Rubén Bareiro Saguier 
Ladera de la tarde y otras resurrecciones
Delfina Acosta

Fue presentado el libro Ladera de la tarde y otras resurrecciones, del escritor y poeta paraguayo Rubén Bareiro Saguier.

La obra lleva el sello de la editorial Servilibro.

El autor nos escribe desde adentro, desde su vida rasgada por el exilio temprano y, por supuesto, desde sus más genuinas voces, todas habladoras de un amor que no se rinde, que pelea a dientes por los juramentos de la mujer amada y que echa al viento de la mañana, de la tarde y de la noche, los jazmines de su vocación - definitivamente- apasionada.

En algún momento hay nostalgias en sus líneas. Y esas nostalgias nos llegan precedidas de un dolor, auténtico dolor de poeta, que según mi manera de entender las cosas, es el dolor de los dolores. ¿Por qué? Porque en él se dan los sentimientos sangrientos que instauran un mundo de cuchillos cayendo sobre la carne del alma.


La fuerza contenida, pero bella, enciende los pabilos de muchos versos del texto. No es que Rubén Bareiro Saguier sea expresivamente natural o espontáneo. No. Él es un elaborador acabado de frases, de sensaciones, de imágenes, de melodías, de figuras. Es un riguroso por excelencia. Así pues, canaliza con inteligencia la afluencia de anhelos y de impulsos en un orden que se empareja, desde luego, con el estilo que lo define.

La poesía cabe, naturalmente, dentro de los muchos cálculos, por así decirlo, del lector. Quien lee imagina la soledad del poeta, los fantasmas y las deidades de sus símbolos o formulaciones poéticas, el rincón que habitó (y sigue habitando) en un sitio del mundo y de sí mismo, los recuerdos que fue juntando, uno sobre otro, para vivir conforme pasan los días, la infancia retenida en los ojos aguados, las circunstancias movilizadoras de la pluma.

Leer a Rubén Bareiro Saguier es tomar conciencia de un pueblo tranquilo, bordeado por un río, es hacer propia la sensación de pérdida ante la figura del padre ausente, es conocer una poesía que duele con dolor de arte. El cosmos literario de este poeta villetano tiende hacia la vastedad y al mismo tiempo hacia el particular encanto de la intimidad.

El combustible de los sueños sigue encendiendo la llama de sus versos.

LA ROSA

Yo sé que era una rosa la brisa de sus labios entreabiertos.

Un ventarrón de ausencia la apagó
y un gris de anochecer
cayó sobre el paisaje de mi pecho herido.

El vaso conservó su tallo enhiesto
y hoy guardo intacta en mis entrañas
la fragancia de su aroma sin término
y acaricio en el cuenco de mis sueños
la rosa roja de su boca,
la flor inmemorial de su sonrisa.

VENGANZA

No me senté a la puerta a esperar
que pase su cadáver.

Grité en las calles;
deletreé mi rabia y mi esperanza
en los muros sombríos de la noche;
golpeé las paredes de las cárceles,
los marqué con mis uñas, con mi sangre;
lancé piedras contra sus
altares de hojalata.

Expulso,
enarbolé la empecinada
voz de mi esqueleto
por la rosa del viento y la nostalgia.

Fui de los primeros en arrojar
puñados de salmuera
sobre sus despojos.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 23 de Diciembre de 2007

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