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UNO
DEJA LAS PREDICCIONES.
Se va de un lugar y ya no pertenece.
Con el tiempo uno usa tijeras que cortan en trozos
aquella vida que saltó a otro lado.
No hay palmas ni glorietas,
no hay murales que digan patria o muerte.
No hay agentes que vengan envidiosos
a amenazarnos con fusiles sin balas.
El miedo se termina en ese cruce,
con el nuevo aire y el lenguaje
de una azafata sonriente
que nos habla en otro idioma.
A otros pertenece seguir el laberinto.
Entras por la calle principal, donde descubres
hormigas caminando rápidas y eficientes
como si el mundo estuviera a punto
de acabarse, ejército uniforme
de urnas, de familia,
de préstamos y universidades.
Roma enardecida donde Fortuna existe.
País desordenado que respeta la miseria y la cría.
Están los altos edificios, los besos rápidos,
amores que hacen olvidar el ruido de la isla.
Ese corazón tan aplastado, tan sin vida,
fabrica otra esperanza, otro oído, otro rostro
y se transforma en un hospital desconocido.
Estamos condenados a quedarnos.
Las sogas ya no existen, las desató
el pavimento gris, irreparable, raro.
Ir a un bar, besar, tocar la piel,
acariciar un cuello,
sentir la espuma que te baña,
no importa de cuál orilla sea.
Un hotel lleno de luces de neón y muros plásticos
donde uno busca a alguien o algo sin saber
si ha de abrirnos las puertas,
no importa que esté enfermo, que maltrate,
que tenga la posibilidad de asesinarnos.
El amor anónimo nos hace adictos. |