El
amor entre María y Efraín tuvo que tener -necesariamente - aquel final
infeliz. María, como la protagonista de La dama de las camelias, de
Alejandro Dumas, se va deshojando lenta, paulatinamente, y muere víctima
de la epilepsia. Al volver de Europa Efraín, su enamorado, sólo puede ya
visitar lo que quedó de su amada: una tumba, una cruz y un ave oscura y
extraña sobre ella.
Ni siquiera un beso
Por otro lado, es de tener en cuenta la técnica impecable con que Isaacs
abordó la novela, mostrando el impecable “decorado” de aquel romance
que no alcanzó siquiera el “detalle” de un beso. Hay un tratamiento
de la historia, de la moda, de las costumbres, así como también
descripciones muy hermosas de determinados lugares de la geografía
colombiana. Jorge Isaacs es reconocido como uno de los grandes escritores
de Colombia.
Como poeta que también era, su obra poética no alcanza, sin embargo,
resonancia, pero María, publicada en 1867, es interpretada como la mejor
novela romántica de Hispanoamérica del siglo XIX. Estético hasta la médula,
el autor muestra el interés que puede despertar en los lectores el uso
delicado, casi perfecto, de la palabra, para describir situaciones,
escenas y costumbres de la gente del Valle del Cauca.
Gabriel García Márquez elogia la técnica del novelista nacido en Cali.
La perspectiva del tiempo, tan bien llevada en la novela, es tomada -según
los críticos literarios- por Gabo, para dar un giro circular a su novela
Cien años de soledad, donde todo transcurre a través de un tiempo que
termina por devorarse a sí mismo.
Otra novela que también leíamos era Marianela, de Benito Pérez Galdós.
Acaso era la más humilde, la más discreta, pero venía muy a cuenta con
las obras básicas que debíamos leer durante nuestros estudios
secundarios. Su autor nació en 1843, en Las Palmas de Gran Canaria, y
falleció en Madrid, en 1920. De talento amplio, hizo de todo: artículos
para las revistas de la época, obras teatrales, novelas breves y largas,
y política. Este coloso de las letras de España no recibió el Premio Nóbel
de Literatura. Una injusticia más de las premiaciones literarias que van
a caer sobre los “inesperados” mediocres fue su caso, pues el premio
lo recibió Echegaray, contemporáneo suyo, de escasa valía literaria.
Benito Pérez Galdós había escrito alrededor de noventa obras a lo largo
de su existencia. Una de ellas, es muy conocida; me refiero a Fortunata y
Jacinta.
Marianela fue uno de sus éxitos literarios. La protagonista, una niña
fea, pero de gran corazón, estaba profundamente enamorada del señorito
de la casa: un chico ciego. Esta es una historia de amor infantojuvenil
muy bien contada, ciertamente. A través de la pluma de Benito Pérez Galdós,
el lector puede apreciar un ambiente y la ilusión del amor encendiendo el
corazón de Marianela, que se convierte en una suerte de lazarillo del señorito.
El chico ciego no puede apreciar los colores ni las formas de la
naturaleza, pero con la ayuda de su pequeña “preceptora”, imagina,
logra “entrever” las aves surcando el cielo, el ramaje de los árboles
llenándose, con la llegada de la primavera, de flores de los más
encendidos colores, las montañas quietas, grandiosas, desafiando a las
nubes tormentosas.
El autor arrepentido
Y cómo no recordar Platero yo. Dirán que el material es una lectura para
niños o adolescentes. Nada más lejos de la verdad, pues la obra, que es
mezcla de poesía y prosa, causa un placer estético en el lector adulto,
que va descubriendo un mundo donde la ternura y la inocencia encuentran un
símbolo en ese impetuoso rucio. Su autor, Juan Ramón Jiménez, es señalado
como uno de los grandes poetas de España. Cuenta la leyenda que Ramón
Jiménez, después de publicar Platero y yo, inmediatamente entró en
dudas sobre la calidad del libro. En cierta manera, es un hecho que a los
poetas, novelistas y cuentistas les sobrevenga el temor (a veces
infundado, y a veces no) de haber dado a la luz una obra que no está a la
altura de la pretensión con que se empezó a escribirla. En otras
palabras, son muchos los escritores arrepentidos de sus publicaciones. Y
continúa diciendo la leyenda que Ramón Jiménez iba detrás de cada
ejemplar de Platero y yo, para sacarlo de circulación y devolverlo a la
oscuridad. Convencido, después, de que esa saga suya era buena, el
escritor hace las paces con su obra. Prontamente llega la fama al libro.
Se instala en los ámbitos literarios con éxito, y va por más, convirtiéndose
en un peldaño ejemplar de fomentación de la lectura en niños y jóvenes.
En cuántas aulas de estudio, los estudiantes entraron, entusiasmados,
dentro de los pasillos de la lectura literaria, siguiendo las aventuras y
desventuras de aquel burrito “pequeño, peludo, suave; tan blando por
fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.”
Juan Ramón Jiménez, nacido en Moguer, en 1881, falleció en 1959 |