Francisco Álvarez Velasco
Las aguas silenciosas
Delfina Acosta

Me vengo a enterar, para mi alegría, que el poeta Francisco Álvarez Velasco ha publicado un nuevo libro. El título es para pensar muchas veces: Las aguas silenciosas.

Leyendo los versos de este poeta de Gijón y, por supuesto, de España, caigo en la cuenta de que su formulación lingüística busca la cima del lirismo para ventilar todo el olor de la poesía de ayer y también de hoy. Qué bueno que nos alumbren poesías como las suyas, poesías libres de un léxico enredado (que a nadie interesa), y casadas con la sensatez, con la sustancia tibia de las palabras, todas habladoras de sentimientos con los cuales el lector se siente cómodo.

Su melancolía raspa que te raspa el fósforo de las quejas, de los susurros amorosos, hasta que ellas se encienden y forman una trinidad artística: Poeta, verso y espíritu.

No hay silencio más elocuente que el de sus aguas, por donde corre la música (Francisco Álvarez Velasco es un gran versificador), y donde encuentran su carmín las mejillas de la vida.

Qué manera de contarse la muerte y las cosas sujetas a mudanza en Las aguas silenciosas; cuántos sonidos del alma corren a través de sus poemas, emparejados, en muchas líneas, con el pulso de Antonio Machado.

Admiro sus letras escritas con precisión (Francisco Álvarez Velasco no cae en la charlatanería en que chapotean algunos vates actuales).

Y aquel decir suyo (sobre la vida, el amor, Dios y la muerte ) muy genuino, como debe ser, es pepita de oro para nuestra razón. Últimamente, los poetas decimos versos por decir, arrastrados por los dictados de una moda loca.

La poesía debe dirigirse hacia una sola dirección, la de la belleza. Dama hermosa (como Dulcinea del Toboso, imaginada en el esplendor de la locura por don Quijote) es la belleza, a la que debemos los genuinos poetas todo cuanto hay de escondido, de temeroso, torrentoso y de raro en nuestros sentimientos.

Cuando uno se encuentra con el libro de un escritor culto, como lo es nuestro autor, se exclama por dentro así: “¡Por fin una edición para guardársela bajo los párpados!”.

Mas, guarda (cómo conozco a los seres humanos), que también se puede caer en una suerte de admiración y envidia.

¡Quién pudiera decir lo que él dice!

Antonio Machado respira de nuevo, en sus letras.

Pasan sin dormir, sus versos, hasta que se encuentran con el lector, y éste, sorprendido, abre y cierra nerviosamente las muchas páginas de la vida y de muerte que Francisco Álvarez Velasco deja como legado al mundo.

Él escribe el mejor diccionario de la poesía española, pues resuelve los enigmas de la poesía con palabras que nos llegan con la pureza de una canción y de una oración.

Al retratarse a sí mismo, sin piedad, fiel al infinito movimiento del tren que lo trajina, nos va mostrando rostros inesperados de amantes taciturnos, de mujeres que entreabren las piernas, de tardes pobladas por hojas, de un mar tiritando de amor, de un Dios que sólo piensa en sí mismo mientras la humanidad lo busca con desesperación...

Un corazón con luz tiene el silencio.

Aquí me habla tu voz.

Aquí, los ojos.

Aquí tus ojos miran las nubes de la tarde.

Aquí tu claro espejo se me puebla
y las manos reparten el cabello
y vienen a tu rostro las palomas.

Compañera del alba,
dame la luz, los ojos, dame la invisible
trompeta que convoca la raíz poderosa,
la brisa de los álamos, el vuelo de campanas,
el zumbar de la abeja.

Desvela la palabra ignorada,
que en los nidos despierta
el latir de la vida.

Porque ésta es la hora,
y ya los ríos parten
y abril se abre glorioso
con dientes de león en las praderas,
dame la mano y sube
al caballo que aguarda ante la puerta.

Francisco Álvarez Velasco

Delfina Acosta
ABC COLOR, Asunción, Paraguay, Domingo 9 de Diciembre de 2007

ABC COLOR

Ir a índice de América

Ir a índice de Acosta, Delfina

Ir a página inicio

Ir a mapa del sitio