Aquellos libros anónimos como El lazarillo de Tormes, El Cid Campeador,
son, por su racionalidad exquisita, un estímulo para el lector escritor.
LOS TRADUCTORES
Hay que tener en cuenta, en el momento de comprar un libro, qué
traductores se traen a la casa. Conozco yo seis traductores de Las flores
del mal. El conocido poema “El albatros” suena diferente y tiene, por
su supuesto, un estilo distinto, en la versión de cada uno de ellos.
Mark Twain es un clásico. Clásico no es sinónimo de antiguo. Antiguos o
inapropiados para cualquier época son —más bien— aquellos textos que
no prenden entusiasmo en la mente y en el ánimo del lector pues fueron
concebidos en un estado de pereza, de carencia de ideas, y responden al
formato mental del hombre desentendido de su propia realidad.
Por lo demás, cuánto buen gusto, cuántas metáforas, cuánto
tratamiento pormenorizado de la riqueza estilística puede haber en los
llamados “clásicos”.
Juan Rulfo es un escritor que recomiendo.
Y Gabriel García Márquez.
Y Augusto Roa Bastos, tanto como Hérib Campos Cervera y Josefina Plá.
Todos los rusos: Fedor Dostoievski, León Tolstoi, Pushkin, Gógol, Chejov,
Nabokov, etc.
Entre los argentinos: Julio Cortázar (¿por qué no leer y releer los
recovecos literarios de ese enorme lustre del cuento “Carta a una señorita
en París”?), Adolfo Bioy Casares, Manuel Mujica Laínez, Ernesto Sábato
(pero no sólo por su obra El Túnel, sino, fundamentalmente, por su
excelencia artística Sobre héroes y tumbas). Manuel Puig. ¿Cómo no
seguir, en estado de iluminación anímica, El beso de la mujer araña, o
sea, la historia apasionante de un guerrillero y un homosexual metidos
dentro de una celda?
Y además, los antepasados literarios: José Hernández y Ricardo Güiraldes.
¿Y entre las mujeres?
Pues la autora de Las invitadas, o sea, Silvina Ocampo, hermana de
Victoria Ocampo, directora de la revista “Sur”, tiempo ha. Hay un
libro que tengo por ahí, y que me causó una viva impresión al leerlo:
Mañana digo basta, de Silvina Bulrich.
Prohibido olvidar a Roberto Arlt, con sus cuentos que tenían tantas gotas
de perversidad y de extraña locura. Los críticos literarios encuentran
relación entre su obra y las de Fedor Dostoievski. Hay un enlace psíquico,
dicen.
El mejor poeta que dio los Estados Unidos es Walt Whitman. Incorporó la
esencia del hombre norteamericano y el espíritu de una gran nación,
Estados Unidos, a su obra que hasta ahora se lee y relee con franco
placer: Hojas de hierba.
Henry James, Edgar Allan Poe, que cumplió 200 años de nacimiento, y
partido en dos por sus demonios internos, escribió cuentos de inédito
nivel literario, son autores de cabecera.
Recomiendo la colección completa de las obras de Edgar Allan Poe, de
William Shakespeare, de Goethe, y de todos aquellos que, por su lucidez poética
y narrativa, constituyen la gloria del pasado literario si bien continúan
tan vigentes como cualquier autor de este siglo.
Ernest Hemingway, con su obra “¿Por quién doblan las campanas? es un
elemento literario indispensable en la biblioteca.
Truman Capote, sobre todo con su novela A sangre fría, tiene una
presencia básica (desnuda una realidad social) en cualquier colección.
Los entrañables poetas del Siglo de Oro de la poesía española son
imprescindibles.
En fin, el caso es que leer no sólo constituye una edificación mental
para el lector, sino que forma una verdadera conciencia artística en los
lectores-escritores.
Yo sé que hay que saber leer. La lectura requiere momentos emotivos y
momentos de reflexión para afianzar el oficio escritural.
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