Un libro que pesa por su paisaje
Delfina Acosta

Existe un libro llamado El paisaje literario. Se trata de una antología, obviamente, pues no se puede sino resumir (o antologar) el paisaje del mundo que opera con grandes maravillas en las selvas de Mato Grosso, en las laderas de los Andes, en las costas marítimas del sur de Estados Unidos, en los pueblos donde prenden los girasoles, como ciertas zonas de México y Perú.

Trayendo al idioma español, la descripción de tal o cual zona montañosa en la que brotan los lirios, de aquella cascada que regenera sus aguas en el río se deja afuera a muchos idiomas muy hablados y reconocidos por su trayectoria literaria, como el portugués, el francés, el ruso, el italiano, el alemán... Pero así es como se hacen las antologías.

El autor del libro, José Manuel Marrero Henríquez, ha tenido que reducirse, obviamente, al área de la literatura hispana, y ha abordado el paisaje natural, el paisaje montado, las luces, las sombras y todo cuanto de mudo y de sonoro hay en derredor de las primeras obras que dio la literatura española. Me estoy refiriendo al poema (una parte) del Mío Cid (1307).

Un paisaje sombrío, otro colorido, otro metafórico, otro íntimo, pleno de soledades y de almas, va juntando el autor del libro, con un calificado sentido de la orientación, de modo que el lector entra en la evolución histórica y en los cambios que el tiempo y las épocas van señalando.


Esencia viva

El paisaje forma una parte importante de una narración, pues con ella se va pintando una esencia viva del libro y se está dando un entorno esencial a una época, a una circunstancia, a un suceso histórico, a un drama, a una comedia, a una versificación.


El paisaje es la referencia de un sitio, de un país, de una manera o estilo de vivir y refleja, según como se lo maneje, el estado anímico de los personajes y del protagonista del cuento, de la novela, etc.


El paisaje mueve a la reflexión.


A veces una pieza lúgubre con un bombillo solitario y una mesa y una silla bastan para que el lector asimile, si es sensible, lo lampiño de la existencia.


Otras veces, la recreación de un sentimiento amoroso que encuentra su contentamiento en un sitio ameno, junto a la persona amada, bajo la sombra de un jacarandá en estado de floración, lleva al lector a imaginar lo que se llama “belleza y gracia”.


Depende de la calidad descriptiva del poeta, del narrador, del novelista, para que aquel paisaje no se “destiña” en ningún momento de su narración, y antes bien, alcance elevado poder estético.


El paisaje que es recorrido por San Juan de la Cruz es un paisaje espiritual. Y es una excelente aproximación a lo divino dentro de la literatura religiosa.


El paisaje que un autor anónimo nos “pinta” en la novela picaresca “El lazarillo de Tormes” muestra el drama de un ambiente lampiño. ¿Tiene una finalidad ese paisaje? Pues sí. Y es contar cómo el espíritu de sobrevivencia del Lazarillo debe pelear contra los monstruos de la avaricia y de la pobreza.

El mínimo paisaje tomado de la obra La realidad y el deseo, de Luis Cernuda, pertenece a su poesía “Égloga”: Dos elementos, la rama y la flor, colorean un mundo idílico, apasionado, de alta expresividad y de creatividad que se desarrollan entre el oficio y la estética.

También entra el autor de la antología en el detallado Diario de a bordo de Cristóbal Colón quien, maravillado, sorprendido ante tanta variedad nunca vista antes de árboles, se detiene en los pormenores de su hallazgo botánico: “Y vide muchos árboles muy diferentes de los nuestros, y de ellos muchos que tenían los ramos muchas y todo en un pie, y un ramito es una manera y otro de otra; y tan disforme que es la mayor maravilla del mundo de cuánta es la diversidad de la una manera a la otra”.

Paisajes reales

Dice José Manuel Marrero

Henríquez algo que suena a aclaración: “No he olvidado que la objetividad no existe más que como la pose retórica de la descripción hecha por la tercera persona del singular, o por la no persona, o por la autoridad impersonal, o por el narrador-ente que está fuera del objeto que se describe, y tampoco he olvidado que el paisaje, en sentido estricto, no existe más que como hecho de cultura”.

También: “En el infinito campo de la casuística he preferido buscar paisajes reales antes que paisajes convertidos en tópicos literarios o en expresiones alegóricas de verdades teológicas; paisajes naturales reales descritos con objetividad por un observador distanciado antes que espacios naturales reales en cuya descripción el sentimiento del observador, su estado de alma, tiñe el panorama de lo observado”.

Es cierto que el marco referencial de “los paisajes” es España. Pero también se le añaden, con su clima, con los colores de su flora y de su fauna, países de rica tradición literaria como Argentina y Cuba, por ejemplo.

Sería bueno que los estudiantes paraguayos hicieran antologías basándose en la escritura de expresión religiosa y metafísica de los poetas y los narradores del Paraguay.

Existe tanta materia pendiente. Existe tanto misticismo no revisado acabadamente.

La Biblia, en cientos de pasajes, muestra un recorrido gratificante y alentador para el espíritu alicaído. Hágase una antología de los mejores mensajes.

Hay tanto ensimismamiento en la obra de José-Luis Appleyard, por citar un ejemplo.

Y vamos a otro ejemplo: los versos de Ramiro Domínguez.

La obra El paisaje literario ha sido publicada mediante la ayuda de la Universidad de las Palmas de Gran Canaria y el Gobierno de Canarias.

Pabellón de reposo

Pasó ya el tiempo hermoso del ruiseñor; los días tibios y casi alegres de sus conciertos desde lo alto del tilo; las horas amables y beatíficas de las noches de verano.

Mala época el otoño. Las hojas de los árboles caen inexorablemente, como a una llamada, desde los tallos que endurecieron las lluvias y los vientos, y el suelo se alfombra de una espesa capa de follaje que da todos los tonos de la muerte: el amarillo de los canarios, el de los limones, el de los trigos, el ocre que es gracioso a la vista, el siena que nos hace estremecer...

Camilo José Cela

            Poema
     Una carta de amor


Todo lo que de vos quisiera
es tan poco en el fondo
porque en el fondo es todo,
como un perro que pasa, una colina,
esas cosas de nada, cotidianas,
espiga y cabellera y dos terrones,
el olor de tu cuerpo,
lo que decís de cualquier cosa,
conmigo o contra mía,
todo eso es tan poco,
yo lo quiero de vos porque te quiero.

Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos inventamos
sea otro signo de la libertad.

Julio Cortázar

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 1 de marzo de 2009

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