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Porque las niñas se casan
vestidas de canutillos,
hágase ajuar de mentira
con ramillete de espinos
para la novia Manuela,
que no tiene prometido.
Los años le van pasando
como otoños repetidos
que deshojan sus mejillas
y dejan sus labios fríos.
Sentada en sillón de mimbre
cose y descose un vestido.
Sentada se va su vida.
Cosiendo se va lo mismo.
Encomendó a San Antonio
treinta años ha, su destino,
y se quedó prometida
a la ocasión que no vino.
Hay en sus ojos oscuros
relumbre de mucho filo
cuando se acuesta en el lecho
con el corsé desprendido.
Su cuerpo a veces florece
como rosal del estío
y un viento verde entreabre
su camisón amarillo.
Pero Manuela ¡qué pena
tus dos capullos caídos
y el beso bajo la luna
que nunca pudo haber sido!
Si alguien la quiso, quién sabe,
mas el perfume del pino
bajando sobre su cuerpo
dejó un lunar en su ombligo.
¡Es mentira! ¡La quisieron!
¡Es verdad! ¡Nadie la quiso!
Un hombre dijo en el pueblo
la mentira de un cumplido
cuando la vio por la calle,
y el otro añadió un silbido.
Porque las niñas se casan
con sus secretos vestidos,
violetas, guantes, carmín
y nacarados anillos,
que se abroche un traje rojo,
en rococó parisino,
para la novia Manuela,
que no tiene prometido.
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