Si
me dolía el alma cuando -a veces- mi padre le ponía un collar a mi Laika,
esa perra de pelaje grisáceo que vino cojeando un día a casa y se quedó
instalada para siempre en nuestro hogar, cómo no ha de dolerme, Dios mío,
la injusticia que rebasa todo límite que se comete con los presos políticos
de la Cuba de Fidel Castro.
He firmado, el pasado 18 de marzo, una carta electrónica, apoyando la
libertad de los presos políticos de la isla.
Y seguiré firmando cualquier esquela, cualquier pluma blanca del aire,
cualquier piedra que me pongan ante los ojos, pues sostengo que la
libertad es lo más preciado del mundo, la ventana que libera la respiración,
el mundo que se abre ante los ojos del ser humano.
Tengo amistades, vía correo electrónico, con un amigo que reside en La
Habana.
Y me dice él que allí nada llega.
No puede leer siquiera un libro de Guillermo Cabrera Infante, Premio
Cervantes, pues no, no hay un texto suyo al que pueda tener acceso.
Y se queja, con razón, desde luego.
Las arbitrariedades de Castro son la expresión del rigor que explica
claramente por qué tantos escritores cubanos deben pedir asilo en el
exterior.
No, no sabe Fidel Castro, lo infeliz que le hace a Cuba, la Cuba por la
que peleó, por la que llevó la revolución a la gloria, hasta que la
revolución, con el correr del tiempo y el desgaste de las pasiones, le
quedó grande, casi imposible. Entonces Castro tuvo que pisar a los débiles
y oprimir al pueblo descontento que le pedía que cumpliera con sus
promesas.
La libertad es el derecho primordial de expresarse sin miedo alguno.
La libertad tiene la forma del aire, o del viento, y nos convierte en
personas que podemos afianzar nuestros pasos hacia un futuro económico
mejor.
¿Quién tiene un buen pasar en Cuba?
Pues algunas familias que han llegado al poder valiéndose de sus artes
políticas. Y de la corrupción.
Allí los días transcurren pálidos y grises. Lo mismo es ayer que
anteayer.
Es un país, Cuba, donde la gente se deprime. El mayor índice de
suicidios se registra precisamente en ese país.
Guillermo Fariñas, el ciudadano que se encuentra hospitalizado, ha
iniciado una huelga de hambre para que sean excarcelados los 28 presos políticos.
Dicho sea también, que los mismos están ya enfermos.
Lo suyo es un suicidio lento. El sabe que Castro no tendrá
consideraciones y lo dejará morir.
Pero nosotros no podemos “morir” moralmente, al pasar, con un silencio
cómplice, a engrosar la gruesa lista de personalidades, lectores,
artistas y visitadores de la isla, que no se dan por enterados de la
muerte de los cubanos por asfixia, por falta de libertad.
Fariñas pidió expresamente al presidente Fernando Lugo que no guarde un
silencio cómplice, en una entrevista con ribetes de hazaña que hizo
Radio Ñandutí al huelguista.
La conciencia podrida de muchos mandatarios que van a Cuba y luego vuelven
sin haber visitado las cárceles es una clara ofensa a la libertad.
Esa ofensa, ese desprecio por la vida, esa indiferencia, son las razones
por las que me dan asco ya los políticos.
A ver si Fernando Lugo hace algo, si da una opinión inteligente ante la
prensa. Así mostrará de qué material está hecho. Me late que su fibra
humana se pierde en la liviandad y la ligereza de la pluma de gallina.
delfina@abc.com.py |