Gabriel Impaglione |
La poesía de Gabriel Impaglione está marcada por un profundísimo respeto hacia los demás, o sea, hacia aquellas personas nombradas en los momentos de dolor y de desasosiego. Las vidas trazan una espiral de recorridos en su obra, que es –definitivamente– relevante, porque es humana. |
A los treinta mil compañeros desaparecidos Argentina, 1976 He visto los hombres trepar a la sombra tensando los arneses aún dormidos y marchar unidos en el esfuerzo bestial hasta montar el sol sobre la sombra Entonces salían de todas partes los niños y las madres y luego los mercados llenaban las veredas de silbos y manzanas. La alegría de las gestas domésticas coronadas por la dignidad del almuerzo! He visto largas caravanas de obreros en el alba marchar hacia el metal de la sirena. Ágiles bicicletas con la vianda, la radio colgando del manubrio. Hasta que el estrépito de ráfaga de cañón maldito de horrorosa muerte abrió un boquete en cada casa y entró la niebla negra. Todo se retorció como un pez en la arena, hasta ser tragado por el miedo. Desapareció la fábrica. También el hombre. Y los hijos y los mercados con silbo, y las radios que no fueron sino un espejo del infierno roto a veces. La universidad de Luján fue clausurada. Encadenaron la luz en los sangrientos sótanos, persiguieron los brotes del canto asesinado. El abrazo fue un código secreto, la patria un dolor ahogado bajo la tortura. Y el sol deseo apenas musitado entre los nombres de los que ya no estaban. Gabriel Impaglione |
Delfina
Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 6 de enero de 2008
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