Muchas
personas dicen que si los gobernantes recientemente electos se limitaran a
no robar, el Paraguay estaría en la cresta de la abundancia económica.
Caramba. Se da por hecho, que un gobernante debe ser honrado y honesto,
ergo, no se le puede pedir honestidad. Cierto es que durante la
presidencia de Nicanor Duarte Frutos, el robo a las arcas del Estado se
hizo moneda corriente. Pero las cosas cambiaron a partir del 20 de abril.
Y el pueblo, con su derecho a la libre expresión, llevará las
intenciones del cambio hasta los últimos límites. Las nuevas
autoridades, en quienes hemos depositado nuestra máxima confianza, ya no
nos saldrán con sorpresas desagradables.
Como
cualquiera, como un ladrón común y corriente, que ha delinquido en la vía
pública y va a parar a la cárcel de Tacumbú, así también los muchos
colorados (y no colorados) que estuvieron en el poder deben ir a prisión,
pues robaron hasta la indigestión y desmoralizaron a los ciudadanos.
Yo, particularmente, jamás me encogeré de hombros ante los saqueos
perpetrados por grandes figuras públicas del Partido Colorado
oficialista.
Lo dicho: deben ir a parar a la cárcel y devolver al pueblo lo robado,
guaraní por guaraní.
Puede parecer utópica mi pretensión, pero mantenerse callado, no
fomentar el sentido de la rebelión y la defensa de los mejores intereses
de la patria, significa aceptar una impunidad con ribetes históricos, si
se quiere.
Muchos colorados que han pasado a la llanura deberían pasar al encierro.
En el Paraguay se robó demasiado dinero. Se fomentó la delincuencia en
los infinitas dependencias de los ministerios de modo que venimos a parar
en esto: un país desolado y miserable.
Al parecer, nadie tocó nada. ¿Dónde está la plata robada? Todo el
mundo es inocente. Las mansiones ostentosas que se hallan en las
Carmelitas y en otros barrios de Asunción como en el resto del país, las
hicieron sus dueños, tal parece, con un trabajo digno y ejemplar.
Insisto: los colorados ladrones, desde el principal hasta el más pequeño,
deben pedir perdón a la sociedad antes de que al pueblo se le acabe la
paciencia. Y deben devolver lo que hurtaron de los fondos públicos. ¿Quién
no querría encabezar un grupo, quizás una gran masa de individuos,
exigiendo cárcel, tres veces cárcel, para los ladrones del erario?
Otra cosa: Cuando uno se muda de casa y se encuentra, digamos, con
mayordomos, ama de llaves, chofer, jardinero y demás empleados de la
mansión adquirida, empieza a examinar el grado de idoneidad, honestidad y
capacidad de los mismos. Si el ama de llaves no supo hacer bien los cálculos
sobre la cantidad de harina, azúcar, café y otras provisiones que se
guardan en la alacena, es correcto que se contrate una nueva ama de llaves
en su lugar.
Ella alma sola y su valija debe ir a buscar empleo en otra parte,
entonces.
Los demás empleados, si no estuvieron a la altura de sus deberes, deben
ser despedidos sin pérdida de tiempo.
No se puede vivir en una casa llena de gentes. Imposible es pensar en dos
amas de llaves.
O en un ejército de jardineros.
En otras palabras, hay que depurar el funcionariado, de manera que solo
queden a las órdenes del servicio público aquellos funcionarios que dan
muestras notables de idoneidad y honestidad. |