El martes 7 de febrero,
un día que puede (ojalá) llegar a ser histórico dentro del calendario
futbolístico, el Ministerio del Interior lanzó el operativo “Fútbol sin
violencia”. Con expectativas se recibe semejante noticia, pues aquellas
miles de personas que buscan pasar un buen momento en la cancha,
alentando al equipo de su simpatía, de su filiación futbolística, ya
están bien hartas de las peleas, de las riñas, de las agresiones con
finales trágicos.
El fútbol es pasión de multitudes. La gente deja muchas veces sus
preocupaciones en la casa para trasladar su ánimo a la cancha.
El fútbol es parte de la forma de ser de un pueblo. No es sano, no es
recomendable en los últimos tiempos ir a los estadios, pues lo que
promete ser una distracción, un buen pasar, toma ribetes de violencia y
de descontrol.
En otras épocas lo peor que ocurría después de un encuentro deportivo
era que los fanáticos de un club, desalentados por el resultado y
creyéndose burlados por la actuación injusta del árbitro se acordaran de
su madre. Aquellos eran tiempos en que el fútbol tenía una apasionante
razón de ser domingo tras domingo.
Quizás peco de ilusionada, pero creo que darse a la desazón, a la
sensación anticipada de que las cosas no mejorarán, o que serán peores,
no ayuda en nada. En la medida que uno quiere un fútbol sin violencia,
puede ir aportando ideas a través de las redes sociales para que el
mismo sea realmente un espacio de diversión sana. Esa diversión hace
demasiada falta a tantas personas.
Viendo el panorama general con una óptica un tanto más pretensiosa, los
paraguayos también deberíamos buscar que la violencia en las calles vaya
cediendo terreno. La violencia está instalada como un mal endémico,
sobre eso no cabe dudas, pues a diario hay reportes periodísticos de
gente que pierde la vida en un asalto, por ejemplo.
Aquella muy comprensible preocupación de los padres cuyos hijos van en
horario nocturno a la universidad debe ser considerada en toda su
gravedad, pues ellos están expuestos a hechos violentos de distintos
tonos.
Y qué decir de la gente que trabaja en un negocio y no sabe a veces si
el presunto comprador que se acerca al mostrador es o no un cliente.
Tampoco en la misma casa, donde uno cree sentirse a resguardo de
objetivos oscuros, existen ya paz y seguridad porque los ladrones
profesionales se las ingenian para llevar algún dinero guardado.
Esta diaria e indeseable convivencia con la violencia está llegando a un
límite fatigoso.
Las autoridades encargadas de velar por nuestra seguridad tienen que
pensar urgentemente en las medidas necesarias para reducir esta plaga.
Los presidenciables tendrían que ponerse en la piel de las gentes que
salen a las calles y no saben ya, finalmente, si regresarán a su hogar.
Creo que si quieren alzarse con algunos votos en las próximas
elecciones, necesitarán presentar un plan eficaz de combate contra la
violencia. Si no es así, si acudirán a los mismos folletos y a las
improvisaciones de siempre, estarán hablando al santo botón. Pueden
hablar con un encendido discurso sobre el honor y la tradición de su
partido, y la democracia, pero no lograrán convencer a sus suegras ni a
sus madres, pues esos versos están gastados y no tienen correspondencia
con nuestra realidad.
Un país violento ya no queremos.
Ahora queremos un Paraguay sin violencia. |