El
hilo de la historia contada tiene las llagas vivas que la dictadura de
Stroessner dejó en los individuos que buscaban la libertad para un pueblo
oprimido.
En todo momento se puede respirar, vivir, sentir, las ganas de liberarse
de esas garras bestiales que ejercieron un grado de perversidad y de
angustia imposibles de tolerar.
En este texto están presentes el suicidio, el amor, la intolerancia, el
sexo, dentro de un callejón sin salida. Al menos, esa es mi percepción.
A
PASO DE VERSO
A paso de verso puro, de prosa a veces poética, Juan Manuel Marcos vino a
escribir esta obra que se convierte en un arquetipo de literatura, pues reúne
todas las aristas de un castellano que muchos escritores quisiéramos
desplegar en las páginas que a diario ocupan nuestra atención.
La prosa del autor es rica y generadora de energía. Eso es muy bueno.
Dice Tracy Lewis: “Con esta introducción a la nueva edición de la
novela, me alegro de ayudar a facilitarle al lector la misma experiencia
deleitosa que he tenido. Pero conste que no es solo al deleite que la
novela nos invita. Más allá de la trama arrobadora, nos abre un mundo de
hondas inquietudes, de comicidad magistral, de insondables solidaridades
con fuerzas históricas y cósmicas y de posibilidades estéticas”.
En la novela hay tramas literarias que tienen un efecto ponderable en el
ánimo del lector.
Hay varias vertientes, muy bien delineadas, pero por sobre todo, hay un
modo y una manera de contar inusuales, como ya lo he señalado en el
inicio de este comentario.
Estamos, pues, ante una nueva forma escritural.
Cada personaje es una puerta abierta al drama y a la revelación de una
psiquis atractiva y aterradora a la vez.
La importante formación cultural de Juan Manuel Marcos sirvió de eje al
libro, pues donde quiera que caigan nuestros ojos, están desplegados sus
vastos conocimientos sobre filosofía, historia, ciencia, religión y
arte.
UN FRAGMENTO:
“Estaban en la sala de estudio Flaubert, cuando entró la directora, una
religiosa encorvada, de escasa estatura y edad inmemorial, y tras ella, Cáceres,
Azuaga y un novato vestido a la burgués y un bedel con un enorme pupitre
a cuestas. Despertáronse las que dormitaban, y todas, como si las
sorprendieran trabajando, se pusieron de pie y observaron con curiosidad
al recién llegado: Azuaga encendía un cigarrillo taciturno entre la
monja y el obispo. La directora, con un gesto autoritario, hizo que se
sentaran, y después, dirigiéndose a la clase, carraspeó con voz
grave...” |