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Nueva Humanidad (2) |
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Confundiendo el estallido popular de la Revolución Mexicana con una simple revuelta, el imperio estadounidense pretendió controlarla mediante su deporte favorito de provocar el asesinato de su presidente democráticamente electo para sustituirlo con un dictador militar que, como un títere a su servicio, mantuviera sometido al pueblo para profundizar el saqueo de la nación. Este crimen -uno más agregado a su sucia consciencia- se conoce como Pacto de la Ciudadela y también como Pacto de la Embajada.
El intento resultó contraproducente tanto para ellos como para nosotros, pues aparte de que no lograron su propósito, el conflicto con el correspondiente derramamiento de sangre se prolongó varios años, provocando el dislocamiento del país; y si bien no llegó tan lejos como los ideólogos del Zapatismo y el Villismo hubieran querido, nuestra Constitución de 1857 no solo fue perfeccionada en 1917, sino enriquecida además con las Garantías Sociales (Art. 3° Educación pública gratuita; 27° Soberanía económica; 123° Trabajo) que fueron toda una aportación mundial de carácter jurídico-política; la reconstrucción posterior culminó en el fortalecimiento del nacionalismo derivado del régimen cardenista, con un esforzado avance en la materialización del ideal agrarista y con la expropiación petrolera, que establecieron las bases del desarrollo económico y el fortalecimiento del orgullo patrio en la centenaria lucha por la defensa de nuestra soberanía. Pero tanto progreso social era un mal ejemplo en este mundo dominado por el dinero. Así, hizo su aparición:
LA CONTRARREVOLUCIÓN. La etapa propiamente contrarrevolucionaria se inició de inmediato cuando al tomar posesión el general Manuel Ávila Camacho en 1940, en su propósito de conciliar las severas diferencias entre liberales y conservadores debilitó el estado laico y entreabrió la puerta del gobierno a miembros de la antigua oligarquía que a la larga obtuvieron puestos de mayor jerarquía.
Miguel Alemán Valdés (1946-1952) reformó el artículo 27 constitucional para que los antiguos propietarios agrícolas pasaran de pequeños propietarios a cada vez más grandes terratenientes, en detrimento de los ejidatarios; clausuró formalmente el Partido de la Revolución Mexicana al transformarlo en el Partido Revolucionario Institucional para arrebatarle su fuerza al movimiento obrero en favor de los empresarios, dando lugar al charrismo sindical represivo, vigente hasta la fecha; canceló el desarrollo de los Ferrocarriles Nacionales de México -motor del mercado interno y el fomento industrial- al impulsar la pavimentación carretera para favorecer la venta de automotores importados de Estados Unidos -otro gran negocio en el que participó activamente- que agradecidos le impusieron el afectuoso mote de mister amigo; inauguró la negra etapa de fortalecimiento de la burguesía burocrática y utilizó la presidencia de la República para enriquecerse desaforadamente. El saqueo al que sometió al país lo obligó a solicitar créditos extranjeros, razón por la cual inició el abultamiento de la deuda externa que ahora nos asfixia.
Adolfo López Mateos (1958-1964). Después de la presidencia en que Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) se dedicó a combatir el desorden y la corrupción alemanista para retomar el desarrollo económico, López Mateos fue un presidente contradictorio: por una parte desarrolló una política progresista al nacionalizar la industria eléctrica, pero por el otro reprimió a base de cárcel, sangre y fuego a los trabajadores (telegrafistas, maestros, campesinos, ferrocarrileros...) aniquilando al movimiento obrero a tal grado que hasta la fecha no ha logrado reponerse. Hasta aquí, la contrarrevolución se desarrolló, básicamente, dentro de nuestras fronteras; pero luego caímos EN LAS GARRAS DE LA CIA, que montó en la ciudad de México la oficina más grande fuera de Estados Unidos para organizar toda clase de operaciones de espionaje, represión política, asesinatos y golpes de estado en América Latina, a fin de cercar a la Revolución Cubana recién triunfante. Sus resultados fueron tan halagadores, que entre sus informantes reclutaron al propio presidente de México: Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) quien permitiéndoles actuar a su antojo les ayudó a desestabilizar al país cometiendo uno de los peores crímenes de nuestra historia: la masacre de Tlatelolco, el 2 de Octubre de 1968, a espaldas del Secretario de la Defensa, general Marcelino García Barragán. Al día siguiente, el propio general García Barragán -hombre de cuerpo entero y patriota a toda prueba- enteró personalmente a Díaz Ordaz que el embajador de Estados Unidos le acababa de proponer darle un golpe de estado para instaurar una dictadura militar que apoyara la creación de una fuerza militar continental[1]; García Barragán lo expulsó de su oficina con cajas destempladas; hasta entonces se enteró Díaz Ordaz que había actuado como una marioneta en manos del imperio, que tuvo que esperar hasta encontrarse con un militar como Pinochet, dispuesto a venderse. Sabiéndose culpable por haber derramado sangre inocente, murió carcomido por los remordimientos.
Nota:
[1] Dos generales, claves en el golpe en Chile y Tlatelolco.
Gustavo Castillo García, Diario La Jornada, México 2 de Octubre
2003. |
Netzahualcóyotl Aguilera R. E.J
La
Jornada (Aguascalientes, México)
Viernes 4 de octubre 2013
Autorizado, para Letras-Uruguay, por el autor
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