Febrero, 5: Ya no queda
en mi patio ninguna flor. Recuerdo las pequeñísimas rosas que mi madre
regaba cada atardecer; entonces la hiedra era un lejano peligro que no
merecía sino la vigilancia ocasional de nuestras manos tironeando de sus
brotes todavía débiles. Una piensa que todo está bajo control: vemos a
los grandes tulipanes erguirse a un constado del caminillo del huerto,
escuchamos el lejano rumor de los eucaliptos hamacándose a la derecha del
viento y pensamos -ingenuamente- que nadie ni nada puede tambalearse de
tanta abundancia. Pero la fresca hojita de la hiedra renace
organizadamente, y otra, y otra, y luego otra, y hay que ir a los
machetazos o a las paladas, y luego a las maldiciones, hasta que todo es
demasiado tarde porque la casa, si alguna vez fue nuestra, ya ha sido
invadida vorazmente.
* * *
Marzo, 7: Esta tarde
decidí dar una vuelta por el bar Los
clavos. Aún no entiendo cómo las aguas del río no se colaron por
sus ventanas llenando los vasos y las botellas de los bebedores que en
torno a las mesas se miran tontamente, como suspendidos del palo mayor de
un buque, gritando a la camarera, quien se escurre rápidamente con su
bandeja por la puerta de la cocina. El río ya ha subido bastante, pero
ellos parecen ignorarlo ocupados en la pronunciación correcta del nombre
de un animal. Nunca sabré quienes son, mas sé que llegarán a sus
hogares alegremente, y bien pasada la medianoche, y que no tendrán que
hacer prodigios para alcanzar sus puertas, sus lechos, sus heladeras porque la hiedra no ha
tocado su existencia todavía.
* * *
Marzo, 15: Me invade un
irreprimible sentimiento de angustia. Las especies animales se defienden
como pueden del avance de la hiedra, pero, he aquí que descubro un gato
flotando en las aguas de mi aljibe; su blanca piel de muselina ha sido
engullida por la increíble voracidad de aquella cosa. ¿Retornará al
mundo mineral?
La gente sigue acudiendo
a sus trabajos (los periodistas a los sucesos, los dramaturgos a los
escenarios) satisfecha con el fervoroso llamado a la actividad propalado
por la radio; no entiendo el irreversible curso de los acontecimientos y
acompaño con aplausos y mucho optimismo el tranquilo panorama de la
ciudad todavía en pie.
Si los empujones de la
hiedra me llevan a saltar dos líneas o a escribir al margen de este
diario, solamente yo lo sé, y espero vivir para contárselo a un amigo
prudente.
* * *
Marzo, 16: Porque yo no
estoy loca. Tengo una réplica muy poderosa para hacer callar las razones
de quien pretenda hacerme creer que confundo la realidad con las novelas y
películas de terror. Me encuentro saludable y hermosa. No tengo más hábitos
ni costumbres que cualquiera de las mujeres que van a los mercados a
olfatear las frutas y las verduras.
Y sé tanto como aquella
robusta dama que después de demorar largo rato a la fila de compradores,
se dispone a pagar el precio exacto de seis cebollas engarzadas.
* * *
Abril, 30: La consulta
con el Dr. Alonso resultó sumamente provechosa. Haciendo un esfuerzo para
no discutir con la enfermera que intentaba reírse de los soplidos que yo
lanzaba a las hojillas de hiedra que perturbaban mi visión, él me habló
sobre aquellas cosas de la vida, el amor y la muerte que dirigen el
destino de los desprevenidos. Permito que me contradiga hasta donde yo
puedo adelantar el engaño que, sutilmente, le voy tejiendo en cada tramo
de la conversación. A veces hablamos al mismo tiempo y terminamos riendo
alegremente hasta que suena el teléfono, y adiós, la cita se acabó por
el momento, hasta luego o hasta siempre. Le prometo regresar siempre que
la hiedra me permita hacerlo. Ambos sospechamos que sus honorarios son muy
elevados, pero el temor de avergonzarnos mutuamente nos impide abordar el
tema con la dulzura necesaria. A veces... (el
resto es harto confuso).
* * *
No puedo evitar sentir
piedad por las parejas de enamorados que preparan sus bodas con gran
entusiasmo, y además hacen cálculos sobre el sexo de los hijos que vendrán...,
como si no supieran que la hiedra no les dejará llevar a cabo tan
siquiera uno de sus propósitos. ¿Venganza? Qué fiasco tremendo para los
novios, sentir su virilidad empequeñecida dentro del propio
apelotonamiento de la hiedra.
La muchedumbre cree
sentirse estrujada por los turistas, en la calle, sin ver ni entender que
hay todo un bloqueo obrando sobre sus miembros y pensamientos. Este
sistema parecido al de la fuerza de luna sobre el mar, busca llevarse el
corazón abierto de la gente. Y de todo cuanto gira y revolotea a su
alrededor.
* * *
Julio, 15: Ha ocurrido
lo inevitable: la hiedra se apiñó con fuerza destructora sobre la
reserva viviente: hombre, arbusto y animal. Creo que solamente seguimos
con vida el Dr. Alonso, la enfermera y yo. Para una complacencia que no he
buscado pero que se me da, al fin de cuentas.
* * *
Observo el rostro de mi
enfermera invadida por la hiedra. Ella pasa un húmedo pañuelo por sus
voluminosos libros de psiquiatría actualizada apilados en los estantes de
madera; a veces tantas con la voz deformada por las corrientes de aire que
sacuden las hojillas de su rostro. Quiere hablarme, pero apenas escapa de
su boca un aturdido cloqueo de gallina. Yo me río. Es tan divertido
observar cómo ella toda se transforma, ahora, en hiedra, abundante
hiedra, y el doctor pasa a su lado con la indolencia aparente de los que
tienen mucha prisa, y finge no ver nada. Clarisa (así se llama la
enfermera) indica que dé dos golpes de puño a la puerta del consultorio
y pase adentro. Pero Clarisa debería percatarse de que ya estoy libre (la
hiedra dejó mi cuerpo para pasar al suyo). ¿No resulta evidente que
estoy sana?
|