A
veces los días transcurren apáticos, fríos, y faltos de motivación
para las personas. Y las gentes se hunden en una suerte de decaimiento, si
no abismo.
Pero debemos tratar de estar alegres.
Pienso que la sociedad, la esencia del ambiente en el que nos
desenvolvemos, con sus terribles condiciones y sus abstractos, nos llama a
estar contentos a pesar de todo.
Sí. Felices. Aún a costa de nuestro mal carácter que debemos ir
puliendo, con sabiduría, con perseverancia. Es una imposición de la razón
buscar el lado positivo de las cosas que se desplazan, que fluyen, en
nuestro entorno.
Contentos debemos estar a pesar de que a veces la salud nos falla en algún
sitio del cuerpo. Es bien sabido que la maquinaria que es nuestro
organismo ha de ir desgastándose con el transcurrir del tiempo. Debemos
apostar –entonces– a nuestra salud espiritual, a aquellas flores
expectantes y hermosas como las rosas, que se abren en nuestra alma para
darnos luz y reposo. Cantando alguna estrofa pegadiza a la vuelta de la
cuadra, trabajando en lo que debemos trabajar, levantándonos temprano
para ganarle la partida al sol, es como muchos hombres y mujeres
encontramos alegría y ganas de celebrar la existencia.
Es cierto; a veces no podemos estar alegres.
Pero estamos conformes con la situación del día, porque sabemos, porque
estamos enterados de nuestra capacidad para revertir un momento de crisis
económica o anímica en una oportuna ocasión para saldar cuentas y
apuntar a mejores faenas.
Debemos ser los grandes transformadores de nosotros mismos.
Que atrás se queden las personas desalentadas, gruñonas y ásperas que
fuimos y que tanto daño hicieron a familiares, amigos y compañeros de
trabajo.
En último caso, que seamos menos gruñones, menos buscadores de razones,
motivos y causas para señalar con el dedo a los demás y para dar por
torcidas las esperanzas. Busquemos estar menos disconformes con el
entorno. Eso sí tiene real sentido.
El trabajo es nuestra herramienta de sostén y de triunfo.
Nuestra mente está sujeta a una enramada de células. Cuántas
enfermedades solemos inventar con nuestra mente. Si aprendiéramos a tener
más control sobre nuestras emociones y entendiéramos que la dicha está
a nuestro alcance cuando nuestra actitud ante la vida y ante las demás
personas mejora, otro sería nuestro cantar.
Un individuo quejoso es en sí mismo una mala noticia.
Espantamos su nombre.
Sus quejas tienen el poder de soplar un viento malo sobre nuestras
cabezas.
Nuestra salud progresa considerablemente si decimos que sí, que estamos
bien.
Pero usted ya sabe... están los eternos enfermos. Los que parecieran
deleitarse quejándose de sus juanetes, de aquella gripe contraída sin
saber cómo, de esa reuma que está manifestándose.
Y luego están los otros, los descontentos crónicos.
Y también aquellos que convierten su boca en un basural hablando
negativamente de los demás.
Ah... Entrar en razón.
Entender que somos artífices de nuestro propio destino. Superarnos a
nosotros mismos.
Pelear siempre la buena batalla.
No darnos nunca por vencidos. |