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Palabras para el lector |
Por fin se me ha dado la oportunidad de publicar mis cuentos. ¡Albricias !Pero ha de saberse que no poco temor hay detrás de ellos, pues hasta la fecha quisiera yo corregirlos, y darles más maquillaje, más afeites, para que sean del gusto del lector. Estos cuentos me fueron saliendo con esfuerzo; debo decir que a la sombra de cada uno hubo terquedad y un polvo de obsesión, de perfeccionismo que inundó los pasadizos de mi mente. A la hora de recordar mi niñez en Villeta (muchos cuentos están ambientados en el aire irreal y con perfume a cítricos y a pensamientos de ese pueblo costero del Paraguay) me venían a la mente los ojos pícaros de mis amigos, salvajes y díscolos ellos, y la casa donde vivía, que era ancha, y estaba delante del hogar de mis abuelos paternos. Aquí debo hablar de ese sitio, el caserón de mis abuelos: poca lumbre al atardecer (sólo una alcuza ciega), relincho de caballos detrás de la tranquera, en el corralón, y unos cuchicheos, unas palabras viejas y gastadas de mi abuela, quien me decía, contándome un “secreto”, que no pertenecía a este mundo, sino al universo de los minerales. Ella encendió en mí la chispa creativa. Debía haber otro mundo, el de los minerales, como el citado por ella, y en ese mundo era posible que todo ocurriera, que se cumplieran sus profecías lunáticas: avanzar, siempre avanzar por un camino de polvo hasta llegar a un sitio donde aguardaba un caballo blanco, que abreviara el eterno viaje. Muchos de mis cuentos tienen un aire a encierro, según comentarios de algunos generosos amigos que han leído el borrador. ¿Será cierto? Otros relatos o cuentos míos son la fiel copia de la verdad: los actos, las bellaquerías de mi infancia loca, silvestre, librada a las potencias de mi imaginación y de mi supremo ego. Me encontraba a gusto con mis maquinaciones, mis iniciativas de juegos peligrosos, que mis amigos (casi todos teníamos entre ocho y diez años) seguían con entusiasmo. Ese sabor de lo terrible, de estar cometiendo faltas, de jurar en balde para espantar una tormenta familiar que se veía venir, se volvió en mí una moneda corriente. Un billete de gran valor. Era pues yo una niña traviesa que preocupaba seriamente a mis padres aunque no me afligía su cólera. De algunas acciones malignas me he surtido en el momento de escribir. De haber vivido mi infancia en una ciudad, otra sería la historia. Otro estilo tendría este libro. No habría en mis historias la presencia del viento norte moviendo la hierba, las campánulas del campo, ni la resolana calentando la siesta en el cementerio donde jugábamos a ser sacerdotes, ni los animales entre los que nos mezclábamos para ser ante la naturaleza una sola grey. |
Pero no sólo lo telúrico está presente en mis letras. También viven en ellas los hombres y las mujeres de Villeta, la gente mayor, las viejas solteronas que mascaban y escupían los chismes con que amanecían los comentarios. Ese pueblo, con casas viejas y abandonadas, lleno de personajes caídos del éter y de seres extravagantes, ese pueblo cuyos aljibes causaban una suerte de descompostura mental, se metió en mi sangre y ha esparcido las letras de estos relatos que conforman mi libro “Guía del cementerio”. No puedo olvidar, no puedo pasar por alto, la gran y decisiva importancia que tuvo en mi escritura la crítica literaria del doctor en lenguas germánicas y poeta Fa Claes. He mantenido una activa correspondencia con Fa. Él ha leído todos mis cuentos y ha sabido caer con la puntualidad de un rayo sobre aquellas líneas deformes que a mí se me antojaban hermosas criaturas del verbo. La flaqueza del espíritu que busca la grandeza de los castigos aparecida en los grandes críticos o en los artistas lúcidos que prefieren poner en peligro su amistad antes que emitir una opinión que falta a la verdad y que sólo sirve para cubrir los insectos del repollo ha tenido su parte gravitante en la elaboración de “Guía del cementerio”. Dos
letras mías se refieren a la poesía. Me pregunto qué es la poesía y no
encuentro respuesta. No sé
qué es la poesía. Magnífica resolución en torno a un hecho artístico
que tanto ha movido las corrientes de la crítica literaria. Escribo sobre la situación dramática de “Nacer poeta”. Y encuentro una constelación de astros deformes girando sobre la cabeza del vate ungido por los dioses, del pobre poeta que ha venido al mundo para estrellarse contra las partículas de polvo de una humanidad moldeada con groseros guijarros. ¿Por qué escribí estos cuentos? Pues porque necesitaba revolver en mi infancia para hallar la esencia de una niñez alegre que ha sido tan gran capítulo... Y porque la palabra es lo único que tengo para dar testimonio de mi paso por el mundo. En los matices del lenguaje, en la sencillez de la expresión, encuentro la fórmula natural para vivir. Esta obra empezó a cobrar vida siendo enero de 2008 en el aire y llegó a su fin antes de comenzar el mes de diciembre del mismo año. |
Delfina
Acosta
de "Guía del cementerio"
Servi libro
Asunción, 2009
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