Lugones, Allan Poe y Rimbaud
Atormentados poetas 
Delfina Acosta

En la poesía hubo, hay y habrá poetas atormentados.

Vaya uno a saber qué poeta, inédito hasta la fecha, esté dando vueltas con el humo de su cigarrillo alrededor de una idea poética, mientras el mal humor le va llenando la cabeza de pensamientos extraños y obsesivos. Se sabe de vates más o menos alegres y distendidos, que han dejado una producción artística valiosa a la humanidad. Pero también se sabe de vates tristes, melancólicos, geniales, que dieron a conocer un desgarrador e iluminado mundo poético, aunque han sido “apaleados” por la crítica mediocre de su tiempo.


Un poeta atormentado fue, sin lugar a dudas, Leopoldo Lugones. Nacido en la provincia de Córdoba (Argentina), en 1874, poseía un talento lleno de luces, de fosforescencias, y un espíritu predispuesto a curiosear en las ciencias ocultas. Lugones se declaraba discípulo de Rubén Darío.

Enfrentándose al universo, se sentó sobre su pensamiento trágico y escribió aquel célebre cuento La lluvia de fuego. Un día, atravesado por el dolor, se suicidó en “El Tigre”, en 1938.

Edgar Allan Poe también conoció el tormento de la genialidad. Nadie duda de la exquisitez de sus poemas trágicos, pero sólo saben los duendes fugitivos de Boston, cuánto opio y morfina necesitaba su cuerpo para mantenerse fuera de discordia con la melancolía.

Nació en Boston en 1809. Su primera desgracia, y gloria a la vez, fue haber nacido. Sin embargo, aquellos poemas de alta pureza literaria, y aquellos cuentos suyos que lo han inmortalizado como maestro del género del terror, hicieron la delicia de muchos miles de lectores.

El cinematógrafo y la televisión convirtieron en un mero y barato producto comercial sus obras, donde las posibilidades de la vida terrorífica respondían a su concepción del mundo.

El gato negro, un famoso cuento de su autoría, nos muestra el perfil de aquel genio que fue Allan Poe.

Decía el maestro que “la poesía es una pura esencia sentimental e imaginativa y de que esa esencia permanece pura y sin adulterar sólo cuando se conserva completamente incorrupta por las ideas morales o utilitarias que son naturales en los trabajos en prosa o en los procesos de la razón”.

Murió cuando apenas contaba con 40 años de edad. Su vida atormentada, su depresión severa, lo llevaban a buscar un poco de alivio para su alma quebrantada en el alcohol y en las drogas.

Arthur Rimbaud ha sido un poeta atormentado. Nació en Francia en 1854 y falleció en Marsella, en 1891.

Genio absoluto, en plena adolescencia, adiestró su pluma y la encaminó hacia la redacción de obras poéticas y diálogos en latín. ¿A quién, sino a él, se le ocurrieron títulos tan antojadizos para sus libros como El barco ebrio y Una temporada en el infierno?

Tuvo una relación amorosa, marcada por el ajenjo, el hachís y el escándalo, con el poeta Paul Verlaine. A los veinte años dejó de escribir. Se metió en el laberinto de la vida. Optó por ser mercader.

Muchos dicen que se lo veía andar por algún lugar desconocido con la mirada perdida. Es probable.

Ningún verdadero poeta abandona, porque sí, a la poesía. Ella te persigue, como mosca endiablada, a donde vayas. Y te sorprende aún en el amor en que intentas encontrar refugio. Víctima de un carcinoma, Rimbaud falleció. Pero quedó su obra bella e iracunda.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 30 de setiembre de 2007

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