Recuerdo yo que las gentes vacilaban antes de hablar a la noche sobre la
mala visión, pues creían que al mencionarla, un ser fantasmal, un
trasgo, un espectro, algún ser despreciable aparecería por el camino del
viajero al retornar a su casa.
De aquella conducta crédula, alimentada, obviamente, por la imaginería
popular, se desprendían conversaciones por demás entretenidas y
propicias para “el trago”, pues eran las hijas mismas del suspenso y
del misterio.
El pitogue deja su característica de pájaro para convertirse en un
verdadero personaje de las campiñas. Se lee en el texto: “Explican
nuestras campesinas que goza de fama de antipático, porque no solamente
adivina cuando una mujer está embarazada, sino que se empeña en divulgar
el hecho con sus estridentes gritos ‘a los cuatro vientos’,
especialmente cuando, por tratarse de una mujer soltera u otro motivo
cualquiera, desea ocultar su estado”.
Tiempo atrás, las mujeres, al oír su infatigable parlamento, daban por
confirmado que la naturaleza había triunfado en su vientre, y, según su
ánimo, se ponían contentas o se entristecían.
Lengua que asombra a los especialistas
Dentro de un contexto tan amplio como es la literatura oral y popular del
Paraguay, se citan los mitos como el pombero, el luisón, el yasyyateré,
el kurupí, el moñái y otros, que hasta ahora son elementos que por su
alusión a lo fantástico, se prestan para la redacción de cuentos y
otras composiciones.
La literatura oral y popular del Paraguay responde a una “cultura ágrafa
que no desarrolló muchas obras materiales y que en cambio volcó su
sensibilidad y su talento en la creación de una lengua que asombra a los
especialistas por su riqueza y versatilidad”, expresa Susy Delgado.
La necesidad del individuo de creer en un ser superior, Dios, o en el
diablo (ser también superior), lo ha vuelto además creyente en un
sentido más amplio y pagano de acciones y seres de naturaleza moldeada
por la imaginación popular.
Así, por ejemplo, tiempo atrás se creía firmemente que no debía
pronunciarse la palabra víbora, pues nombrarla equivalía literalmente a
invocarla.
Se daba por correcto atar con una cinta roja la muñeca del recién nacido
para espantar de su presencia las enfermedades y las malas obras del
diablo.
Esa necesidad de creer, no solamente en Dios, es común en los hombres.
La creencia de los paraguayos de tierra adentro en determinados personajes
de carácter mitológico se fue perdiendo.
En buena hora este precioso libro recupera varios aspectos de la tradición
paraguaya.
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