volar a su ventana para que los escriba. Como si el recuerdo de una batalla perdida lidiara con el presente porque éste no es más que la ocasión de reincidir en el intento de su definitiva plasmación. Sabe traficar del pasado lo mejor que aún se tiene. También nos advierte, que la prisión que es todo recuerdo puede cimentar nuestros destinos. La fuerza de su poesía reside en habitar esa pequeña muerte que significa el exilio. En su destierro palpita ese otro destierro final al que todos nos encaminamos. Nos hace saber que nuestro presente también nos convertirá en desterrados transformando el ahora en pasado. |
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En ese desfasaje algo de nosotros se perderá, pero algo también podremos arrastrar. Una de esas cosas que Alarcón hace latir en el presente es su tierra. Tal vez, la lejanía de “la Patria” nutrió a la nostalgia y ésta ilumina un rostro imposible de no sentir. Si la vida puede conjurarse pensándola como una serie de accidentes, Alarcón, que probó el amor, no se cansa de querer estrellarse en él nuevamente. De todas las cosas que elige llevarse del ayer está la promesa de un encuentro, forma preferida del Amor. En la poesía de Juan Carlos Alarcón todo pasa primero y antes que nada por el cuerpo. País Chúcaro (2006) es un conjunto de momentos que nos recuerdan que estamos hechos de tiempo. Se trata de una poesía que narra. Micro relatos. Alarcón sabe que las palabras salpican. Pocas bastan para condensar la experiencia de un caminante que recorre una trayectoria hacia atrás para justificar la pisada del presente: Quizás es verdad que el pasado me condena / y, el presente, es una cicatriz que nunca cicatriza… Sus poemas trabajan con “la palabra ungüento”, la que puede dulcificar una yaga lastimera no por penosa, sino por la persistencia del recuerdo que sostiene. Es un escritor marcado a fuego por los sueños del pasado. Se resiste a soltarlos porque ellos se encargan de volar a su ventana para que los escriba. Como si el recuerdo de una batalla perdida lidiara con el presente porque éste no es más que la ocasión de reincidir en el intento de su definitiva plasmación. Sabe traficar del pasado lo mejor que aún se tiene. También nos advierte, que la prisión que es todo recuerdo puede cimentar nuestros destinos. La fuerza de su poesía reside en habitar esa pequeña muerte que significa el exilio. En su destierro palpita ese otro destierro final al que todos nos encaminamos. Nos hace saber que nuestro presente también nos convertirá en desterrados transformando el ahora en pasado. En ese desfasaje algo de nosotros se perderá, pero algo también podremos arrastrar. Una de esas cosas que Alarcón hace latir en el presente es su tierra. Tal vez, la lejanía de “la Patria” nutrió a la nostalgia y ésta ilumina un rostro imposible de no sentir. Si la vida puede conjurarse pensándola como una serie de accidentes, Alarcón, que probó el amor, no se cansa de querer estrellarse en él nuevamente. De todas las cosas que elige llevarse del ayer está la promesa de un encuentro, forma preferida del Amor. Su
poesía tiene, entonces, el poder de rejuvenecer fantasmas, esos que no
debemos dejar de alimentar en el rudo trabajo del día a día que
fatiga el pensamiento. Invita a llenar
nuestros bolsillos de esperanzas. Porque no solo se trata de
rejuvenecerlos sino de renovar ese encuentro que nos funda. El Amor, para
Alarcón, es el que tiene el privilegio de hacer encajar, de hacer
coincidir, lo que somos con el otro y con lo que pudimos empujar del ayer
hasta el momento en que ese encuentro se produce. País Chúcaro no es un solo país. A veces, se trata de ese
suelo encarnizado de “la Patria”, otras es un rostro de mujer que
conoció, y otras es el de la que imagina. Y, como sabemos, la ficción no
está reñida con lo real. País
Chúcaro es, por que no, un lugar que adopta muchas formas hasta
convertirse en cuerpo que encarna en cada una de sus palabras. Donde
muchas cosas pasaron, pasan, para que lo mejor quede. |
Gabriela Andrea Vidal
(Enero 2007)
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