Recuerdo
muy bien la tarde en que pregunté a mi madre qué se sentía tener medio
siglo de vida. Hacía calor, mucho calor, y un viento áspero se filtraba
por las rendijas de la puerta de la sala.
Ella, que no habrá pensado en darme una respuesta seria porque no estaba
en su manera de ser calcular más allá de los asuntos que se circunscribían
a su condición de boticaria (era química farmacéutica), me dijo que
sentía a tono su edad y que se llegaba a los cincuenta rápidamente.
Se supone que medio siglo es una cifra importante y digna de
respeto. Y de celebración.
Con medio siglo encima de su fama, muchas escritoras ya pasaron a mejor
vida, aunque dejaron una obra literaria valiosa, que recorrió, a ritmo de
páginas llevadas por el viento, mucho mundo, muchas bibliotecas, muchos
colegios y universidades.
Por ejemplo, Alfonsina Storni.
Y hubo otras, que llegaron a los sesenta, y supieron del reconocimiento de
la gente, de los críticos, de la élite estudiosa, ante su majestuosa
labor literaria.
Y hubo también algunas, muy jóvenes, que dijeron basta, me tomo un
descanso eterno, como la poetisa argentina Alejandra Pizarnik, quien
construyó un mundo de imágenes y metáforas a su alrededor. Ese mundo no
se termina de estudiar y alabar, por cierto.
El caso es que a partir de los cincuenta años (un poco más, un poco
menos) se va definiendo en tu existencia qué hiciste por tu prójimo, cuántos
amigos cosechaste, dónde quedaron las promesas que te has hecho a ti
misma, hasta dónde han llegado tu nombre y tu apellido, qué,
concretamente, aportaste a la sociedad, cuántos sentimientos acumulaste,
cuántas flores te dieron.
No digo yo que a partir de los cincuenta una entra en estado de
decadencia, no, pero esa edad es un buen parámetro para medir el alcance
que tiene tu lugar en el mundo, o mejor dicho, en el tiempo y en el
espacio de la sociedad que te toca vivir.
Las fuerza físicas, el ímpetu, el color del rostro, te van abandonando
poco a poco, si bien quedan en ti aquella llama obsecuente, esa pasión
por tomar la delantera, por seguir siempre adelante, haciendo lo que tu
propósito te ordena.
El estropeo físico es evidente. Pero yo creo que las arrugas no deberían
tomarse sino como una prueba más de ya eres una persona distinta, y que
los demás te deben respeto, y hasta un poco de admiración, porque se
supone que según pasan los años, vas quemando tus pasiones carnales y te
vuelves sabia.
Teniendo cincuenta ya tienes un nieto, o dos, o tres, y entiendes que en
la vida pesa más que todo el oro del mundo el amor de la familia pues ése
fue el amor que te ha salvado de cometer a veces locuras...
Es bueno llegar a casa, y encontrarte con los tuyos, y amarlos a pesar de
sus defectos, y sentirte amada a pesar de tu humor, y reconocer que has
peleado siempre la buena batalla.
Muchas personas queman sus días en el vacío.
Hay que aprovechar cada día de la vida pensando en hacer lo que se ha
venido a levantar y mejorar en el mundo.
Trabaja con aplicación.
Aprende el arte de la discreción.
Observa tu casa y piensa que con sus goteras y sus muebles viejos, ése es
el sitio que has levantado con amor sobre la faz de la Tierra.
Disfruta de los atardeceres y de los amaneceres.
Una es dueña de lo que calla y esclava de lo que dice. |