Frutas podridas 
Delfina Acosta

Como en el verano, cuando las moscas vuelan sobre la basura amontonada en las esquinas, y un olor a gusanos, a nauseabundos seres vivientes, asfixia los pulmones, así, sin una coma más y sin una coma menos, se presenta hoy, en el panorama social, el oficialismo. No hay caso. No hay vueltas que dar. Está bastante podrido. El ambiente se halla saturado de ese olor animal que expiden aquellos que en nombre del Partido Colorado saquean sistemáticamente a la patria. El toqueteo del dinero ajeno se hace abiertamente porque la delincuencia es una cotidianeidad en nuestro país. Y dicen ellos, los politiqueros, en sus hipócritas discursos: “Estamos luchando contra la corrupción.

Nuestro país se merece hombres probos en estos momentos decisivos...” Pues esa cancioncita ya está  bastante rayada, digo yo, como ya se rayaron, se rayan y se rayarán las rancheras y los tangos con que nos vienen encima los nuevos “salvadores de la patria”. El vulgo los llama zoqueteros. Es para escribir el libro del mundo cuanto le viene ocurriendo al Paraguay desde su pasado apocalíptico, que nos remite a la Guerra Grande, hasta el momento actual, el de su desarticulación política, económica y social. El estado de orfandad en que se encuentran los paraguayos que optaron por el éxodo antes que atragantarse con el fracaso en su propio suelo, la inseguridad con la que tenemos que convivir diariamente los ciudadanos, la delincuencia grosera que cometen los tres poderes del Estado, la ausencia de justicia, la decadencia de la moral, sumarían gruesos capítulos al libro del mundo. Un entremés: muchos individuos se alzan con títulos falsos. Ya se sabe que no accedieron por la vía del estudio a título alguno, sino por la vía de las maniobras oscuras. Una letra para Cambalache: “Cualquiera es un doctor”. Qué quieren que les diga, lectores: la cosa es que nuestro país se ha transformado en una fábrica de individuos corruptos. Imaginativos y creativos, ellos descubren día a día la mejor manera de robar a quienes trabajamos honestamente. El Presidente de la República, por su parte, pretende eternizar a los gobernantes corruptos en sus respectivos cargos. ¿Qué se puede aguardar de él?

Esta es la hora del cambio. No hay más paciencia en nadie. La gente se desespera porque no tiene dinero para cubrir sus mínimas necesidades diarias.

La gente lo sabe porque lo prueba en carne propia: nunca como ahora se roba a los bien intencionados.
Y los que llegan al poder, con sus gastadas promesas de hacer algo por el país, ya están rápidamente a los besos y a los arrumacos con las transadas, con el robo directo.

Es el momento de echar los frutos podridos, de convertir en una verdadera república a esto que se presenta a los ojos como una cueva de ladrones.
“¿Cómo lo haremos”, surge, inmediata, la pregunta.

Pues con los mejores hombres y con las mejores mujeres. Con los que hacemos la auténtica oposición.
El sacrificio que nos impone el Gobierno, a la hora de pagar los impuestos para que los gobernantes vivan mejor, es una burla, un escupitajo a las pupilas.

¿No se ha enterado, doña Cleófila, que nos sacrificamos trabajando para que los oficialistas la pasen bien y se sirvan suculentas meriendas?

Pues desde aquí en adelante, a cambiar de dirección, señoras y señores. A buscar gente idónea y representativa para las elecciones de 2008. Por allí y por allá suena mucho el nombre de Fernando Lugo. Habrá que ver.

El propósito inmediato es desprendernos de los frutos podridos. Se sabe que contaminan rápidamente a los demás frutos. Mas: “¿No estamos contaminados ya todos?” De ninguna manera. Un enérgico repudio a la podredumbre nos mantiene todavía limpios a quienes buscamos para los paraguayos una patria respirable.

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, 2 de julio de 2007

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