No
es que quiera yo echar leña al fuego, pero recordando algunas intenciones
de aquellos seres humanos que con sentido común han tenido alguna opinión
sobre los poetas, vengo a concluir como ellos que los vates desde que
nacen hasta que mueren no prosperan, no son bienvenidos como esposos por
sus suegros, pues estos no ven futuro en aquellos soñadores que, cuando
uno se encuentra en problemas financieros, no saca de su presencia
socorro.
Su mayor empresa consiste en poner en los ambientes más diversos un toque
de semblante culto.
Estaba yo diciendo que soy gente curiosa, y como tal me fui, con un libro
de Don Quijote en la mano, a sentarme a escasos pies de distancia de dos
poetas que charlaban en un bar céntrico de Asunción. Ocurrió hace unos
días.
Eran seres petulantes hasta más no poder. Uno tenía la cabeza lampiña y
los ojos bizcos; fumaba como una chimenea y en su mirada había no sé qué
pensamiento de enojo pues cuando miraba el entorno del bar, de todo parecía
asquearse.
- Digo que solamente la poesía salva al mundo - se quejó de una vez.
Lucía un reloj de oro, un traje de corte extranjero y aquella pretensión
del individuo que, sentado en un bar, mira la barra del bar y piensa,
fiado de su billetera, que el dinero es una alegría mayúscula.
El señor (llamésmole J.J.) era quien pagaba las cervezas. Pronto me di
cuenta de que el poeta convidado por él a beber de las aguas del alcohol
venía a quedarse como contratado suyo. Debía pues, charlar y charlar,
para complacer a J. J. por aquel generoso acto de invitarlo a estar
contento.
En determinado momento, el convidado, nombró a un poeta, conocido mío.
Bajó la voz, y zas, me quedé yo como quien escucha a las hormigas, o
sea, sin oír nada.
Por supuesto, pude adivinar por la mirada llena de placer de su
interlocutor, o sea, J. J., que estaba echando pestes contra un poeta
ausente. Movía la cabeza negativamente, y era como si dijese más o menos
así: “De insistir ese idiota en escribir de ese modo, le irá mal...
pues ese estilo es pobre... Y claro que sus recursos lingüísticos... se
comprende”.
Cuanto más decía que no con la cabeza el poeta contratado, más asentía
con la cabeza J.J.
LA RAZÓN LE DABA
No es necesario ser genio, sino poeta, para llegar a saber en qué se ponían,
alegremente, de acuerdo ambos hombres: el descrédito del tercero.
Desacreditaban al escritor conocido por mí (como ya dije); cosa muy fácil
de hacer hacían, pues los poetas son reyes, y no se figuran que existan
otros que puedan ponerles la rima a los endecasílabos como ellos la
ponen.
Verdad es que como los vates son monárquicos, tú no te puedes atrever a
decirles que no has sacado en claro ni una sola frase cristiana de sus
poemas. “El mal está en ti”, te dirán ellos de buena gana. Y hasta
tendrán la intención de explicarte sus obras, verso a verso, para que el
camino no se te haga espinoso, porque creen, ¡pobrecito de ti!, que las
altas racionalidades del universo te han sido vedadas.
Dejó el poeta un instante la charla y giró en redondo hacia mí. El
susto me rajó el rostro. Con el libro Don Quijote entre las manos, puse
cara de sorpresa feliz y eché al aire el relámpago de la risa diciendo a
grandes voces: “Este Sancho Panza, tan bruto y divertido”.
Creí haber hecho un buen guión, pero el poeta me miró como se mira a
quien no está correspondiendo a la realidad pues dejó olvidada en la
casa su cabeza al salir a la calle.
Fingiendo despreocupación, lancé después de hojear las páginas del
libro, una respiración de quien reflexiona y encuentra acertado un asunto
tratado entre letras.
El caso es que al rato, mi inquisidor se olvidó de mí y reanudó su
charla con J. J.
- ¿Y qué viene escribiendo usted, últimamente?
- Pues ...
- Yo...
- Estoy haciendo una lectura antológica. Tengo unas poesías muy buenas,
que gustaron mucho a Z. C. Aparecieron en el año 1966. Mis amigos me
dicen que las reedite..., que son verdaderas perlas. Qué digo perlas, son
joyas. Es claro que el público para mi obra no existe. No piense que soy
un genio, pero viendo cuanto burro se jacta hoy día de poeta,
confundiendo a la gente, vengo yo a temer que mi poesía caiga en manos de
lectores apaleados.
- Ah...., en eso le doy la razón. Imagine cómo ese bestia de I. L . se
ha atrevido a publicar un opúsculo, sin detenerse a pensar que la dialéctica
de fondo amerita razonamiento y que el lenguaje de lo esencial es por
donde se corta el verso.
- En esas cosas yo no creo y le explicaré por qué.
Hablaron los dos poetas. El uno, empeñado en hacer magistral su explicación,
y el otro dándose ya por muy explicado y con ganas de pasar a otra página.
Pero debe saber el lector, que no hay gente más entusiasmada que el poeta
cuando desmenuza cómo vino a suceder el universo dañado por la ausencia
de Dios y cómo vino a suceder (también) su poesía. Yo, mientras tanto,
hacía como que leía, y que era cosa difícil el asunto, pues fruncía el
ceño. Y dábame también dolor de quien pelea interiormente con el texto,
pues ponía cara de duda, de fastidio, de desconfianza, etc. Mientras
tanto escuchaba...
Los poetas seguían hablando, dale que dale, y riendo de sus pares.
- Ese fulano es un vanidoso. Su obra no vale.
- Pero ve a decírselo en su cara y te sacará barriendo.
- Está visto que corren tiempos flacos para la poesía...
- Eso.
- Falta autocrítica.
- Eso. Pero cuando yo publique mi obra, dejaré con la boca cerrada a
tantos poetastros de hoy día. |