El Observatorio |
La calle es de
los gatos bohemios, que van detrás de algunas pisadas, buscando algo para
comer. Y es de los perros, vagabundos por naturaleza, que se amoldan a
esta sociedad de gente apurada, bocinazos, cambistas, vendedores de lotería,
o sea, cantadores de sueños e ilusiones. La calle es de los jóvenes,
quienes, felices por el solo hecho de ser jóvenes, provocan barullo en
las esquinas, programan citas para el sábado venidero, hacen grandes
globos con sus chicles, exhiben unas nuevas prendas de vestir y se ríen a
carcajadas de sus ocurrencias. Yo miro a los chicos, y me siento
doblemente feliz. En realidad, soy feliz cada día de mi vida, pero verlos
entretenidos en sus inocencias, me reafirma, digamos, en mi diaria alegría. La calle es de las mujeres que van de compras y se quedan mirando aquel juego de tazas de procedencia china exhibido en los escaparates. Ah..., en las damas se despierta tanta curiosidad cuando entran en una boutique: “¿Me quedará bien aquel camisón rojo?”, se preguntan. “Pues es probable que no, porque a los hombres les gusta más el color negro”, se responden automáticamente”. El caso es que salen de la casa de compras con un camisón verde pálido. Así son. Los hombres no las entienden, pero las aman con locura. La calle es de los policías, que no hacen mayor cosa, pues es un peligro de alto voltaje andar por las veredas de Asunción con un celular a cuestas. Dicho sea de paso: ¡Muy exitosa la iniciativa de apagar los celulares! Eso se llama aprender a organizarnos para mandar al diablo la delincuencia. La calle es el sitio donde la gente se pelea. Observas a dos tipos conversando tranquilamente, con los puchos prendidos, y de repente, zas, por culpa de una frase mal parida, de un suspirado feamente disparado, ya están metiéndose moretones, trompada tras trompada. En la calle se gesta la vida. Y el
amor. Ocurre que va una mujer caminando (solo basta que camine) y un
hombre, recostado sobre su soledad, le dice unas palabras bonitas. Una
luz, una chispita de fósforo se prende en los corazones de ambos, y van a
tomar, ligeramente mareados por el mutuo flechazo, una bebida en un
barcito. Si las calles hablaran y contaran sus historias de amor, cuántas
páginas escribirían. |
Delfina
Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 15 de noviembre de 2007
Ir a índice de América |
Ir a índice de Acosta, Delfina |
Ir a página inicio |
Ir a mapa del sitio |