Hay dichos o refranes que
siempre tienen vigencia pues
corresponden con la realidad
que vivimos diariamente.
Por su valor, por el peso de
su aplicación práctica,
conviene tenerlos en
cuenta.
Tal vez por ahí, entre los
muchos textos que abundan
por los caminos de las
librerías, usted pueda
adquirir un libro de
refranes y convertirlo, por
qué no, en una suerte de
guía. El célebre aunque ya
antiguo libro "Martín
Fierro" con unas coplas que
dicen: "Los hermanos sean
unidos/ porque esa es la ley
primera, / tengan unión
verdadera/ en cualquier
tiempo que sea/ porque si
entre ellos pelean/ los
devoran los de afuera" tiene
la facultad de abrir los
ojos del alma y de la
conciencia de los lectores.
También la gente en su
diario hablar va diciendo
algunas verdades que es
conveniente oír y ponerlas
en práctica.
De la vida es posible
aprender mucho, por
supuesto, porque la vida es
un diccionario, una
universidad, una escuela.
Ocurre sin embargo que en
esa escuela son muchas las
personas que se aplazan pues
no poseen el suficiente
entendimiento para meditar
en torno a las experiencias
buenas o malas y sacar
alguna conclusión de
provecho.
"A quien madruga Dios
ayuda", dice un refrán. Creo
que es la perla de los
refranes. Sin embargo hay su
contrario: "No por mucho
madrugar, amanece más
temprano".
Hay uno, muy apropiado para
los tiempos que corren y que
dice así: "La confianza mata
al hombre".
¿A quién no le ocurrió que
depositando su fe ciega en
una persona se vio después
grandemente defraudado? No
digo yo que uno se convierta
en un incrédulo total y no
aguarde nada de nadie. No.
Rotundamente no. Pero sí
digo que no es aconsejable
esperar demasiado de las
gentes, por un principio de
cautela y de sospecha...
No aguarde, lector, rosas y
jazmines de los políticos,
que son muy versados en el
arte de defraudar.
Hay hombres públicos que
decían moverse en las altas
esferas espirituales y
luego, cegados por el poder
y la ambición, vinieron a
desilusionar mucho,
demasiado quizás, al pueblo.
Y cómo echaron el lodo sobre
sus nombres y apellidos.
Finalmente vengo a concluir
que muy poco les importa ya
lo que digan los demás en
torno a su conducta.
Yo, particularmente, tengo
puesta mi confianza en mi
persona. Y en Dios.
Sin sentirme desilusionada
del género humano, pero
hallando que es más práctico
y conveniente depositar mi
fe en mi humanidad, no vivo
muy pendiente de la ayuda o
de la solidaridad de mi
prójimo. Es que la vida,
maestra diplomada, me fue
mostrando que no abundan los
hombres y las mujeres de
buen corazón.
Ahora bien, no por pensar de
este modo, siento en mi
ánimo amargura, ni mucho
menos. Entiendo que estoy
bien advertida, que debo
procurar un buen pasar por
mis propios medios y que
pecaría de estúpida si
esperara que con cada
tropiezo que voy dando
alguien tomara prisa por
levantarme.
No tengo más planes que
vivir el día como se
presenta dentro de un marco
de honestidad y de buen
humor.
No está ni estará jamás en
mis pensamientos hacer daño
alguno a nadie porque me
dañaría a mí misma si obrara
con malicia.
Soy mujer de ayudar, si se
presenta la ocasión, a quien
se encuentra en apuros.
En cuanto a la confianza,
repito que no es aconsejable
esperar demasiado de las
gentes.