Los
árboles bien regados sacian su sed, con las bocas de sus raíces, y dan
buenos frutos. Grandes, olorosos, morochos y rubios.
Crece como la melena del dios Narciso la copa del árbol de durazno. Y
son sus frutos deliciosos al gusto. Con qué avidez hincamos los
colmillos en su carne amarillenta y blanda que fluye a través de su
dulce jugo.
La piel que envuelve al fruto es suave y ligera al tacto como una tela
de terciopelo que oficia de mangas en el vestido de madame de tal.
Atraídos por la dulzura y el frescor y el rumor y el soplido que
prenden en las hojas lisas, largas, anchas y en las ramas de aquel árbol,
vienen los pájaros de capucha roja, y las aves como cuatrojos y
carpinteros, y se quedan a trinar en su copa; algunos pájaros cortejan
distraídamente a las flores rosadas, livianas y etéreas y picotean la
carne sabrosa hasta llegar al corazón: el carozo. Satisfechos, los
profanadores emprenden vuelo ruidoso, para retornar al día siguiente, a
cierta hora de la tarde. O de la mañana.
De la semilla depende la suerte del árbol.
Porque tú habrás visto a lo largo de tu existencia árboles que
parecen disgustados consigo mismos como la higuera, que es triste y es
áspera. O el sauce.
La naturaleza recrea la historia de los pueblos.
Si somos, como pueblo, mala semilla, no podemos aguardar mas que árboles
flacos, torcidos, esmirriados y sin frutos, que los limpiadores del
huerto, por orden de la señora que los manda echar, tumban silbando
alegremente una canción traída del campo.
Somos mala semilla. Yo misma me incluyo dentro de la mala semilla. Estoy
hecha de fibras secas. Me considero un epicarpo, mesocarpo y endocarpo
abortados.
No tengo la educación que tienen los habitantes de los países
desarrollados. Soy el producto y la consumación de un país que ha sido
siempre saqueado por sus gobernantes y donde la gente no tiene el hábito
ni la conciencia de un pensamiento progresista, víctima como es de la
mediocridad. La educación que recibí en mi infancia ha sido de las
peores. Como la tuya. Como la de todos.
Es bueno protestar. Hace bien a los pulmones. Con nuestras protestas
ganamos el disgusto y la atención de la gente.
Maldición: somos semilla fea.
Hacemos crecer, como semilla horrible que somos, sauces llorones con
joroba y viento malo encima. No importa que no seamos malvados y
deseemos días mejores; hemos contraído el estigma de la ignorancia y
un pasado nefasto. Abuelos ignorantes, padres ignorantes, hijos
ignorantes. Tú ya lo sabes... Por ahí, en algún momento, pueden verse
algunas excepciones, que no suman lo suficiente, por supuesto, para que
broten árboles como los manzanos o las peras o los manzanos o los
guayabos.
Somos simientes de los sauces.
Y los sauces echan a su vez malas semillas a la tierra, de modo que en
breve tiempo se produce una multiplicación infinita de lo malsano.
Somos portadores de mediocridad, de carencia de valores morales, de
sumisión perruna, de ignorancia. Y el siglo XXI que asoma con sus luces
en Francia, Inglaterra, Estados Unidos, y, ya sabes, los países del
Primer Mundo. Y nosotros varados en un simple año. Cuando en China ya
se ha creado el tren más veloz del planeta y los canales de la televisión
argentina pasan al aire importantes programas educativos, nuestra
educación sigue en estado embrionario.
La sociedad debe tener puestos los ojos en el accionar del Ministerio de
Educación y Cultura. Eso, educación y cultura para salir del pozo.