Una probabilidad virgen ha entrado en la tierra. Yo no soy quien la ha traído,
no somos quienes la hemos traído. No existo, no existimos desde que él
nació. Nació y ya no es nuestro hijo, sino hijos suyos nosotros; discípulos
y servidores suyos. Nuestro padre. Nuestro maestro. Bajó a decirnos lo
que ignoramos, lo que escucharemos religiosamente.
Tomo mi pluma para anunciaros la buena nueva, para hacer el elogio de mi
hijo. Podéis reíros, no os oigo. Estoy deslumbrado por el Mesías, y no
distingo vuestra indiferencia.
¿Indiferencia? ¡Oh, no! ¿Qué nos queda, qué queda al destino si no
viven nuestros hijos, si no son dioses en nuestro corazón y en nuestra
mente? Ellos lo son todo, toda la belleza, toda la verdad, toda la
esperanza. Por eso estoy seguro de que festejáis conmigo el nacimiento de
nuestro hijo, de nuestro querido hijo que duerme.
LA REGLA
De niño me inculcaron con seriedad que se debe decir “la casa” y no
“el casa”; “yo como” y no “yo comes”. Se obstinaron igualmente
en asegurarme que “tarde” es un adverbio y no una preposición. Cuando
había aprendido bien una regla me descubrían que no era tal regla, que
había numerosas excepciones, las cuales a su vez tenían excepciones. Al
fin me libraron del colegio y me di prisa en olvidar cuanto en él había
sucedido. Con asombro noté que no me hacía falta saber gramática para
hablar en castellano.
Asombroso me pareció también que personas que no conocen la anatomía ni
la fisiología del estómago digieran durante largos años
imperturbablemente. Cuando me hube habituado a estos hechos, sospeché que
las reglas no tienen quizá la importancia que los académicos y los dómines
quisieran. Leí verdaderos libros, y vi que el talento y el genio suelen
fundar la gramática futura sin molestarse en saludar la presente. La
policía aduanesca de mis profesores perdía su prestigio. De dictadores
pasaban a copistas. Encargados de medir el idioma, creían engendrarlo.
-Hombres se escribe con h -me corrigieron un día.
-¿Por qué? -pregunté, tímido.
-Porque viene del latín homo.
-¿Por qué entonces no escribimos todo igual: homo?
-¡Silencio!
Observé en los ojos del maestro la misma furia del presbítero que nos
dictaba doctrina cristiana. Una regla no se discute. No se discute el código
ni el catecismo. Explicar una regla es profanarla.
Escribir hombre sin h, ¡qué vergüenza!
No examinéis las reglas. Examinar es desnudar, y el pudor público no lo
permite. Perteneced, si podéis, a la innumerable, a la invencible clase
de los archiveros, guardianes y administradores de la REGLA, y si no podéis,
doblad el pescuezo. Pensar es exponerse a ser decapitado, porque es
levantar la frente.
La regla es la mentira, porque es la inmovilidad; pero no la digáis, no
lo deis a entender, defended el pan de vuestros hijos. |