Jacobo Rauskin |
Es esa cotidianeidad, es ese transcurrir lento del tiempo que hace sus pequeñas moradas en la mirada de una mujer, en el aroma de una flor, es esa vida que formula rostros (varios y hermosos, por supuesto) la que va sumando en la poesía de Jacobo Rauskin. Su
poemario Los años en el viento fue presentado hace poco
tiempo al público lector. El libro lleva el sello editorial de Arandurã. Leo
las líneas sencillas de los poemas de Jacobo y siento, caigo en la
cuenta, de que su obra tiene la capacidad de llegar a todo tipo de
lectores. |
Jacobo,
con una naturalidad expresiva que lo caracteriza ampliamente, celebra el
ritual del café, toma registro del paso de una carreta (en otro tiempo
carruaje de cierta importancia en los pueblos del interior), anota el ánimo
de quienes trabajan en una fábrica y presta oído al canto de una cigarra
veraniega. Es así que va haciendo sus páginas. Es así que nos muestra
la poesía que hay adentro y afuera de las cosas que a nosotros, los
mortales distraídos, se nos presentan como imágenes inanimadas.
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Domingo en la plaza El fresco atardecer, que por dentro es un sueño, por fuera es una fuente con un rayo de sol. Es una plaza para dar un paseo, para ver niños todavía inocentes o ya crápulas, para ver cómo pisa tu sombra el césped y se estira y se aleja de ti, para vernos ahí, pero en otro tiempo. El fotógrafo de la plaza -un hombre oscuro, muy delgado, que murió no recuerdo cuándo-, saluda para complacer al amigo que ahora lo recuerda en esta página. El viejo apaga su cigarro, revisa la cámara montada sobre el trípode, da unos pasos, se sienta en un banco, cansadamente deja caer las manos. Si no supiéramos que el hombre murió hace tiempo, diríamos que se ha quedado dormido en ese banco. Otro tanto sucede en el fresco atardecer con la ciudad alrededor de la plaza. Jacobo Rauskin |
Delfina
Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 26 de octubre de 2008
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