Tercera mención |
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Tenés que despedirlo. Tenía el pie izquierdo como el casco de un caballo; el ojo izquierdo, completamente blanco. El torso, coronado con una joroba, se le doblaba a la altura de la cintura, siempre paralelo al piso. Andaba por los sesenta o sesenta y cinco años y era bien parecido: la nariz fina y aguileña; la tez olivácea; los cabellos negros, grises en las sienes. Cuando miraba, lo hacía de reojo. Lo que más molestaba en él era su misteriosa ubicuidad. Dondequiera que fuese, allí estaba mirando, con inquietante solicitud, al dueño de la casa, a la mujer de éste, a los hijos o a cualquier visitante, alejándose luego arrastrando el pie. |
Siempre
le erizaba la piel su desplazamiento en la oscuridad; el jorobado sentía
predilección por ella. Esto le daba una calidad acechante a su presencia
cuando súbitamente aparecía en una zona iluminada. Nadie comprendía por
qué lo conservaba a su servicio. La respuesta invariable era la de su
competencia excepcional. Pero esto no justificaba el terror en que vivía
la gente de la casa. |
Delfina
Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 21 de octubre de 2007
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