—¿Qué significa escribir poesía para Gladys Carmagnola?
—No quiero magnificar las cosas. Si hasta escribir por escribir tiene su
relativa importancia, el escribir en serio, obedeciendo a la necesidad de
expresar algo con herramientas específicas, logra la comunicación, a
veces solo con uno mismo, aunque también con “ese otro” con quien
compartimos los avatares y está allí, ávido de dar o recibir ese
“algo” que las palabras ofrecen y que, escritas, duran un poco más
que el breve lapso de nuestra permanencia aquí. Escribir, para esta que
como yo se llama, es una forma de amar, de darse sin condiciones al menos
en una cierta medida. Y escribir versos para el mundo infantil me pone
completamente feliz. Recibo más de cuanto doy.
—¿Qué factores o condiciones son necesarios y quizás
imprescindibles para escribir bien?
—Tener algo que decir y saber hacerlo. En el caso de los poemas, sé que
debe existir un gran deseo, una urgente necesidad de expresar algo.
Conocer muy bien los gajes del oficio resulta utilísimo, porque impide
las dudas que coartan la fluidez al ir dando forma al tema. Los
conocimientos, la experiencia, cuanto mayores, mejor. Si hay talento poético,
auténtico deseo de expresión y conocimiento de las herramientas, no
existe barrera que no se desmorone, con mayor razón si el poeta ha
aprendido a podar. Y un papel definitivo le toca a la ilusión.
—¿Cuáles son los poetas universales que admiras y que quizás
influyeron en tu “clima poético”?
—Universales o no, aquellos que amo desde el despertar, desde el
amanecer ante la belleza, siguen incólumes en mí. Gustavo Adolfo Bécquer
me es insustituible, exquisito en sus expresiones y en el fluir de nobles
y bellos sentimientos poéticos con palabras cotidianas. (María Elena
Walsh dice en un verso: “Gustavo Adolfo, yo te hubiera amado...”. Yo
sigo amándolo en su poesía por cuanto en ella vivo). Rabindranath Tagore,
antes de los veinte años, me deslumbró. El jardinero sigue aquí. Henry
Longfellow, en su “Rainy day”, está en mí desde la adolescencia y en
los días oscuros y tristes suelo repetirme: “Detente, triste corazón /
y cesa ya de lamentarte...”. Emily Dickinson, que supo lo gran poeta que
era, siempre me ronda: “Saber llevar nuestra porción de noche...” o
“I’m Nobody…”. A Sor Juana Inés la convoco en su poema feminista.
De todos heredamos algo todos. A Delmira, Gabriela, Juana, Alfonsina, añadiría
el nombre Josefina (ni los pocos poemas de Safo, leídos traducidos, me
han llegado tanto). ¿Por la traducción? Y todos los poetas incluidos en
la antología de mi padre en un cuaderno de 200 hojas, porque él los
amaba...
Dos o tres libros de cabecera
¿Dos? ¿tres? ¡Demasiado pocos desde que recuperé la vista: 1) el Viejo
Testamento, no tanto como quisiera y todos los poemarios a mi disposición
(un poema encierra un mundo en pocos versos); 2) cuando me acosa la
nostalgia de mi hermano, lo convoco leyendo, p.ej., Mucha tierra para un
hombre (compartido con él a los doce años ignorando aún que era de
Tolstói); y 3) cuentos de Bret Harthe, como “Los expulsados de Pocker
Flat”; o los de Mark Twain; o de O’Henry..., o... Hace años no están
literalmente en mi cabecera: Necesito dormir.
—Haciendo una suerte de balance, ¿qué le reclamas a la vida? y
¿qué le agradeces?
—“Vida, nada me debes. Vida, estamos en paz”, citaba mi padre. No me
siento autorizada a reclamar nada al Dador de todo en la vida; aun así,
lamento la brevedad de nuestro tránsito aquí. Y agradezco cada partícula
tangible o intangible a mi disposición: el amor, compartido o no y cada
letra de las palabras que aguardan su turno para vivir.
Traición
Oh mi país, de pulpa estremecida:
te hemos dañado a muerte el corazón.
Y te resta lugar para otra herida
de frente
o a traición.
Sabes por experiencia
–en carne viva–
que es aún más traidor
quien te ultraja o mutila
en nombre del amor.
Te dejo entonces sólo la caricia
de una flor
y la música antigua
de mi voz.
Ya no soporto herirme
al menos hoy.
