Frágilis.
La naturaleza frágil de esa niña no halla correspondencia con lo que se
supone que es el arte, y debe hacer a un lado sus pretensiones de
literata, que, por otra parte, son vistos con cierto escándalo por la hipócrita
sociedad de Vetusta.
Los poetas sirven para todo. Así se hable mal de ellos en El Quijote,
donde se los tiene por locos. En las páginas del famoso libro de
Cervantes (genio de los genios) corre la versión que de que los poetas
contagian su locura y son muchos.
Cándido y loco
Cuando tú, poeta, te acercas a un persona, la misma te pregunta qué
haces, cuál es tu oficio, a qué actividad te dedicas, etc. Viéndote en
la necesidad de hacer honor a la franqueza, le dices que eres poeta,
entonces la personita de marras, la de la pregunta, digo, se queda
pensando nubes borrosas de ti. No sabe qué tienes en la cabeza. Te supone
vago, en principio, distinto de los demás individuos y poco útil para la
sociedad, o, al menos, para sus propios fines. A veces te piensa cándido
y loco. Y hay excepciones, digo...
Vamos a la opinión del genial poeta alemán, Heinrich Heine, sobre la
poesía, o, dicho sea en términos más prácticos, el cuerpo del delito:
“Tal vez la poesía sea una enfermedad del hombre, lo mismo que la perla
no es otra cosa que la sustancia producida por la enfermedad que sufre la
ostra”.
Ortega y Gasset habla en estos términos sobre la función que viene a
cumplir el vate: “La misión del poeta es inventar lo que no existe. El
poeta aumenta el mundo, añadiendo a lo real, que ya está ahí por sí
mismo, un real continente...
Al poeta le es dado pensar fuera del tiempo porque piensa por su propia
vida que no es, fuera del tiempo, absolutamente nada... Diríase que
llevamos dentro, inadvertida, toda futura poesía y que el poeta, al
llegar, no hace más que subrayarnos, destacar a nuestros ojos lo que ya
poseíamos.”
Cédula de poesía
Va uno a un sitio, donde lo deben registrar por asuntos burocráticos,
esto es, tomar los datos. No se expiden cédulas en las que conste que
uno, amante de las palomas de las plazas céntricas, de las grandes
corrientes marinas, de las ideas voraces, es poeta. Es decir, uno puede
decir, que es estudiante, pero poeta, no.
Y si ya en tono más entretenido, conversando con las señoras de la
vecindad, tú les dices que te agradan las lecturas de Dostoievski, de
Benito Pérez Galdós, de Gabriel García Márquez, de Dulce María Loinaz;
te miran como se mira a una tortuga que hace uso de la palabra. Les parece
necedad que en vez de dedicar unas buenas horas de tu tiempo en hacer algo
rentable, te pases leyendo a tanta gente desconocida.
Cuando dices que eres poeta, te miran con ganas de entenderte, de intentar
comprender, al fin y al cabo, qué migas encuentras en escribir versos. No
entienden por qué cable, por qué ondas magnéticas, te llegan las
chispas al cerebro. Lo más común y cotidiano es que te pregunten: “¿Y
de tu cabeza, nomás, sacas las poesías. Cómo es que la inspiración te
viene...; no entiendo...; estudiaste...?”
Y tú les respondes que no es así, que hay que leer, pero ya al rato no
quieren saber más nada de tus explicaciones y te dejan a un costado de su
vida. Ven en ti a una persona -ciertamente- inofensiva, pero poco práctica
y pícara para llevar una conversación jugosa.
Jean Paul Sartre, el autor de La náusea, que descreía de todo, tenía
unos razonamientos importantes en relación con los poetas y su creación
artística: “La misión del poeta es devolver su dignidad al lenguaje...
Sólo podremos salvaguardar la literatura emprendiendo la tarea de desengañar
a nuestro público... Por la misma razón, el deber del escritor es tomar
partido contra todas las injusticias , vengan de donde vengan... Solamente
el presentimiento de la justicia permite indignarse contra una
injusticia... No hay fines que elegir. Los fines se inventan. El hombre
tiene que inventar cada día”.
El dolor de pensar
El poeta sufre. El dolor de pensar se da en él de una manera continua. Me
refiero, claro está, al sufrimiento del poeta culto, inspirado, que lee a
Heine, que se despeina estudiando las obras de Jorge Luis Borges, de
Vicente Huidobro, de Miguel de Unamuno, de Juan Gelman, de Octavio Paz, de
Pablo Neruda, etc.
Exagerando, diría, que su cutis es distinto al cutis de las personas
“normales”. No vive el poeta de la melancolía. Pasa malos ratos. La
economía no es con él. Si llega a la fama, no llega a rico. Son
frecuentes sus angustias metafísicas, tanto como sus preocupaciones
materiales.
Para muchos, el poeta es un dios, alguien que interpreta los rayos, que
agria y endulza (al mismo tiempo) la cotidianeidad.
Los enamorados consultan con él, cuando el amor se les va de las manos.
Se cree en el poder del soneto.
Para muchos, la poesía es vagancia. Para los entendidos y sensibles de
espíritu, la poesía es esa cosa bella, dolorosa, real e irreal a la vez,
que nunca terminará de entenderse ni de definirse totalmente.
Pero vamos al credo poético de un vate y cerremos la nota. |