“Hojas de hierba”, de Walt Whitman Delfina Acosta |
Walt Whitman fue uno de los mejores poetas de Estados Unidos. Hasta el día de la fecha, su influencia es grandiosa, gracias a la claridad de sus conceptos, y a la vitalidad de su prosa poética. Sigue despertando el interés en los lectores de todo el mundo como si sus poemas acabaran de nacer, rugiendo desde el fondo de la conciencia y de los sentimientos. Nació
en West Hills, EE. UU., en 1819, dentro del seno de una familia numerosa,
y de muy escasos recursos económicos. Inicialmente hizo periodismo. Como
periodista fue notable; es que este genio de las letras no necesitaba más
que escribir libremente para despertar, con prontitud, la curiosidad en
los lectores. Se sabe que la mayoría de los artistas pasan por una
experiencia determinada, por momentos decisivos en su existencia, que los
llevan a tomar ciertas posturas que los caracterizan posteriormente. ¿Qué
habrá visto él, sensible y pensador radical, en su recorrido por las
provincias de los Estados Unidos, para abandonar el ejercicio del
periodismo y volcarse definitivamente a la escritura? Con seguridad, habrá
observado situaciones que laceraron su alma. Es probable que las ideas
adquirieran una forma revolucionaria en su mente. De aquellas
observaciones, de aquellos estremecimientos ante el dolor del ser humano,
habría de nutrirse su poesía, que, leída hoy, sigue tocando con fuerza
el corazón humano, pues el hombre no ha variado, ni mucho menos, en su
esencia. Tuvo detractores así como admiradores. Al igual que Edgar Allan
Poe, rompió con todos los cánones morales y fue contra los estatutos de
la moralina de la época. Escribió un libro, pretendido por él como un
Todo; ese libro, dividido en partes, se llama Hojas de hierba. El 4 de
julio de 1855, día de la independencia de los Estados Unidos, apareció
en Nueva York, en una pequeña librería de Brodway, un texto de tan sólo
95 páginas. Se trataba de la primera edición de Hojas de hierba. Los
cambios de la sociedad que las guerras mundiales precipitaron, pasaron por
su mente analítica, y por su juicio amplio. Revelación, grandiosidad e
iluminación fueron la tónica de su obra poética, convertida en una
suerte de evangelio, de texto moralizador y democrático. Tenemos
entonces, en Walt Whitman, no sólo al poeta renovador de las viejas
corrientes, sino además al pensador, al observador inquieto, que escribía
enseñanzas para los Estados Unidos. Los
valores líricos hallados en su libro, que fue apareciendo en toda clase
de ediciones y formatos, siguen encendiendo la chispa del pensamiento, y
causando admiración en quienes hojean sus páginas. Walt Whitman creía
profundamente en la evolución de las ideas y las instituciones. No fue un
improvisado, ni mucho menos. Su magnífico libro se asentó sobre
pensamientos que se adhieren a la causa de la libertad, de la naturaleza,
y de la democracia social. Con él, con el poeta que celebraba el milagro
de la persona humana, la poesía habría de nacer de nuevo. El nacimiento
de una poesía distinta, diferente, siempre deslumbra. Su genio desencadenó
lo que suele desencadenar inevitablemente el genio: admiración e idolatría
sin límites e imitaciones en poetas del siglo XX que veían en él a un
mesiánico de la palabra. |
Delfina
Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, Domingo 8 de abril de 2007
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