Miguel Hernández, destino y poesía
por Delfina Acosta

Hay un libro escrito en el año 1959 por Elvio Romero sobre la gran figura del poeta español Miguel Hernández. Ahora ha sido reeditado por Servilibro.   

Este texto, que es un verdadero clásico, entra en las vida, en los detalles, aun los más nimios del gran poeta nacido en Orihuela, España. Nos cuenta que su infancia fue penosa. El padre era un pastor de ovejas. Hernández, que estudió solamente hasta el segundo grado, se hace pastor como su padre. Todo le es privado, escamoteado. La rabia y la impaciencia de su rudo progenitor, que le propina a menudo golpes en la cabeza, habrían de influir definitivamente en la existencia, en la salud del poeta, que sufre a menudo de espantosas cefaleas.   

Gracia, milagro, ganas tremendas de liberarse de ese exterior tan elemental y rudo de Orihuela, llevan al joven pastor de ovejas a leer todo cuanto cae en sus manos.   

El Quijote, de Cervantes, le inspira. Igual cosa ocurre con las infinitas novelas de Pérez Escrich y la prosa de Gabriel y Galán. Miró le lleva a explorar los laberintos del idioma. 

Pero luego vendrían los sonetos de Garcilaso y San Juan de la Cruz y el resplandor y la simetría total del gran Lope de Vega. En poco tiempo nuestro Miguel de Hernández habría de convertirse en el gran sonetista que Miró aplaude.   

Deja Orihuela y se dirige a Madrid. Quiere cumplir su sueño de publicar, de darse a conocer como el gran poeta que sabe que es. De a poco va dejando sus fantasías y creencias católicas porque se va internando en el mundo de los pisoteados, de los gremialistas ultrajados en sus derechos, de los pobres. Es un rebelde. Un revolucionario. La revolución española es su mejor verso, pues toma la forma de su bandera y de la razón de su inspiración.   

Miguel Hernández es un hombre inquieto.   

Le cuesta ser feliz y eso tiene su precio.   

Hay una gota que cae de su costado melancólico y va quebrándole el alma día tras día.   

El amor llega a su existencia con el nombre de Josefina Manresa. A quien todo se le ha quitado en la niñez golpe a golpe, todo se le da, también, en el cariño de esa mujer que habría de ser la madre de sus hijos.   

Miguel Hernández le escribe hermosas poesías que retratan aquel amor singular.   

La revolución y las pesquisas avanzan a la par.   

Muere joven en una prisión.   

Su destino era brillar y caer del cielo como una estrella.   

En abril el general Franco declara concluida la guerra. Miguel intenta escaparse a Portugal, pero se lo impide la policía portuguesa y es entregado a la Guardia Civil fronteriza. Tras su paso por Huelva y Sevilla, en la prisión de Torrijos en Madrid, compone las famosas “Nanas de la cebolla”. Puesto, inesperadamente, en libertad, es detenido de nuevo en Orihuela. En 1940 se le traslada a la prisión de la plaza de Conde de Toreno en Madrid. Es condenado a la pena de muerte.   

Entre hemorragias, toses, presa de una tuberculosis pulmonar crónica, el gran poeta muere a los treinta y dos años de edad.   

1910-1942, dos fechas que resumen tan corta vida.

 

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 2 de Enero de 2011

ABC COLOR

 

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