Salud mental
Delfina Acosta

Son muchas las personas, que aquejadas por una dolencia espiritual, toman la drástica determinación de sacarse la vida. El individuo que se siente desbordado emocionalmente, tiene que recibir un pronto socorro de los profesionales de la salud mental. Lastimosamente, en el Paraguay, la salud mental está muy descuidada, por no decir ignorada por las autoridades. Y eso que la salud mental forma una parte vital dentro de la sociedad, y, por ende, dentro de la medicina.

Piense, lector, en el Hospital Neurosiquiátrico; imagine a esos seres erráticos, melancólicos o furiosos, los llamados “pacientes”, que deambulan por el sitio, y saque sus propias conclusiones. Pagar una consulta cuesta dinero. A veces, la misma necesidad económica suele provocar en la gente un sentimiento de desesperanza y, en casos graves, de angustia.

En momentos de tristeza, es bueno que uno se abra enteramente a un amigo, a alguien de completa confianza, que sabrá escuchar nuestras tristezas y temores, y tendrá la santa voluntad de levantar nuestro ánimo con las fórmulas que están a su alcance.

La esperanza es la más preciada prenda del alma.

Puede lastimarnos el entorno inmediato, el mundo salvaje y tecnológico de estos tiempos, pero no debemos dejar que ese dolor eche su cuña en nuestro interior. Por sobre todas las cosas, ya que a vivir venimos al universo, es cosa de ley natural que nos sobrepongamos a los reveses; finalmente, nuestra naturaleza está concebida para la alegría, para la celebración de las pequeñas diabluras de la existencia.

La esperanza nos levanta cada día. A nuestra esperanza le añadimos la firme voluntad de superar los obstáculos de la cotidianeidad, y ya nos sentimos bien, ya echamos un chiste como monedita de mil guaraníes al aire, ya los buenos pensamientos se posan, piando, sobre nuestra cabeza.

No es bueno, para quien se siente desesperanzado, estarse quieto, y pensar, dale que dale, en una idea fija, que finalmente toma carácter de obsesión. Antes bien, hay que darse prisa por hacer algo de provecho y esmero para sentirse útil.

Lo mejor contra la desesperanza es la actitud predispuesta al trabajo. Lo peor para la desesperanza, es echarse encima la sábana de la soledad, y tragar aquello que oprime nuestras fuerzas.

Cuántos amigos pueden oficiar de sacerdotes, de curas, escuchando nuestras aflicciones.

La aflicción, como el llanto, necesita un escape. Y uno no ha de llorar solito alma en su habitación, sino en compañía de un amigo fiel.

Los cristianos, cuando estamos desesperanzados, tenemos en Jesús una fuente paciente de amor y de alegría. Debemos hablar con El y pedirle que nos entretenga con su tranquilidad y con su buen humor, que saque de nuestra mente los vidriosos pensamientos, y que se quede a nuestro lado, diciéndonos aquellas confortadoras palabras como solamente El sabe decir.

La desesperanza echa raíces en los débiles, en quienes no tienen metas y todo lo ven gris o nublado. Hay que levantar el sentido de la esperanza en nuestras vidas, aún en las más adversas condiciones o situaciones.

Esa es la cuestión. Ese es el trato.

Ya verá, lector, que el mejor sistema para mantenerse bien consiste en permanecer activo. No hay mejor fórmula que el trabajo para espantar todo tipo de aflicciones y otros insectos del alma.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 21 de abril de 2008

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