Las
paraguayas, que son cantadas, por su belleza, dulzura y simpatía, en
composiciones musicales, han sido conocidas, en tiempos pasados, en su
calidad de empleadas domésticas en la Argentina. Discriminativos, los
argentinos (en especial los porteños), han tenido (y siguen teniendo) un
trato bastante peyorativo con las mujeres de nuestra tierra.
No
las suponen, no las consideran inteligentes, sino básicas, útiles solo
para tareas manuales.
Ya en una oportunidad, cayendo en una sinceridad imprudente, el escritor
Ernesto Sábato había “ponderado” a la mujer paraguaya. Esa ponderación
suya tuvo un tinte contradictorio, ciertamente.
Dijo Sábato que en su casa trabajó como empleada doméstica una
paraguayita.
En resumen, la visión que se tiene de nuestras compatriotas no pasa, en
la Argentina, de la licenciatura de limpiadoras.
Ocurre que ahora, con el éxodo masivo que impera en el Paraguay, las
mujeres de nuestra tierra, muchas de ellas menores de edad, apenas
adolescentes o niñas, son conocidas por sus buenos servicios, masajes y
otras amorosidades en el país de Borges.
En los espacios clasificados de la prensa porteña aparecen anuncios donde
puede leerse que las paraguayitas son dulces, eficientes, de afable trato.
En otras palabras, se las pasea por los avisos periodísticos como
habilidosas “masajistas”.
Eso constituye no solo una indecencia, una calamidad, una afrenta, una
afrenta a los derechos humanos, sino una indignación que debe
movilizarnos a hacer algo por ellas. La utilización sexual a la que son
sometidas nuestras compatriotas debe despertar en nuestra conciencia una búsqueda
de salida a tanto mal. Es triste: por culpa de mejores expectativas económicas
muchas púberes se dedican a la prostitución.
Pobres de ellas, Dios mío, pues se exponen a tener trato sexual con
cuanta gente va cayendo al garito. Pobrecitas de ellas, Señor, porque
mientras el cuerpo atiende, el organismo se codea con numerosas
enfermedades venéreas y el sida.
Si nuestra situación económica hubiera sido diferente, si los
oficialistas no hubieran rapiñado nuestra patria, si las campañas políticas
en la capital y en el interior del país no estuvieran acompañadas de
jugosos servicios gastronómicos, hoy esas niñas que deambulan en la
prostitución podrían haber permanecido en nuestro país. Habrían
estudiado y accedido a un título que las habilitara como profesionales de
digno desempeño social.
El caso es que tanto saqueo deja al Paraguay en un estado de pasmo. Los
hombres pasan necesidades, y las mujeres también, y todo se convierte en
una danza desesperada en que cada uno pisa el pie del que está al lado.
Me amarga sobremanera que nuestras compatriotas (muchas de ellas, como ya
dije, menorcitas, demasiado menorcitas) hayan llegado al límite.
¿Y nuestro Gobierno qué hace, mientras tanto? Pues nada. Vea usted,
nuestro Gobierno está demasiado ocupado en temas electorales, en todo
cuanto hace a la politiquería.
Observe nomás, señor lector, las fotografías donde se ve a los
politiqueros en reuniones populosas, donde no se discute (desde luego) cómo
salvar al pueblo del descalabro económico.
El
modelo prebendarista, la repartija de cargos y otros excesos que ya
conocemos demasiado bien, son los temas que sistemáticamente discuten los
oficialistas.
Hay que verlos cómo comen los cargos públicos con anticipación.
Somos paraguayos, escuchamos la radio, vemos televisión y leemos los periódicos.
Estamos al tanto de todo. Se agita, cómo se agita la revolución en
nuestras venas. |