La poesía en el tiempo
¿Qué son los poetas?
Delfina Acosta

¿Para qué sirven los poetas? Muchas personas, muchos intelectuales de calibre, han lanzado esta pregunta a lo largo de la historia.

Tiempo atrás, en la España del siglo XIX, la incursión de la mujer en la poesía era, todavía, despreciada. Se consideraba que la poesía no era asunto de las damas, pues ellas hacían mejor papel dentro de la sociedad, y de la casa, bordando o mostrando talento ante un piano de cola.

En el libro La regenta, del escritor español Leopoldo Alas “CLARÍN”, Ana, Anita Ozores, la figura central de la novela, tiene un encuentro de naturaleza casi mística con la poesía, en lo alto de una colina, a temprana edad. Se afana por escribir versos, con los ojos borrados por las lágrimas, pero su habilidad para la poesía, prontamente se ve abortada por un desequilibrio nervioso, que registra constantes episodios de histeria en su existencia.

Frágilis. La naturaleza frágil de esa niña no halla correspondencia con lo que se supone que es el arte, y debe hacer a un lado sus pretensiones de literata, que, por otra parte, son vistos con cierto escándalo por la hipócrita sociedad de Vetusta.

Los poetas sirven para todo. Así se hable mal de ellos en El Quijote, donde se los tiene por locos. En las páginas del famoso libro de Cervantes (genio de los genios) corre la versión que de que los poetas contagian su locura y son muchos.

Cándido y loco

Cuando tú, poeta, te acercas a un persona, la misma te pregunta qué haces, cuál es tu oficio, a qué actividad te dedicas, etc. Viéndote en la necesidad de hacer honor a la franqueza, le dices que eres poeta, entonces la personita de marras, la de la pregunta, digo, se queda pensando nubes borrosas de ti. No sabe qué tienes en la cabeza. Te supone vago, en principio, distinto de los demás individuos y poco útil para la sociedad, o, al menos, para sus propios fines. A veces te piensa cándido y loco. Y hay excepciones, digo...

Vamos a la opinión del genial poeta alemán, Heinrich Heine, sobre la poesía, o, dicho sea en términos más prácticos, el cuerpo del delito: “Tal vez la poesía sea una enfermedad del hombre, lo mismo que la perla no es otra cosa que la sustancia producida por la enfermedad que sufre la ostra”.

Ortega y Gasset habla en estos términos sobre la función que viene a cumplir el vate: “La misión del poeta es inventar lo que no existe. El poeta aumenta el mundo, añadiendo a lo real, que ya está ahí por sí mismo, un real continente...

Al poeta le es dado pensar fuera del tiempo porque piensa por su propia vida que no es, fuera del tiempo, absolutamente nada... Diríase que llevamos dentro, inadvertida, toda futura poesía y que el poeta, al llegar, no hace más que subrayarnos, destacar a nuestros ojos lo que ya poseíamos.”

Cédula de poesía

Va uno a un sitio, donde lo deben registrar por asuntos burocráticos, esto es, tomar los datos. No se expiden cédulas en las que conste que uno, amante de las palomas de las plazas céntricas, de las grandes corrientes marinas, de las ideas voraces, es poeta. Es decir, uno puede decir, que es estudiante, pero poeta, no.

Y si ya en tono más entretenido, conversando con las señoras de la vecindad, tú les dices que te agradan las lecturas de Dostoievski, de Benito Pérez Galdós, de Gabriel García Márquez, de Dulce María Loinaz; te miran como se mira a una tortuga que hace uso de la palabra. Les parece necedad que en vez de dedicar unas buenas horas de tu tiempo en hacer algo rentable, te pases leyendo a tanta gente desconocida.

Cuando dices que eres poeta, te miran con ganas de entenderte, de intentar comprender, al fin y al cabo, qué migas encuentras en escribir versos. No entienden por qué cable, por qué ondas magnéticas, te llegan las chispas al cerebro. Lo más común y cotidiano es que te pregunten: “¿Y de tu cabeza, nomás, sacas las poesías. Cómo es que la inspiración te viene...; no entiendo...; estudiaste...?”

Y tú les respondes que no es así, que hay que leer, pero ya al rato no quieren saber más nada de tus explicaciones y te dejan a un costado de su vida. Ven en ti a una persona -ciertamente- inofensiva, pero poco práctica y pícara para llevar una conversación jugosa.

Jean Paul Sartre, el autor de La náusea, que descreía de todo, tenía unos razonamientos importantes en relación con los poetas y su creación artística: “La misión del poeta es devolver su dignidad al lenguaje... Sólo podremos salvaguardar la literatura emprendiendo la tarea de desengañar a nuestro público... Por la misma razón, el deber del escritor es tomar partido contra todas las injusticias , vengan de donde vengan... Solamente el presentimiento de la justicia permite indignarse contra una injusticia... No hay fines que elegir. Los fines se inventan. El hombre tiene que inventar cada día”.

El dolor de pensar

El poeta sufre. El dolor de pensar se da en él de una manera continua. Me refiero, claro está, al sufrimiento del poeta culto, inspirado, que lee a Heine, que se despeina estudiando las obras de Jorge Luis Borges, de Vicente Huidobro, de Miguel de Unamuno, de Juan Gelman, de Octavio Paz, de Pablo Neruda, etc.

Exagerando, diría, que su cutis es distinto al cutis de las personas “normales”. No vive el poeta de la melancolía. Pasa malos ratos. La economía no es con él. Si llega a la fama, no llega a rico. Son frecuentes sus angustias metafísicas, tanto como sus preocupaciones materiales.

Para muchos, el poeta es un dios, alguien que interpreta los rayos, que agria y endulza (al mismo tiempo) la cotidianeidad.

Los enamorados consultan con él, cuando el amor se les va de las manos. Se cree en el poder del soneto.

Para muchos, la poesía es vagancia. Para los entendidos y sensibles de espíritu, la poesía es esa cosa bella, dolorosa, real e irreal a la vez, que nunca terminará de entenderse ni de definirse totalmente.

Pero vamos al credo poético de un vate y cerremos la nota.

Que el verso sea como una llave
que abre mil puertas.

Una hoja cae; algo pasa volando.

Cuanto miren los ojos creado sea
y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra.

El adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.

El músculo cuelga,
como algún recuerdo, en los museos.

Mas no por eso tenemos fuerza.

El vigor verdadero
reside en la cabeza
¡Por qué cantáis la rosa, oh, Poetas!
Hacedla florecer en el poema;
Sólo para nosotros
viven todas las cosas bajo el Sol.

El poeta es un pequeño Dios.

Vicente Huidobro
(Santiago de Chile, 1893- Cartagena, 1948)

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 16 de marzo de 2008

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