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¿QUIÉN LLORA CUANDO LAS HOJAS CAEN,
cuando el agua sin cesar las ahoga,
y revuelven la tierra
acunando gusanos moribundos?
El invierno tiene olores que olvidamos.
El rojo que grita,
el amarillo enfermo,
el negro que es ceniza.
Aunque lleve en la cabeza tantos mundos
uno solo es el que uno habita,
nos saca un litro de sangre,
nos tira de perfil y de frente una fotografía,
nos toma las huellas digitales.
Uno pasa de cola en cola, de fila en fila,
dándole a la espera otro nombre.
Medimos lo que no nos falta
por esa libertad sin condiciones.
Una entrevista más, unas declaraciones,
juramentos a otras estructuras.
Después de tanto procesarnos
no nos queda nada de los sueños.
Dicen que soñar no cuesta,
yo diría, sin pensar, cuesta la vida,
los minutos gastados, el trote,
las pequeñas mentiras.
Inventamos personajes que no existen,
declararlos, imposible.
Se cansa uno de tantos pedacitos,
pensar en algo, saltar a otro capítulo.
¿Por qué no una novela?
Actuar en el teatro de teatros.
Vestirnos de otras modas.
Buscar un escenario y no un apartamento.
Los muebles son los props,
la mesa que arrojaron en la calle,
la silla sin patas, tan perdida
en medio de multitudes y desprecios.
Estarían entonces justificados los pedazos.
El rompecabezas obtendría forma.
El teatro tira para un lado, te tuerce
y hace que te crezcan las pestañas.
Te pinta de rubia,
te pone morado cada ojo.
Eres tú, soy yo, interpretando. |