Anarquía espiritual
Goethe, con su pluma maestra, escribe sobre la anarquía espiritual que
reina en el mundo.
Teorizando un poco, ¿a quién no se le ha aparecido, alguna vez, Mefistófeles,
un diablo bueno, como se le apareció a Fausto, para poner a prueba su
fortaleza y su sabiduría?
¿Quién no ha tenido que luchar en cierto momento, o en muchas
circunstancias de su existencia, consigo mismo, para luego sucumbir a la
tentación, en la primera o segunda ocasión?
El ser humano es Fausto. Por su alma pelean las fuerzas del bien y del
mal, según nos escribe Goethe. Mefistófeles, su compañero de viaje por
el ancho mundo, se complace en transformar en sueños cumplidos sus
deseos. En el abismo, los espíritus del mal deliberan. En las regiones
celestes, los ángeles se organizan para ganar la batalla a Satanás.
Fausto enamorado
El amor, representado en el personaje de la inocente y casta Margarita, es
la tentación que arrastra la carne de Fausto. Enamorado de tan bella
criatura, se entrega al amor y al placer.
Por otra parte, Goethe nos va mostrando las facultades varias de los espíritus
de la envidia, la esperanza, la avaricia, la pereza, la discordia, la
prudencia que operan en sus respectivos territorios. Moviendo el mundo por
el que Fausto va, ya sorprendido, ya ganando conocimiento de la mano de su
inseparable compañero, el escritor nos dice, como el Eclesiastés, que
todo es vanidad y puro viento.
Doctrina y moral
Aún los insectos toman parte del gran concierto de la naturaleza,
hablando con “doctrina y moral”. El escritor da vida a las más
insospechadas criaturas, para mostrarnos cuán grande, y al mismo tiempo
ligera como vana es toda la Creación.
Estamos ante una obra maestra, una de las más pretenciosas obras
literarias que cobró forma de libro y elevó a la fama a su autor.
Los espíritus de la naturaleza compiten entre sí; quieren mostrar los
unos a los otros que son superiores a los demás, por una habilidad
determinada, porque, ¿qué son, sino habilidades, los recursos con los
cuales están dotados las hechiceras y los bufones, por ejemplo? Las cosas
y las acciones tienen, en el real sentido de la palabra, un fondo de
locura.
¿Puede perder la razón el hombre en este mundo presentado por Goethe?
Tal vez.
Mientras más divierten a los sentidos los placeres mundanos, más cerca
está de perderse en un laberinto Fausto.
Un general, un magnate improvisado, un ministro, un protofantasmita, un
ortodoxo, un artista del norte, sacan a lucir sus opiniones sobre la época
que les toca vivir, y parecieran tener razón según sus fundamentaciones.
Todos quieren llamar la atención. Ninguno se llama a silencio. Antes
bien, alzan sus razones sobre las demás voces. Fausto consulta a menudo
con Mefistófeles. Él es su guía en el delirante baile de la naturaleza.
Pero el tiempo transcurre, y Fausto, ya decrépito, llega a su hora
postrera. Los ángeles novicios confían su parte inmortal a los niños
bienaventurados, quienes se encargan de la iniciación.
La fosa abierta aguarda el cuerpo de Fausto. Desesperado, Mefistófeles sólo
atina a decir: “Ved cómo vuelan al cielo con su presa: he aquí lo que
tanto les atraía alrededor de esta fosa. Me ha sido arrebatado un gran
tesoro, un tesoro único: el alma sublime que se me había entregado. ¿A
quién quejarme ahora?” “¿Quién me devolverá el bien perdido? Te
han engañado en la vejez, pero debes confesar que lo tienes bien
merecido; he obrado como un necio y perdido vergonzosamente el fruto de
mis afanes. ¿Es posible que un deseo vulgar, que un amor absurdo haya
podido coger de este modo al diablo embadurnado de pez, y que con tanta
experiencia haya podido caer en semejante necedad un cofrade de mi
especie? Puede en verdad decirse que esto es acabar por una insigne
locura”.
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