La
poetisa Gladys Carmagnola ha escrito y publicado su libro Crónicas de
Cualquierparte. La ocasión fue propicia para una entrevista en la que nos
habla sobre una aldea..., sobre su amor a los versos, sobre la autocrítica
y otros temas significativos.
-¿Podrías
dar una semblanza sobre tus crónicas?
Son crónicas de una aldea hermosa: Cualquierparte, que todos merecemos
descubrir y conocer. Incompleta como casi todo en la vida, y como ella a
veces dramática y otras sencillamente risible. Informal y seria, con
moradores responsables, está compuesta por briznas de sitios muy
queridos, unidas y recreadas para gente de toda edad. Con estas crónicas
pretendo dar a mi pueblo ese soplo de vida que un día le negué sin darme
cuenta. Como en cualquier otra crónica, hay en estas grandes verdades y
soberanas mentiras. Hay en sus páginas además de una dedicatoria
expresa, un especial diploma de reconocimiento a las personas que hayan
decidido recorrer y descubrir un sitio más, en este caso Cualquierparte.
Espero ellas me digan después de la lectura: “De ninguna manera: este
no es un sitio más”. Eso me ratificará que un pueblo que vive en
nuestro corazón y puede también albergarnos, es producto del amor.
-¿Por qué un libro de relatos después de tanta poesía?
-¿Quién ha dicho que la poesía no deja fluir su savia enriquecedora en
los llamados géneros de la literatura? Si no hay poesía, ninguna obra
literaria es. (¿Habrá quien pueda afirmar que La señorita de Tacna, de
Vargas Llosa, sería lo que es sin su dotación poética?). Mis crónicas
fueron escritas en momentos difíciles para mí. Y nada de eso denotan sus
líneas, espero. Creo que la magia existe. Quien pretenda dedicarse a lo
que yo, ha de estar listo para elegir -del vasto camino disponible- una
senda, estrecha o no, y transitar por ella. Elegí para mis Crónicas de
Cualquierparte los versos, porque los amo desde que me los enseñó de
viva voz mi padre, cuando ni sabía hablar. Y espero que en estos relatos
haya algún hilito de poesía.
- ¿Eres muy autocrítica?
-Creo que se es o no se es autocrítica. Aceptando que pueda serlo en
grados, puedo decir que sí; y mucho. Hay en mi poemario A la intemperie
un homenaje a mi papelera, escrito con el reconocimiento que merece su
utilidad, su prudencia, su compañía insoslayable. Si a pesar del tamiz
imprescindible se filtra alguna pajita innecesaria e impertinente, ella se
debe a que, como toda obra humana... Ojalá sea la escoria menos que lo
demás y que si existe, sea explicable por alguna razón valedera. Suele
ocurrir.
-¿A quiénes llegan las palabras de los escritores?
-A quienquiera se aproxime a la fuente. Uno encontrará en ellas algo,
otros quizá algo menos o algo más. Quienes frecuentan la palabra escrita
en el doble carácter de creadores y lectores saben que aquello que nos
llega más no siempre es lo que el escritor quiso exactamente decir. El
lector puede dar una dimensión increíble a un texto. Y sabemos, por otra
parte, que hay oídos sordos imposibles de conquistar. Si la decisión de
escribir está tomada, no hay por qué preocuparse. Estas crónicas, por
ejemplo, están pensadas para gente de todas las edades, con un requisito
nomás. Las palabras orales o impresas llegan cuanto más dispuesto está
el ánimo y más abiertas las compuertas del interés.
-¿Cómo es, particularmente, tu momento creativo?
- Ignoro si lo he dicho ya. Quizá sí y en varias ocasiones. Pero no dejé
constancia escrita en estos términos del respeto asqueroso que me merece
la poesía. Hay textos míos que hasta aparentan cierta frivolidad. Los de
Poema de la celebración que editó Arandurã en el 2005 por los 40 años
de publicación de mi primer librito son una prueba de cómo, si lo
decidimos así, podemos guarecer nuestro respeto extremo y despojarnos de
la tragedia y la solemnidad. Hay otros en los que el humor nos salva de la
melancolía que se llevó antes de tiempo a tantos seres humanos, entre
ellos a excelentes poetas. Sigo plenamente consciente del valor de la
palabra, herramienta eficaz. También sigo enamorada de ella y respetándola
mientras nos acompañamos. Nos llevamos bien.
-¿Qué puedes decir sobre tu trayectoria?
-Un día le dije a mi padre que quería ser escritora. Me respondió que
hacía rato lo sabía. Mi madre dudaba del para qué, con tantos libros
que para nuestro deleite ponían ellos a nuestro alcance. Una querida
maestra de primaria en la Escuela 8 de Clorinda en ese hermoso tiempo de
nuestra exclusión aquí, me rechazó una composición diciéndome que
ella no había pedido una poesía copiada. Inundé la ancha galería, limpísima,
de lágrimas de total felicidad. (Solemos hablar por teléfono, la última
vez el Día del Maestro aquí --ella vive en Buenos Aires--. Siempre nos
reímos de ese episodio, fundamental para mí). Tiene 83 años y me ha
contado varias veces cuánta dicha le causa leer mis libros a sus amigas.
¿Qué más puedo pedir? El resto es sabido. He llegado a una edad que no
esperé alcanzar; he conocido gente hermosa que no creí conocer. Y como
últimamente soy medio huérfana, es esa mi única carencia hoy. Soy más
amada que muchos, espero que merecidamente. Y a pesar de que alguien
difundió por ahí que estaba medio muerta... ¿Notaste la hermosura de
este otoño? ¿Cómo no creer en Dios? |