- de Depositaria infiel, 1992
Gladys Carmagnola es el nombre con el que es conocida Gladys Felicia
Carmagnola Herrera de Medina, nacida en 1939, en Guarambaré, departamento
Central del Paraguay, pueblo de indios según los historiadores, bautizado
por ella “Territorio esmeralda“, al que dedicó un libro con ese título.
De ella ha escrito Hugo Rodríguez-Alcalá (+), Premio Nacional de
Literatura, docente, intelectual y crítico de relevantes méritos: “He
aquí una poetisa que tiene oficio y lo utiliza, que sabe escribir versos,
que tiene algo propio que decir y lo dice con voz propia”. También la
ha llamado “Embajadora del viento y de la lluvia...”.
La ilustre escritora y artista española, paraguaya honoraria, D. Josefina
Plá(+), la ha calificado como “Poetisa por la gracia de Dios. Él le ha
dado muchas de sus divinas gracias, entre ellas la sencillez en la
profundidad…”.
Y la palabra mayor que constituye la del Arzobispo Emérito, ex Canciller
de la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción del Paraguay,
Monseñor Ismael Rolón, ha afirmado: “El corazón escribe en prosa y
también en versos. ¡Ojalá la voz de Gladys siga hablándonos!”.
Desde muy joven se dedicó a la escritura de poemas. Sus obras, no todas
publicadas, incluyen libros para niños y para adultos.
Para niños:
El primero de ellos, del 13 de abril de 1965: *Ojitos negros, es de poemas
de amor dedicados a un niño.
A él siguieron: *Navidad, 1966, 1981;
*Piolín, 1979, 1985; y en agosto de 2007, Santillana Paraguay lo incluyó
en la Colección Alfaguara Infantil Internacional (ilustrado en cada edición);
*Lunas de harina (Relatos de Cualquierparte), 1999, seleccionado por la Cámara
Paraguaya del Libro y presentado ese año en el Salón del
Libro Iberoamericano de Gijón, Asturias, España;
*Paseo al zoológico (con propuestas didácticas de Haydée Carmagnola e
ilustraciones de Ani Ughelly), Intercontinental Editora, 2003. y *Yo
quiero ser“, Santillana Paraguay, Alfaguara Infantil, 2008.
Para toda edad:
Crónicas de Cualquierparte (2008), que mereció Mención de Honor del
Premio Municipal de Literatura el mismo año.
Para adultos, publicó:
*Lazo esencial, 1982 y 1995, esta última con texto de Da. Josefina Plá y
estudio crítico de Hugo Rodríguez Alcalá;
*A la intemperie, Alcándara Editora, 1984 y Colección del Corcel, 1998;
*Igual que en las capueras, 1989, que mereció el Premio José María de
Heredia de la Asociación de Críticos y Comentaristas de Arte de Miami,
EE.UU., 1985;
*Depositaria infiel, 1992, que obtuvo el Premio Único de Poesía del
Instituto Cultural Paraguayo Alemán, ese año;
*Un sorbo de agua fresca, 1995 y 1996 (en vías de nueva reedición),
Mención de Honor del Premio Nacional de Literatura 1995 del Congreso de
la Nación, cuando el premio lo mereció D. Augusto Roa Bastos (Premio
Cervantes);
Premio El Lector de Poesía, 1995 y Premio Municipal de Literatura,
compartido, 1996;
*Territorio esmeralda, Intercontinental, 1997, Premio “Pluma de
Oro Parker José-Luis Appleyard“, 1997, de la entonces Cámara Paraguaya
del Libro;
*Un verdadero hogar (1960-67), 1998;
*Banderas y señales, 1999;
*Río Blanco y antiguo, Intercontinental, 2002;
*Una rosa de hierro, Colección del Corcel, 2005;
*Poema de la celebración, Arandurã Editorial, 2005; y varios otros
poemarios conmemorativos: 1965-1981-1982-1989-2002-2003.
Su último libro es Crónicas de Cualquierparte, de abril de 2008, para
todas las edades –relatos en versos– en los que moran los distintos
sitios donde vivió la autora antes y después de la Revolución del 47,
que obligó a su familia a dejar su “territorio esmeralda” y
autoexiliarse en la República Argentina.
Su libro inédito ¿De lodo, miel y lágrimas? resultó finalista en el
“XXVIII Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística”, en Madrid,
España (2008). Ahora en etapa de edición. |