Pues sí. Está demostrado que sí. Y a juzgar por las circunstancias
penosas que les tocó vivir a otros escritores, pareciera que la prisa y
el apremio son la confabulación perfecta para hacer entrar en escena pública
las mejores obras que la creación humana ha dado.
BOTELLA DE VINO
José de Espronceda (1808 - 1848), el poeta español perteneciente a la
corriente romántica, bebía antes de escribir una botella entera de vino.
El autor no estaba en sus elementos, en el total estado de inspiración,
si el alcohol no corría, ligero y embriagador, por sus venas. Hay que
remitirse, tal vez, al temperamento del poeta. O a la época, pues el
artista era considerado un ser humano “respetuoso” de las malas
costumbres, de la vida licenciosa, de las noches cargadas de bohemia.
Edgar Allan Poe (Boston, 1809 - Baltimore, 1849), el genuino creador del
cuento moderno, el hombre que murió en plena calle, mientras intentaba
pedir algún dinero a los políticos que hacían proselitismo público,
era adicto no solamente al alcohol, sino también al opio.
Puede decirse, a simple vista, que llevó una existencia vaga, errática.
Genio entre los genios, aquel escritor vivía pendiente de sus vicios
mientras escribía cuentos de corte macabro, en su mayoría. ¿Quién no
leyó “El gato negro”, “La caída de la casa Usher”?
Y aquel poema en el que revivía, recordaba a través de recuerdos
empapados con la niebla del tiempo, el nombre de la mujer amada, ¿ quién
no lo leyó?
Se dice que cometía crímenes. No se pudo probar nada.
Sí puede decirse con certeza que Edgar Allan Poe elaboró una obra
literaria que se alimentaba, como flor extraña, de dosis cada más
grandes, más elevadas de opio y de morfina.
¿Qué tienen que ver los vicios con la creatividad literaria?
Pues la sensibilidad, opino yo. No se puede escribir, darse por entero a
un relato en el que resucitan los cuerpos enterrados, sin sentir que se
está condicionando el alma, el pulso mismo, a esferas o situaciones de
extrema gravedad psicológica.
Su poema “El cuervo” difícilmente será superado. Qué versos patéticos
y tristes los suyos.
Por una pulgada de vino más, por una píldora que sirviera de acicate,
para revivir, para reflotar los nervios semidormidos, cuántos poetas se
entregaron a los vicios. Y se entregan ahora. Y se seguirán entregando,
felices, al fin y al cabo.
CIGARRILLO Y ALCOHOL
Recuerdo el nombre de José-Luis Appleyard, poeta paraguayo. Para qué
negarlo. Cigarrillo y alcohol eran su perfecta compañía.
Recuerdo el nombre de la poetisa argentina Alejandra Pizarnik, que se
estrelló contra ella misma en la juventud de su existencia, pues vino al
mundo con los sentimientos muy frágiles.
Las anfetaminas, a las que era adicta, iban minando su cuerpo. Ella era
una escritora que podía dar (y de hecho dio) una poesía iluminada. Pero
aquel vicio, aquellos cócteles de alcohol, anfetaminas y seconal, y aquel
profundo temor ante una vida que le sobrepasaba, que le quedaba grande y
abismal, la arrastraron hasta el fondo de un sueño profundo...
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