- Interpretar es traducir. Traducir lo que el compositor quiso decir con
una pieza musical. Una buena “traducción” implica un alto
conocimiento del periodo cultural de la génesis de la obra, un acabado
conocimiento de la estética y el gusto imperantes en el momento de su
eclosión. Interpretar un trozo musical involucra, momentánea e
indisolublemente, al compositor y a su intérprete; de allí que este
artista tiene la gran responsabilidad de reproducir, lo más fiel que le
sea posible, la obra que encara. No obstante, una interpretación es como
una asíntota: se acerca infinitamente, pero sin tocar jamás a ese ideal
que se encuentra en la mente creadora del compositor. La señora de Ros,
mi profesora, siempre decía: “Uno nunca toca bien; uno siempre toca
mejor, y cada vez mejor y mejor”.
- ¿Componés?
- No; en ocasiones, hago arreglos de música de películas, de musicales y
alguna vez lo hice con temas de algún grupo de rock. Lo mío es la
interpretación y, sobre todo, la enseñanza de la interpretación de lo
que comúnmente se llama música clásica. Me apasiona la decodificación
de una partitura, la revelación del genio creador del artista que utiliza
el más abstracto de los lenguajes: el de los sonidos.
- ¿Qué fue lo último que tocaste?
- 1492, La Conquista del Paraíso, de Vangelis.
- Qué fue lo último que leíste?
- El Renacimiento, de Paul Johnson, para encarar el tema con mis alumnos
de Apreciación Musical.
- ¿Algún profesor a quien recordás?
De piano, a todos. Mi primera profesora fue María Elena Buongermini
Genovese, quien a la sazón tocaba con el maestro estadounidense Jack
Heidelberg, después de mis clases. En ocasiones, la profe faltaba;
entonces tomaba las riendas el mismísimo Heidelberg, uno de los mejores
discípulos de Aaron Copland. Luego seguí con Josefina Abate de Ciotti,
con Chiquita Ruggero de Forestieri, con Oscar Dresler, que me enseñó la
interpretación historicista de la música barroca cuando acá ni se
hablaba de ello, y finalmente con María Luisa Báez Vergara de Ros, “la
nota más alta del piano paraguayo”. Con todos ellos en el Ateneo, bajo
la dirección de la Dra. Ercilia de Talavera. Posteriormente volví a
estudiar con Pierre Jancovic y toqué a cuatro manos y dos pianos con la
concertista uruguaya Lilian Díez Serrano de Sandoval.
- ¿Algún alumno a quien recordás?
- A varios; algunos de ellos, grandes amigos: Bruno Prono, Maximiliano
Bonin, Rodrigo Pampliega, Michel De Sousa, Alejandro Peyrat, Eliane Díaz,
Lisha Piñánez y la más pequeña, Constanza Martínez…, chicos y
chicas verdaderamente talentosos con quienes aprendí y sigo aprendiendo
muchísimo.
- ¿Una frase que sintetice tus esfuerzos en pro del arte musical?
- La del pedagogo Zoltan Kidaly: “Para los niños, lo mejor es poco”.
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