En
una oportunidad, conversando con el poeta Oscar Ferreiro sobre poesía,
personajes pueblerinos, movimientos revolucionarios y todo cuanto pudiera
ser tema de charla (le sacábamos provecho a una hora de receso después
de una seguidilla de exposiciones literarias en el Centro Cultural Juan de
Salazar), caí en la cuenta de que estaba en presencia de un hablador por
excelencia, un contador increíble de casos y más casos, un descubridor
inusual de la palabra hablada.
Me
decía Oscar Ferreiro que conversar era para él un gusto mayor, un arte
casi. “Una vez que el pez cae en mi anzuelo (el pez es el interlocutor,
obviamente), ya es imposible que lo suelte. Lo hipnotizo, lo
paralizo...”, me contó confidencialmente.
De hecho, el don de la oratoria, de saber decir cuanto se viene diciendo,
de llevar y traer las palabras con iluminación como con misterio , es el
don de unos pocos privilegiados. Con seguridad, si hubiera retenido en
mayor cantidad de versos aquellas motivaciones de su hablar casi poético,
hubiéramos tenido un volumen mucho más grande de poemarios de su autoría.
Pero, siendo él igual a los personajes de esos casos que contaba, vino a
ocurrir que confió demasiado en la charla, en la conversación con los
amigos de siempre, los entrañables, o los curiosos amigables, y tantas
historias por él contadas se perdieron en el viento; las demás andan
-seguramente- relatadas en bocas de otros seres, los que comienzan
contando las cosas más o menos así: “Contaba Oscar Ferreiro, en una
ocasión...”.
Pero él era poeta, y persona generosa y sencilla antes que nada. Todo le
está perdonado; pues los poetas, amparados por los dioses, no pueden ser
comparados con el gentío, con el populacho. Nació Oscar Ferreiro en la
Villa del Pilar de Ñeembucú, en el año 1922. Conoció, en su calidad de
topógrafo, gran parte del Chaco.
Con conocimiento, pues, narraba la vida de los indígenas, sus costumbres
sexuales, la diversidad de sus cultos religiosos, y su tipo de alimentación.
También le tocó, como a muchos poetas paraguayos, participar en la
Revolución de 1947 del lado revolucionario. Como la mayoría de sus coetáneos,
fue a dar con su humanidad en la Argentina.
El gallo de la Alquería
Cuatro años estuvo en el exilio. En 1951 regresó al Paraguay. Se casó
con Ana Iris Chaves, una cuentista por excelencia, una mujer literaria, y
dicen los que saben, que los esposos tenían bibliotecas separadas. Su
poesía es surrealista. De hecho, era admirador de la obra de Arthur
Rimbaud, Guillaume Apolinaire, Paul Eluard, Gerard de Nerval, Jacques
Prevert. El crítico literario y poeta Hugo Rodríguez-Alcalá señala que
su mayor obra poética está encerrada en sus compuestos. El libro El
gallo de la Alquería y otros compuestos tuvo una enorme repercusión.
La obra es única, compacta. Los versos, octosilábicos, apuntan hacia la
lejanía; auténticos, genuinos y bellos, dan en el blanco de la poesía.
Yo me remito a hacer comentarios sobre la categoría y la dimensión de
los vates, partiendo del gusto propio, que no es plural, ni mucho menos.
Así pues, para mi gusto, y mi gusto no es la verdad, desde luego, el
poeta más alto, más gigante, más completo y total del Paraguay es Oscar
Ferreiro. Sus poemas surrealistas tienen esa elevación, esa visión
borrosa e inquietante del hombre al pie de un universo tan desconocido
como agresivo.
En cuanto a El Gallo de la alquería y otros compuestos, señala el crítico
Hugo Rodríguez Alcalá que los compuestos son, para él, lo mejor de su
poesía. He aquí su opinión: “Si se afirmara que Oscar Ferreiro fue el
más lorquiano de nuestros poetas, este aserto sería verdadero solamente
si significara lo siguiente: Que Oscar es el poeta más afín a Federico.
En efecto, esos dos poetas son dos enamorados del lenguaje popular, y por
ello, actúa en la lírica de ambos una entrañable vocación folclorista,
lo popular y lo culto, sin embargo, en artística aleación, prestan al
verso de estos poetas su más refinado mérito”. Yo también estoy de
acuerdo con Rodríguez-Alcalá. Lo mejor de este gran poeta paraguayo está
en sus octosílabos. |