En
sus cuentos, la autora recuerda la figura temible del dictador José
Gaspar Rodríguez de Francia. Él es la sombra, el prócer, el
todopoderoso que ordena fusilamientos, azotes, torturas, confinamientos.
Dejando a un lado las razones que tenía el dictador José Gaspar Rodríguez
de Francia para dirigir con mano dura la patria (los peligros de
desmembración que corrían los límites territoriales del Paraguay eran
la constante), Gloria Muñoz nos cuenta una historia de encarcelamientos,
de hambre y de días infortunados.
Como ya venía comentando en esta reseña literaria, la escritora va
enlazando, sutil e inteligentemente, las etapas históricas fundamentales
de nuestro país. Los cuentos ofician de enlaces, de hilos.
Sus narraciones son buenas y destilan un no sé qué de amargura, porque
se ciñen a un Paraguay sangrante. Entreveo en sus escritos una suerte de
antología de etapas tristes y trágicas del Paraguay de ayer y del
presente.
El lenguaje de la Muñoz es elemental, por demás memorioso, sencillo,
denunciador de abusos cometidos contra un pueblo demasiado agredido en su
dignidad, en sus derechos y en su economía.
Un tinte femenino enriquece la obra literaria
El cuento “Madrina de guerra” nos hace pensar en nuestro pasado de
guerra con Bolivia. Se sabe de las madrinas de guerra que enviaban cartas,
cigarrillos, algunos dulces y otras cositas que fueran de utilidad a
aquellos mozos, quienes dejaban, muchas veces, sus vidas en el campo de
batalla. Es imposible no sentirse invadida por la nostalgia ante la misiva
que le envía un mozuelo a su madrina de guerra en el cuento del libro de
marras.
Yo imagino a los jóvenes combatientes, ansiosos por recibir informes
desde Asunción para saber qué decían los periódicos de la época, cómo
estaban los parientes, qué noticias corrían de bar en bar, de calle en
calle.
He aquí un fragmento de la carta enviada por un soldado a su madrina:
“Usted pensará que soy ingrato, pues he tardado tanto en contestar su
amable carta, pero puedo asegurarle que todo este tiempo ha sido mi
preocupación primera. Y no lo digo para justificarme sino porque es la
verdad...”.
“... Apenas desembarcamos nos encontramos en la línea de fuego y no se
trataba de un juego de niños, como sin saberlo nos imaginábamos. El
enemigo era superior y mejor equipado. Nuestro capitán era muy recursivo
y nos enseñó algunas tretas con las que engañábamos a los adversarios
y así ganamos ventajas importantes”. |